En su ciudad natal de Monteros, en sureste de la provincia de Tucumán, a un Rodolfo Bulacio de cinco años no lo querían inscribir en el jardín de infantes con el argumento de que tenía “una mentalidad e inteligencia de un niño de primaria.” Tal vez en ese primer rechazo se pueda cifrar una parte de la vida y obra de La Rodo: la repetida presencia de las margaritas y las flores en general en sus obras tienen la posibilidad de contención frente al rechazo del jardín prometido en la provincia reconocida como el Jardín de la República

Su educación no se detuvo, fue incorporado a la primaria a los cinco años, y ese estímulo preescolar que no tuvo en el jardín de infantes tal vez lo haya buscado en su también precoz interés en el arte. “A los seis, siete años ya iba a estudiar arte en un taller. En su adolescencia pertenecía al taller cultural que había en Monteros, donde él siempre hacía sus exposiciones y también hacía performances ya en esa época”, recuerda hoy su madre Porota Jiménez aquellos días lejanos a mitad de la década del 70 y de su obra temprano destaca que “hay un cuadro muy importante que no lo tengo yo que lo tienen familiares en Catamarca que él lo ha titulado: Mi tierra no debe llorar. Después hay una pintura que se hizo en el techo del cine Marconi acá en Monteros pero como era muy adelantada para aquella época la gente lo censuró muchísimo y se la tuvo que borrar. Rodo tuvo mucha censura, fue poco aceptado en su trabajo de arte. Recién ahora estoy más convencida de que él tenía una visión al futuro muy distinta y que la gente no lo comprendía.” 

El deseo al desnudo

Aunque a los ocho años había ganado un premio de pintura, ese reconocimiento convivía con el rechazo, la censura, el borramiento. Esa pintura en el cine contenía desnudos masculinos y aunque La Rodo adolescente ya podía argumentar sobre la importancia del desnudo en la historia del arte, con nombres como Miguel Ángel, nadie podía soportar esa figura del deseo que en realidad desnudaba la moral reaccionaria de toda una sociedad

A 25 años del crimen de odio donde asesinaron, calcinaron el cuerpo y el departamento de La Rodo, incluyendo decenas de sus últimas obras, la retrospectiva Fantasía Marica del Pueblo curada con inteligencia y sensibilidad por Guadalupe Creche y Geli González para el Palais de Glace no solo trae las obras de un artista insoslayable, aunque muchas veces olvidado en la evocación del surgimiento de lo queer de los 90 en Argentina, sino que le da un espesor que no tuvo en el último cuarto de siglo.

En Monteros, según pudo leer en algunas cartas de La Rodo la curadora Guadalupe Greche, había habido otros ataques a las obras de La Rodo, primeras dosis de violencia física sobre el cuerpo de su obra. Ir a estudiar a la Universidad de Artes de San Miguel de Tucumán tuvo que ver también con escapar a ese moralismo que lo expulsaba de su ciudad natal para intentar encontrar refugios en la Capital. En las obras de 1989 como estudiante que se incluyen en la muestra, La Rodo desarrolla pinturas y collages donde el cuerpo se despliega con una sensualidad que no va a ser igualada en el resto de la obra que se conserva: autorretratos desnudos, cuerpos andróginos, trans, monstras, maricas, marrones, epicenos, cruzas entre Arlequín y pin-up, entre lo vegetal y lo animal. 

Siempre superficies rugosas, texturadas, que alientan al tacto, además de una representación del volado, la pluma y lo textil como invitación a una sensorialidad que expanda lo visual. El color, la ropa, las formas celebrando los cuerpos más que cubriéndolos, como subrayados de una carnalidad. 

1995, Bulacio por Marga Fuentes.


Fauna autóctona

La calle, y también la Universidad, le permitió encontrar refugio en la grupalidad, en que su mirada personal pudiese encontrar ecos, como fue el caso de Rolo Juárez, a veces transformado en Rolo Bizzon, con quien formó uno de los grupos, llamado Flora y Fauna, que en los tempranos 90 comenzaron a vincularse con lo queer desde lo drag. “Con Flora y Fauna empezamos con la teoría del drag queen, que todavía no se manejaba mucho, y fue bastante revolucionario. Como le digo a los chicos, nos sentimos las abuelas de las drag queens. Imaginate, noventa y pico, todavía drags no había. No sé si en Buenos Aires, pero en realidad era más transformismo, que nosotros consideramos que es distinto del drag. Hoy en día está más claro qué es transformismo, qué es drag o trans, en esa época era todo lo mismo. A mí me decían 'el que se transviste en los shows'. Porque también no solamente la idea era tunearse y producirse para algún espectáculo, en la vida diaria nosotros empezamos con la idea del transgender y no nos importaba ponernos una remera de un género y un pantalón de otro género. Fue muy difícil hacer entender el concepto de drag, el concepto de lo queer, había una poética y una política implícita y explícita. Y lo que nosotros hacíamos no lo consideraban como parte del arte.” 

Cuerpo y vestido eran los distintos signos, soportes, derivas de una reconfiguración que la obra de La Rodo en solitario o en los distintos grupos que formó proponían un lugar de resistencia pero también un cruce múltiple, entre lo artístico y la fiesta, entre los distintos género, entre vida y arte. Había cierta tendencia en el arte local de pensar la fiesta como dimensión política en la posdictadura, especialmente en Buenos Aires.

La Rodo en acción


Mucha karakatanga

En uno de los registros en VHS de una de las performances del grupo Tenor Grasso incluidas en la muestra, un desfile que se propone pensar el vestido como un “relato social”, con toda una introducción que reza “La forma retórica es la ironía, ese punto de vista desde que es mirado el tema del vestido se ha desplazado. Al descentrar la mirada aparecen esos aspectos que la moda oculta, que la ropa oculta, que la gente oculta. Develar lo otro es uno de los intereses puestos en juego en esta multimedia. Mostrar lo heterogeneo, evidenciar las diferencias, las desigualdades.”

Tenor Grasso era un grupo que La Rodo formó principalmente con Jorge Lobato Coronel y Claudia Martínez pero al que más personas se fueron sumando a cada performance donde ponían el cuerpo y la vestimenta como una forma crítica de transversalizar, los cuerpos gordos, esqueléticos, lungos, maricas, en definitiva lo queer como intersección en performances que podían tener el nombre de “Es horroroso no contratar a una gorda”. Además de obras de estudiante, videos de performances grupales y grabados de imaginario pop donde la Cicciolina se puede cruzar con La Gioconda o Evangelina Salazar, Fantasía marica del pueblo reúne decenas de obras de tres de las muestras individuales que se conservan: Karta Nova (1993), “Mucha karakatanga en la Koctelera” (1995) y “Blanka, enseña lo que has conseguido” (1996), su última muestra en vida dedicada a su abuela. Mezcla de pinturas, objetos y performances, para Geli González “Mucha karakatanga en la Koctelera” fue una “obra que marcó la escena artística de Tucumán y es paradigmática. Esa obra tuvo una primera parte que es una acción, una performance en el espacio público en el parque 9 de julio de Tucumán. Y otra parte que es el festejo del casamiento de La Rodo con el arte. en una sala alternativa de aquel tiempo que se llamó La Zona, en San Miguel de Tucumán. Fue la potencia de ese compromiso con el arte y al mismo tiempo la crítica a la institución del matrimonio, desde ese lugar que él supo trabajar, que es una crítica con tono irónico con una continuidad de la vida con la obra. Fue un mojón, tanto en su producción, como en el ámbito de Tucumán.” 


Mi gran casamiento queer

La Rodo pasó toda la noche vistiendo un traje de novia blanco con margaritas cosidas y stickers con la palabra “artes”, así en plural porque el catálogo a la muestra decía “performance, pinturas y objetos” y todo eso fue parte de la fiesta final.

Ese casamiento queer, que comenzó contaminando la tradición heterocis de la fotografía típica de novios en El reloj de la plaza 9 de julio, y que terminó en una fiesta donde las obras evocaban el casamiento de sus propios padres mezclado con el pop televisivo de Roberto Galán y el cinematográfico de Pedro Almodóvar. El vestido de novia forma parte de la muestra excepto por el tocado de margaritas artificiales, que fue desarmado tras el asesinato de La Rolo, repartiendo las flores entre sus amigues, una manera amorosa de que siga circulando su perfume.

“Era un gran luchador ya en aquella época. La lucha por la diversidad y por la igualdad de género que él tenía a pesar que todavía era un tabú, también luchaba por la educación para que la Universidad sea gratuita, que los estudiantes tengan derecho para estudiar, asistir, ingresar a la universidad”, recuerda su madre Porota, que hoy preside la Fundación Las Margaritas de Rodolfo Bulacio, creada en 2017 para seguir manteniendo la memoria de su hijo. 

La Rodo fue presidente de mesa en las elecciones de 1995, cuando Antonio Bussi fue elegido gobernador de la provincia. Una derrota en su propia cara. Bussi había sido encontrado culpable de los crímenes de lesa humanidad que cometió en la dictadura pero fue beneficiado por la Ley de Punto Final y volvía al poder, esta vez, elegido por el pueblo tucumano. La Rodo, y la mayoría de sus compañeres, no amedrentaron en sus performances y demás obras provocadoras, marginales, disruptivas. Pero la violencia se impuso igual, un grupo de jóvenes asesinaron a La Rodo en uno de los crímenes de odio con más saña pero que nadie en su momento pudo llamar de esa manera. 

Dos de los culpables, gracias al accionar de la familia cumplieron la pena máxima. “Yo creo que el asesinato de Rodo cumplió con el objetivo que tienen los crímenes por orientación sexual, no solo entristeció a una comunidad, sino que también la adoctrinó. El miedo se impuso. El contexto era hostil pues Bussi había sido elegido democráticamente. Se hablaba, cómo siempre en estos crímenes atravesados por lecturas machistas y patriarcales, que a Rodo le gustaba la noche y se lo había buscado... Rodo generaba estos refugios grupales que fueron los grupos de performance. Junto a ellxs generaban performances provocadoras, contestatarias a los modelos establecidos”, dice Guadalupe Creche, una de las curadoras, que ahora proponen justamente hacer foco en el arte de La Rodo como eminentemente político, desde una clara perspectiva queer, que muchas veces quedó solapada en la visión que hasta ahora se tenía en las muestras de su obra.

 “En 2018 se organizó una muestra antológica en el Museo Timoteo Navarro en Tucumán. La curó uno de sus amigos, Jorge Gutiérrez, también parte de Tenor. La muestra se llamó '¿Son ellos? Proyecto arte es lucha'. Hicieron un catálogo con textos de amigxs y compañeros invitados. Poco se hablaba de la provocación sexual y el carácter político de su trabajo en la performance; más de la categoría kistch en la que había quedado instaurada su obra bajo los ojos de un crítico de la época. Muchas veces cuando se escribe sobre arte no se habla de la sexualidad, cómo si eso fuese a ensuciar el texto, sea crítico o curatorial. Creo que un poco es también eso; por un lado, el adoctrinamiento a causa del asesinato, por otro posturas políticas de la corrección al hablar del arte. Para esta muestra nosotras creemos que a diferencia de esta anterior, y las que se hicieron en distintos lugares, es importante destacar la conciencia política, la militancia activista y sexual.”

Rodolfo Bulacio. Fantasía Marica del Pueblo se puede visitar de miércoles a domingo, de 14 a 20, hasta el 30 de octubre en el Centro Cultural Borges, Viamonte 525, CABA. Entrada libre y gratuita.