El martes pasado Jorge Macri, actual ministro de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, comunicó en sus redes personales la decisión del Gobierno de la Ciudad de “recuperar” el feriado decretado por el gobierno nacional el viernes pasado, a razón del intento de magnicidio de la Vicepresidenta Cristina Fernández. Lo hizo utilizando la consigna #NiUnDíaMenos para destacar la decisión del gobierno porteño de “no perder” días de clase, y remató el tuit hablando de un “nunca más”.
Así, a la operación de banalización de dos consignas históricas le bastaron ciento cuarenta caracteres. Usó, en sentido inverso -es decir: sin ninguna conexión con las prácticas de su gobierno- dos lemas clave para la sensibilidad de nuestra historia política: Ni Una Menos y Nunca Más.
El mensaje es claro: no hay límites en el intento de banalizar y profanar la simbología de las luchas. Como si las palabras pudiesen decirse de cualquier manera, como si su sentido no estuviese apegado a reclamos determinados, como si su expresión no fuese un vínculo material con luchas concretas.
No parece casual tampoco que la elección haya recaído en esas dos consignas. Si el Nunca Más es una bandera de organismos de derechos humanos, Ni Una Menos es una contraseña colectiva utilizada en organizaciones, partidos, sindicatos, escuelas y universidades y en una sensibilidad feminista generalizada que permite cada año, desde el 2015, re-actualizar el límite colectivo a las violencias machistas.
No es casual tampoco porque semejante banalización se articula y se nutre de la campaña desatada en las horas posteriores al atentado contra la vicepresidenta de restarle importancia al hecho o destacar su “uso partidario” (lo cual involucra de diversas maneras a medios de comunicación y referentes de la oposición) o incluso de dar a entender que fue armado por la propia fuerza política de la agredida.
La banalización es un modo de proceder. Por un lado, se trata de poner en duda la gravedad e incluso la veracidad del hecho y, por otro, consiste en hacer como si nada ha pasado, promoviendo su inscripción en el curso normal de la coyuntura. Para quienes militamos en los feminismos se trata de un mecanismo que conocemos: mezcla de naturalización y normalización de la violencia, al punto incluso de llegar a negarla.
El uso de la imagen del revólver apuntando contra la principal líder popular y mujer de nuestro país en loop, como hemos visto hasta el dolor de estómago, funciona como pedagogía a gran escala para mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. Disciplina en cierta manera a quienes quieran desplegarse políticamente dando disputas en sus espacios y representando intereses populares. Señalar su importancia no es desconocer las violencias cotidianas ni establecer jerarquías; menos aún los femicidios. Se trata, por el contrario, de poner en conexión formas de violencias que una y otra vez debemos resistir que sean incorporadas al repertorio de las prácticas sociales y, sobre todo, subrayar su carácter directamente político.
Por eso, usurpar, trazar una analogía visual y al mismo tiempo burlar la consigna Ni Una Menos es consecuente con restarle gravedad a lo sucedido en la intersección de las calles Juncal y Uruguay. Insisto con la banalización: se trata de mostrar, en el fondo, que no hay diferencias, que cualquiera puede decir cualquier cosa, que las palabras no son portadoras de legitimidad en relación a quien las enuncia.
Una primera conclusión: esa fuerza política no está dispuesta a bajar el tono de la discusión pública, sino todo lo contrario. Desde el jueves por la noche el conflicto no para de escalar dejando claro que van por todo lo que exprese la organización popular: líderes, consignas, organizaciones sindicales y populares, intensificando la criminalización de la protesta social que ya cuenta con varios episodios recientes en nuestro país.
Por eso esta comunicación ofensiva del ministro Jorge Macri se suma a los dichos, el mismo día, de la ministra de Educación María Soledad Acuña a propósito de las elecciones en el sindicato docente, lamentando que maestros y maestras “pierdan” tiempo de la jornada escolar haciendo tareas como fiscalizar, las cuales son parte del derecho de las organizaciones sindicales.
Ni Un Día Menos como reverso, como puerilización del lenguaje, se sustenta en la idea de que la ocupación sistemática del espacio público (como Larreta nombró las manifestaciones pacíficas en las puerta de la casa de la vicepresidenta para justificar la represión), así como las elecciones sindicales, son una pérdida de tiempo para les niñes de las escuelas de la ciudad, que tales manifestaciones democráticas no entran en las prácticas que hacen a la vida de las aulas.
Agreguemos que a la vez que se dicen preocupados por esta “pérdida” de horas escolares, agitan un proyecto pedagógico que incluye la prohibición del lenguaje inclusivo, que fomenta la incorporación de la educación financiera dada por las propias empresas de fintech y las pasantías “laborales” sin remuneración.
Es parte del mismo proyecto la aberrante falta de vacantes en la Ciudad de Buenos Aires para el ingreso de estudiantes a la escuela pública que se repite años tras años así como la entrega de comida de pésima calidad en las escuelas, denunciada hasta el cansancio pero sin efectos a la vista.
En estos días repletos de reflexiones y en medio de una sensación generalizada de estar siendo testigxs de una nueva etapa de la política, una tarea indispensable pareciera ser reformular las preguntas para nuestras prácticas políticas. Una que aparece urgente es cuáles son los territorios que el fascismo re-politiza y donde tendremos que rearmar y rearticular nuestras fuerzas. La educación de las pibas y pibes es uno de ellos sin duda. La pregunta también es cómo incluímos en estas contrapedagías la lucha por más y mejor acceso a la educación, contra los recortes presupuestarios en todos sus niveles. El descreimiento, el escepticismo, crecen a la par de la precariedad de quienes trabajan y estudian todos los días en condiciones cada vez más críticas.
En la entrevista pública realizada por Verónica Gago en el Centro Cultural Kirchner a Francia Marquez, la lideresa colombiana decía “siempre que los conceptos salen del poder popular se cuestionan o se tergiversan”. Aquí una segunda conclusión: el límite a esta banalización y a la ofensa de la inteligencia y sensibilidad de quienes nos sentimos parte de la lucha contra los femicidios, trans feminicidios y travesticidios está en reponer ese poder popular que las consignas expresan. Porque esa contraseña NiUnaMenos no solo viene siendo un hashtag de las redes sociales, sino que expresa también nuestra posibilidad de otro pasaje al acto: es decir, a ocupar las calles, a reivindicar el derecho a la Educación Sexual Integral, a hacer que el lenguaje se altere con el ritmo de las relaciones sexo-afectivas que lo tensionan, a reclamar por una comida sana, a luchar por vidas dignas y a afirmar que nuestras formas de hacer política no serán neutralizadas ni banalizadas.