“Yo le dije a mi vecina. A mí me convendría el apruebo porque tendría mis privilegios, pero yo no quiero privilegios. Por eso voté rechazo”, le dice el chófer del bus a un pasajero que lo escucha desde el primer asiento.
El día de la votación, bajo el sol del mediodía y todavía lejos de conocer los resultados, un ex preso de la revuelta festejaba su voto en Plaza Dignidad.
“Había un caballo que no nos pertenecía (n.a: en referencia al monumento al Gral Baquedano). Había brigadas de salud que nos protegían. Mi honor y mi respeto a las brigadas. Gran aporte a lo que hicimos. Fue hermosamente violento, como dicen las compañeras. Fue sublime estar combatiendo y dispuesto a dar la vida para que el pancito sea para todos. Para que la realidad no sea tan real para algunos y la realidad nos sea para todos”
Esa misma noche, Plaza Dignidad se llenó de a poquito. Había puestos con todas las banderas que identificaron al Apruebo, comida, bebida, autos con parlantes apagados apostados alrededor de la plaza. El sonido era el de la fiesta que no fue.
“Aguante pueblo, aguante compañeros. Aguante nuestra lucha. Vamos a seguir en las calles, no nos vamos a guardar”, grita una mujer, en llanto y su voz genera un efecto contagio en otras lágrimas contenidas.
La desproporción entre estar dispuestos al festejo y el resultado arrollador del rechazo convoca a la cautela. Las conclusiones apresuradas tributan para el campo de la derecha que pretende quedarse no sólo con la victoria electoral sino también con el relato de lo que pasó. Para el proceso que abrió la revuelta de octubre de 2019 esto último quizás sea más importante que el resultado.
El lunes fue un día de regocijo para las fuerzas conservadoras de todo el mundo. Lo hicieron notar en los titulares de sus diarios. Ningún análisis puede perder de vista esa estrategia unificada que implicó estar agazapados, escondidos, haciendo campaña desde el inicio, pero sin identificarse hasta el final. En Argentina celebraron Macri, Milei y Espert. “Prevaleció la sensatez”, dijo Macri, un adulador confeso del modelo sostenido por la Constitución de Pinochet.
La campaña trascendió fronteras, tanto para el Apruebo como para el Rechazo. Se agitó el fantasma de un comunismo expropiador, que iba a dejar sin casa a las personas en las poblas y que iba a eliminar la bandera chilena. “Seremos Venezuela”, era otra de las amenazas.
Más allá del rol de las fake news, cabe tomar nota de la polarización que se agita desde un lado, como si estuviéramos en tiempos de guerra fría y que no es posible contestar dando certezas desde el otro porque no hay, como sí lo tienen las derechas conservadoras, un proyecto común.
La ex alta comisionada de la ONU, Michel Bachelet, renunció a su cargo justo a tiempo para dar apoyo a la campaña del Apruebo. No se puede juzgar de comunista, mucho menos de chavista a su gestión que puso el foco en la violación de derechos humanos en China y Venezuela.
“Para votar rechazo bastaba un televisor encendido. Para votar apruebo hacía falta un militante, una militante que explicara el contenido de la nueva Constitución”, resume Alondra Carrillo, ex convencional constituyente e integrante de movimientos sociales constituyentes y de la Coordinadora 8M.
¿Se puede decir entonces que ganó el rechazo al borrador que logró la Convención Constituyente? Esa lectura lineal y monolítica favorece el efecto aleccionador. Además de los medios de comunicación y la campaña millonaria, la derecha contaba con una ventaja tremenda para los tiempos que corren: la polisemia del rechazo.
Así como supimos entender que la revuelta de octubre no fue necesariamente de izquierda, el rechazo tampoco fue de derecha. Ganó el Rechazo, con mayúsculas. La weá es mala y punto. Rechazo, decían los afiches. En Chile la weá es todo y no es nada. Rechazar es un mecanismo de defensa que deja tranquilo al desconfiado y conforme al perezoso. Tres letras bastan para impugnar en las urnas el resultado de tres años de movilización y debate. Pero como también se dijo, la derrota electoral no es una derrota política.
Mientras el 38% del Apruebo fueron votos que superaron la campaña de desprestigio y del miedo, que confiaron en una hoja de ruta para desarmar la arquitectura del Chile neoliberal, el 62% del Rechazo arrastró el campo semántico del hartazgo. Ganó, otra vez, como en las últimas elecciones, y como en la mayoría de las elecciones en todo el mundo, la rabia destituyente que rechaza lo vigente en un contexto de crisis e incertidumbre global.
Ganó el rechazo a la Constitución de Pinochet en el plebiscito de entrada, ganó el rechazo a los partidos políticos tradicionales cuando se eligieron a les convencionales, ganó Boric en rechazo a Kast.
¿Ganó entonces la derecha?¿Ganó Pinochet, como twitteó Petro desde Colombia? Se votaba un borrador de 388 artículos. Bastaba con que uno sólo de los temas tratados no fuese del agrado del votante para convencerlo. El voto del rechazo fue un voto heterogéneo que igual tiene una línea de continuidad con el proceso que hizo tambalear al neoliberalismo for export diseñado de aquel lado de la cordillera.
¿Qué otras preguntas se abren si pensamos que ganó el rechazo, así, a secas? Un rechazo que cada quien completó como quiso y que no es posible desvincularlo de un presente lleno de incertidumbre y un futuro hipotecado en cuotas. Es una tarea imprescindible para los tiempos que vienen intentar comprender las razones detrás de esos votos que fueron inaudibles (nadie, ni de un lado ni del otro los pudo oír) y que ahora se expresan. Ayer se conocieron testimonios de 120 residentes de 12 comunas populares que muestren lo endeble y dispersa que fue la elección por el rechazo.
“A la ciudadanía le importan los problemas reales. No la paridad o los escaños reservados” dijo una ex convencional de la UDI, la derecha que añora a Pinochet y ya decidió y unificó su lectura. Es una frase clave para entender la disputa que viene: la intención de volver atrás en la redistribución del poder inédita que implicó la Convención Constituyente en un país habituado a la política de elite.
A la actual y extendida experiencia subjetiva del fin de una época sin sustitución sensible, donde predomina lo aleatorio y contingente, como diría García Linera, el proyecto de nueva Constitución traía una semilla de tiempos nuevos. Habría sido la primera Constitución paritaria del mundo. La primera también en reconocer la existencia de la crisis climática. Una Constitución post pandémica y antineoliberal, con el lugar que merecen los feminismos y los ambientalismos en sus aportes para salir de este tiempo liminal que atravesamos, ese estado de apertura y ambigüedad sin precedentes en el último medio siglo.
Para que el neoliberalismo muera en Chile, como pedía el grafitti, hace falta más que quitar un ladrillo. Los pilares están imbricados en la idea de privilegio del chófer del bus, en el miedo encarnado en el pago de la próxima cuota pero también en la falta de tiempo para imaginar, de espacios para juntarse a crear y mezclarse, sin la distancia que implica la ciudadanía de cada quien en su carril.
Es el tiempo que sí tuvieron les constituyentes durante el año en el que pudieron debatir. Es el tiempo que hubo durante la revuelta, que el poeta callejero llamó sublime, cuando la vida cotidiana quedó suspendida. Esa alegría compartida, la potencia creativa, es lo que el neoliberalismo combate.
Si bien para algunes fueron tiempos sublimes hay que reconocer también que para otres, les inaudibles que rechazaron, ese año fue igual de horrible que el anterior, y el anterior, y los últimos 30 o 50 o 500. Hay ahí una reflexión para hacer sin por eso regalar la interpretación a la derecha ¿Tenía sentido pedir aprobar una hoja de ruta sin al menos colocar antes algunos adoquines que muestren el camino?¿Cómo se hace para hablar el lenguaje de les inaudibles?
Ahora la discusión vuelve al Congreso. A un Congreso con amplia mayoría de derecha que pretenderá negar lo que afuera se hizo costumbre. Más allá de la nueva Constitución, la exigencia masiva fue la de cambios en la vida cotidiana: educación gratuita, derecho a la vivienda, a los cuidados, al agua no privatizada, al aire limpio. Si el oficialismo pretende recoger esas demandas con las que llegó al poder, necesitará más apoyorse más que nunca en quienes votaron convencides por el Apruebo y que están lejos de ser un número despreciable. El 4 de septiembre se perdió con 4 millones de votos (38% en una votación obligatoria). El mismo día, 52 años antes, Allende ganó con un millón (36,6%). La población no era cuatro veces menos sino la mitad.
“Aguante pueblo”, gritó la mujer en Plaza Dignidad. “Que el pancito y la realidad sean para todos”, dijo el poeta callejero y sin saberlo, contestó a la diputada de la UDI su definición de problema real.
El lunes, mientras el gobierno anunciaba el cambio de cinco ministros y ministras, les estudiantes retomaron las calles. “Esta wea la empezamos nosotros, nosotros la terminamos”. La weá no es ya la Constitución sino la revuelta en su sentido más amplio.
El 18 de octubre se cumplen 3 años del inicio del estallido. Será un día clave para medir los decibeles y advertir a quienes quieren que nada cambie que el descontento sigue ahí, dispuesto a romper el silencio restaurador.