Un día Maxi Magnano salió del local de Garçon García en el que trabajaba y entró en otro que vendía cámaras de fotos. En ese momento –hace casi 10 años– un sueldo de empleado de comercio era suficiente para comprar una cámara. Dio un par de vueltas por el lugar y decidió comprarse una. A partir de ese momento la ropa que nadie elegía y él doblaba empezaría a quedar atrás.
Magnano dice que siempre tuvo una sensibilidad por la fotografía, pero que hasta ese día en el que compró aquella cámara no había pensado en dedicarse a deambular por la ciudad para buscar imágenes. Antes de las fotos era un estudiante de filosofía que trataba de vender pantalones y camisas. Ahora, es un artista que acaba de sacar su primer libro, Afterglow –editado por Paripe Books–, en el cual compila las fotos analógicas que sacó en los últimos años. A las imágenes se le suman dos textos: uno de Mariana Enriquez y otro de Leila Guerriero.
En sus fotografías Magnano registra espacios urbanos vacíos y con características de otro tiempo. Son fotos tomadas hace no mucho, pero que parecen sacadas de décadas anteriores. Recorrer Afterglow es como un viaje en el tiempo hacia una ciudad que ya no existe, pero en la que todavía quedan pequeños espacios de resistencia que quieren mantener viva una arquitectura del pasado.
1. Desde finales de la década del 90 el mundo se volvió más tanguero que nunca, la nostalgia invadió las calles, las películas, los libros. Todo. Ya con la aparición de Matrix –película estrenada en 1999– las hermanas Wachowski le pusieron el sello a la época: el nuevo milenio sería una oda a la nostalgia, una constante búsqueda de un pasado que no existe o que trata de resistir al paso del tiempo: mientras el mundo real es un imperio de máquinas devastado, el virtual es una copia de un tiempo anterior donde todo –más o menos– funciona.
Las fotos de Magnano que aparecen en Afterglow responden a esta necesidad epocal de buscar por todos lados las ruinas de un mundo anterior. Lo que se ve son pizzerías, bares, peluquerías, baños, vagones de trenes y otros lugares urbanos que parecen ser de otras décadas. El ojo de Magnano tiene la habilidad de buscar y encontrar esos espacios donde el tiempo resiste y la nostalgia emerge.
Sin embargo, esta mirada nostálgica que tienen las fotos de Magnano no tienen que ver con una sensación de tristeza, sino más bien de rechazo: lo que se evita es “lo nuevo”, el avance de los edificios hechos con paredes de durlock. Sobre esto el artista dice: “Muchas veces alguien ve mis fotos y me dice que son imágenes tristes o de lugares viejos, medio decadentes. Pero para mi no son tristes, sino que tienen que ver con una manera de rechazar otra cosa, la gentrificación por ejemplo”.
A partir de ese rechazo las fotos de Magnano funcionan como un refugio para esos lugares casi abandonados o completamente extemporáneos. Estos rincones que el artista retrató para Afterglow tienen ahora una manera de perdurar en el tiempo. Escribe Leila Guerriero en uno de los textos que acompaña la publicación: “Son, ante todo, una falla temporal: fotos tomadas en el siglo XXI que parecen extraídas del siglo que pasó. El tiempo, blandamente fosilizado, recubre los objetos –los autos, las mesas, las sillas, los ventiladores– y los glasea con una capa de belleza y soledad. Recortes de una ciudad inexistente, frágil, despojada de poder, anciana y un poco enclenque, las fotos no chillan el lenguaje contemporáneo del sarcasmo, ni el cliché de la tristeza, ni el hit seguro de la parodia del pop”.
Lo que aparece en Afterglow es un esfuerzo por tratar de mantener vivo algo que cada vez existe menos. Magnano es un cazador de pasados urbanos, un arqueólogo o un forense. Magnano busca construir memoria.
2. A lo largo de la historia del arte numerosos artistas trabajaron con las derivas, es decir, con el deambular. Caminar, salir hacia cualquier lado y sin un rumbo determinado es una manera de producir imágenes que existe desde hace décadas. Esta práctica llega a nuestros días y es la que le permite a Magnano encontrar las imágenes que encuentra. “No siempre programo cuándo y dónde voy a sacar fotos –dice–, generalmente voy caminando y cuando veo algo que me interesa voy y saco la cámara. Creo que hay algo de deambular en el libro, o sea, como que se nota que lo que hay es un recorrido por la ciudad sin un sentido claro”.
Pero el recorrido de Magnano, por momentos, se aleja de la ciudad y puede encontrar el pasado al costado de la ruta. Algunas de las imágenes publicadas en Afterglow son de rutas o de otras ciudades, como Mar del Plata. En estos escenarios las imágenes son otras pero hay algo que siempre vuelve a aparecer: el vacío. Sobre esto Mariana Enriquez, en el texto que acompaña el libro, escribió: “A veces la mirada se va de viaje se posa sobre otra urbanidad: la de la ruta. Y ahí aparecen otros misterios. Un balneario fuera de temporada, sin rastro de presencia humana. Un estacionamiento vacío, con signos de que alguna vez hubo autos porque las ruedas dejaron su rastro negro sobre el pavimiento gris. Mar del Plata, un lugar raro y triste, dice Magnano. Antes de llegar a la ciudad hay registros de ese rito de pasaje: la imagen de la Virgen en la niebla, sobre su pedestal blanco, flanqueada por los árboles enanos y endebles. La ruta extrañamente roja, como si reflejara restos de un incendio”.
La aparición de la ruta o de otra ciudad que no sea Buenos Aires responde al mismo método: la deriva. Salir a buscar imágenes. Editar la realidad, ese es el verdadero poder de un fotógrafo. Recortar el mundo real para inventar uno propio.
No importa cuál sea el escenario, Magnano puede encontrar el mismo paisaje donde sea. Su ojo está entrenado para captar la desolación, la nada, un abismo de color. Estas derivas por diferentes geografías funcionan como un estímulo para poder hacer las fotos. El objetivo nunca es llegar, sino más bien trazar un recorrido en el cual haya huellas de ese rechazo al siglo XXI. Es como si el deambular, como lo hace una persona extraviada en una tierra desconocida, fuera una manera de protesta. Un acto de resistencia.
3. Lo que hay en las imágenes es color y vacío. Escenarios donde no existen las personas. Si aparecen es en posters o en televisores casi destruídos. Nunca hay nadie en ningún lado. Las fotos de Magnano podrían ser las postales de una ciudad después del apocalipsis, sin rastros de ningún sobreviviente. El crítico y curador independiente Emmanuel Franco se refirió a esto mismo cuando escribió sobre la obra de este artista: “Un día, Maxi Magnano decidió vaciar el mundo. Borró animales, personas, ruidos y conversaciones. Solo tuvo piedad con las plantas y los escenarios de la vida cotidiana. A través de sus fotografías, descubrió que podía darle una forma al silencio y esparcirlo por todas partes. Sus imágenes son pequeños instantes, donde el pasado y la nostalgia se mezclan para generar una emoción innombrable”.
Ese vacío que se ve en las fotos es el vacío de un padre que murió.
“El libro es un poco el recorrido del duelo de la muerte de mi viejo –cuenta Magnano–. Mi familia siempre fue chica: mi vieja, mi viejo y yo. Cuando una de esas tres partes se fue se sintió como un martillazo que golpea y hace eco. Creo que algo de lo que dejó esa pérdida se puede ver en las fotos”.
Las fotos seleccionadas para Afterglow son el recorrido de una persona que está en duelo. Ese duelo es lo que tiñe la mirada, lo que hace que los ojos de Magnano se posen sobre escenarios de otro tiempo, venidos abajo, casi destruídos o abandonados. Es la pérdida la que habla, la que ordena dónde y cuándo tomar una fotografía.
Sin embargo, todas estas palabras y posibles “lecturas” sobre la obra de Magnano son accesorias: sus fotos tienen peso por sí mismas. A contramano de lo que pasa en la escena actual del arte, donde hay más discursos y statements sobre obras que imágenes en sí, Magnano logró construir un corpus que no necesita de paratextos para que las fotos tengan valor. Las propias características de estas imágenes son suficientes para entender que lo que vemos al mirar una de estas fotos es justamente lo que se ve: el registro de una vida anterior, un pasado que cada vez se hace más borroso, pero que sigue estando entre nosotros como un fantasma que nunca deja de acecharnos.