La figura de Isabel II quedó ligada a la Argentina en un acontecimiento futbolístico. Ocurrió en 1966 y desde entonces se ha hablado de “la alfombra de la Reina”. La monarca no estuvo presente aquel día, pero la mitología popular la asoció a uno de los hechos más conocidos de la historia mundialista: la expulsión de Antonio Rattín, que derivó en la creación de las tarjetas amarilla y roja, y que alimentó la rivalidad futbolística con Inglaterra dos décadas antes del siguiente cruce, en la altura de México, cuando Diego Maradona anotó sus dos célebres goles.
Ocurrió el sábado 23 de julio de 1966, por los cuartos de final de la Copa del Mundo. En el estadio de Wembley se cruzaron el local y la Selección que conducía Juan Carlos Lorenzo. Cuatro años antes, en Rancagua, se habían enfrentado por la primera ronda del mundial de Chile. Aquella vez ganaron los ingleses 3 a 1. Varios jugadores de ambos equipos volvieron a verse las caras en Wembley y los argentinos tenían el mismo entrenador. Era la segunda vez que la selección argentina jugaba en el mítico estadio londinense, tras el amisto de 1951 que los británicos dieron vuelta sobre la hora para ganar 2 a 1, en un cotejo recordado por la gran actuación del arquero Miguel Rugilo, apodado desde entonces como “León de Wembley”.
El equipo de Lorenzo había llegado a la segunda fase del mundial después de ganarle a España y Suiza y de empatar con Alemania. El clima hacia el conjunto argentino no era el mejor. Pese a su buen desempeño y a que el partido no se presentaba fácil para los locales, la prensa hacía hincapié en la rudeza del juego de los sudamericanos. En el 0 a 0 contra Alemania había salido expulsado José Rafael Albrecht por una fuerte patada. El defensor de San Lorenzo reconocería la dureza su acción en una declaración que Osvaldo Bayer recogió para su libro Fútbol argentino: “Aun suena en mis oídos el ruido de la pierna del alemán Weber a quien le di un golpe que se salvó de la fractura por una rara coincidencia”. El grito de “Animals!” que llegó desde las tribunas estaba fundado en ese antecedente.
El cotejo tuvo su condimento de suspicacias desde el vamos. El árbitro era alemán, Rudolf Kreitlein. A la misma hora del partido, en Sheffield, se cruzaron Alemania y Uruguay, rivales de Argentina e Inglaterra, respectivamente, en la fase de grupos. El árbitro fue inglés. Los alemanes despacharon a los charrúas por 4 a 0. El árbitro local no le dio un claro penal a Uruguay y le echó dos jugadores.
Iban 35 minutos de partido en Wembley cuando sucedió el episodio más recordado de la aventura mundialista argentina, solamente obnubilado por el polémico gol que le convalidarían a los ingleses en la final contra Alemania. Kreitlein hacía caso omiso a los reclamos argentinos por el juego brusco de Nobby Stiles, que cortaba con falta de manera permanente. En aquella época non había cambios ni tampoco amonestaciones. Vale decir: una lesión podía dejar a un equipo con uno menos. La expulsión estaba contemplada, pero no existía el sistema de las tarjetas amarilla y roja. El árbitro se encaró con Rattín y se armó un tumulto a su alrededor. El capitán argentino había sido expulsado. Kreitlein diría luego que había recibido un insulto del ídolo de Boca. Rattín no hablaba alemán y Kreitlein no sabía una palabra de castellano.
El capitán argentino se negó a abandonar el campo de juego y hubo que recurrir a un traductor. En Fútbol argentino, Rattín contó que “entra un intérprete que me dice que estoy expulsado” y que cuando salió “me siento en la alfombra real”, que estaba dispuesta como un ornamento para Isabel II. La alfombra roja y la Reina quedaron ligadas desde entonces al partido, pero lo cierto que es que Isabel II solamente fue a Wembley en esa Copa del Mundo a dos partidos: el match inaugural y la final en la que entregó la Copa Jules Rimet al capitán inglés, Bobby Moore. Así que no estuvo presente cuando el plebeyo Rattín se sentó en un símbolo real.
El momento más conocido de la expulsión es la de Rattín cuando se retira y, al pasar por el córner, estruja el banderín, que era una réplica de la bandera británica. Sucedió minutos después de haberse sentado en la alfombra: “Luego de mirar el partido 15 minutos me voy al vestuario. Wembley no tiene túnel y sólo un alambrado olímpico de un metro. Voy caminando, el público me tira chocolate. Paso cerca del banderín del córner donde estaba flameando la bandera inglesa, la retuerzo. De ahí en más me empiezan a tirar latas de cerveza y me voy al vestuario”.
Un gol de Hurst a falta de doce minutos les dio el pase a semifinales a los ingleses. El equipo de Lorenzo había aguantado más de 40 minutos con un jugador menos. Rattín siempre alegó que Kreitlein lo echó por reclamarle las faltas continuas y que, si no era él, otro argentino hubiera sido expulsado. La imagen del partido parado durante varios minutos hasta que Rattín se fue a la alfombra real fue el símbolo de que no se entendían personas que no tenían un idioma en común, y eso derivó en la creación de las tarjetas.
La reina Isabel II quizás no se haya enterado nunca de que un habitante de un lejano país de América del Sur, dos veces invadido por el Reino Unido a comienzos del siglo XIX, había expresado su disconformidad ante un fallo deportivo sentándose en la alfombra de Su Majestad. El equipo argentino había viajado al mundial mientras aun gobernaba Arturo Illia. Cuando regresó, ya había comenzado la dictadura de Juan Carlos Onganía y la polémica por la expulsión derivó en el título de “campeones morales” para aquella selección.
Rattín, la alfombra y el banderín estrujado quedaron como símbolo de la rivalidad futbolística con los ingleses, que tenía como antecedentes al “León de Wembley” y al gol de Ernesto Grillo en la cancha de River. A otro nivel, y en el marco de una dictadura fogueada en el nacionalismo católico, el episodio se inscribía en la tradición de las invasiones ingleses y el Tratado Roca-Runciman: una afrenta (la expulsión injusta) y un acto de rebeldía contra el Imperio (sentarse en la alfombra de la reina). Dos meses más tarde de la expulsión, vendría el Operativo Cóndor, el avión desviado por jóvenes nacionalistas y peronistas con destino a las Malvinas. Antes de eso, Isabel II pisó la alfombra sobre la que se sentó un jugador argentino para darle la Copa del Mundo a su selección.