Si pensamos cuáles han sido los orígenes históricos del atraso provinciano y nacional y, estrechamente relacionados con estos, los motivos de la marginalidad o invisibilidad de los representantes de la cultura nacional y popular a lo largo de nuestra historia (y particularmente del interior, en un país macrocefálico) surgen dos razones raigales: los intereses políticos y económicos absolutistas de Buenos Aires en el siglo XIX, y el paradigma sarmientino de civilización y barbarie. Ambas razones han configurado esa visión no inclusiva de la historia y de la cultura, cuyas víctimas han sido los pueblos del Interior en su conjunto durante el siglo XIX y las mayorías nacionales y populares en el siglo XX y XXI.

Si la primera razón ha generado desde la misma Revolución de Mayo luchas civiles entre porteños y provincianos, de las que el interior no salió tan bien parado a pesar de las batallas ganadas, desde 1845 en adelante -con la institucionalización de la disyuntiva de hierro sarmientina: civilización o barbarie-, nuestro país quedó dividido en “civilizados y bárbaros”, “hijos y entenados”, “santos y demonios”, “incluidos y marginados”, “recordados y olvidados” o “visibles e invisibilizados”.

Si las clases dominantes en la Argentina -“Buenos Aires” en el siglo XIX, “el régimen falaz y descreído” y “la oligarquía” en el siglo XX, “el poder real” en el siglo XXI- han llevado a cabo una política de la historia (para tergiversarla o falsificarla), igualmente ha habido una política de la cultura para imponer el pensamiento civilizador exclusivo y extranjerizante. Una política causante de prejuicios antipopulares y antinacionales, generadora de nuestra falta de identidad y conciencia nacional y del complejo de inferioridad respecto a otros países. Una política que conforma lo que ha dado en llamarse la colonización pedagógica, motivo de premios o castigos según el criterio de los civilizadores.

Aunque esa visión no es ya exclusiva de una clase. A esta altura, dada su capacidad de penetración, conforma una verdadera visión integral de país, con una mirada no inclusiva y excluyente desde el bunker de ese sistema económico primario ligado al extranjero y no al interior argentino y latinoamericano. Un sistema que sobrevive y fue la causa que determinó nuestra historia y los caracteres de nuestra cultura.

Si repasamos los fundamentos de la tesis de civilización y barbarie, que justifica esa visión histórica, leemos: “Los progresos de la civilización se acumulan en Buenos Aires sólo”, pues “la pampa es un malísimo conductor para llevarla y distribuirla en las provincias…”. “Ignoro si el mundo moderno presenta un género de asociación como este tan monstruosoAsí pues, la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal”. Es más: la raza americana “se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial… capaz de presentarse al mundo como el modo de ser de un pueblo”.

¿Cabían en esa visión de país los argentinos y latinoamericanos, un sistema económico alternativo, algún vestigio de pensamiento original y una educación conducente a lograr un país soberano también en lo económico y cultural?

Sobraban argentinos e ideas, sencillamente porque los argentinos preferían pensar por sí mismos, y las ideas ya venían envasadas de Europa. Esos argentinos fueron acallados, marginados o invisibilizados. Y las ideas fueron a parar a la literatura, los medios, la escuela y las universidades.  


*Docente de la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ). Ex director del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la (UNSJ). Licenciado en Cinematografía de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).