En un instante, con el anuncio del fallecimiento de la reina Isabel II, el príncipe Carlos se convirtió en el rey Carlos III, monarca del Reino Unido y jefe de estado de 14 naciones del Commonwealth, entre ellas Australia, Canadá, Nueva Zelandia y notorios paraísos fiscales como Bermudas. En su mensaje a la nación este viernes rindió un extenso y emocionado tributo a su madre y pareció apuntar a un reinado de continuidad. “Tal como hizo la reina con devoción, yo también me comprometo en el tiempo que me dé Dios, a sostener los principios constitucionales”, dijo el nuevo Carlos III.
Esta continuidad no será fácil ni exenta de sobresaltos. La reina Isabel es la monarca que duró más tiempo en el trono en toda la larga historia inglesa e inspiró respeto hasta en los sectores republicanos, como puede leerse en el editorial y los artículos de opinión publicados este viernes por el republicano matutino The Guardian.
La figura de Carlos, en cambio, ha estado envuelta en la polémica desde el escándalo que causó en los 90 su crisis matrimonial con la princesa de Gales, Lady Di, escándalo que contó con todos los condimentos de la prensa amarilla, incluida la bruja responsable de que el cuento de hadas volara por los aires, la amante del entonces príncipe, Camilla Parker-Bowles. La trágica muerte de Lady Di en 1997 contribuyó al deterioro de su figura hasta límites que parecieron irreversibles. Con el tiempo y una aceitada política de relaciones públicas que contó con el apoyo de la reina, los británicos pasaron a aceptar tanto a Carlos como a Camilla, que hoy es reina consorte por decisión explícita de la reina Isabel II.
Un príncipe parlanchín
Los escándalos matrimoniales no han sido la única fuente de críticas que recibió el actual rey cuando era el heredero del trono. Carlos III no se limitó a cumplir su rol ceremonial de príncipe sino que hizo pronunciamientos y apoyó campañas sobre temas polémicos en los que, sin ser partidista, adoptaba una posición muy clara. Desde el medio ambiente y su lucha contra el calentamiento global hasta su apoyo a la causa palestina y su más cuestionable cercanía con las dictaduras monárquicas del Medio Oriente, el actual rey no eludió ningún tema que le llamara la atención.
En la ceremonia de apertura de la cumbre climática COP26 en Escocia el octubre pasado, Carlos III señaló que se había acabado el tiempo para solucionar el tema climático. “Es hora de ponerse en pie de guerra”, dijo. Si esta declaración lo hace parecer "progre", en otros puntos está a la derech, como en el rol que jugó en la venta de armas por casi 17 mil millones de dólares a las monarquías dictatoriales de Medio Oriente.
Según publicó “Declassified UK” en febrero del año pasado, desde la primavera árabe de 2011 el príncipe Carlos mantuvo 95 reuniones con ocho países del Medio Oriente. Esta relación incluye un turbio episodio que llegó a la prensa. Según el The Sunday Times, el entonces príncipe de Gales recibió una donación en efectivo de 2,5 millones de libras por parte del ex primer ministro de Qatar, el jeque Hamad Bin Jassim. Según el príncipe, el dinero, que le fue entregado en una valija y en las distinguidas bolsas de la cadena Fortnum and Mason, fue pasado inmediatamente al Fondo Caritativo del Príncipe, el PWCF. El jeque es el dueño del Paris Saint German de Lionel Messi, una de las personas más ricas del planeta, apodado “el hombre que compró Londres”.
En enero de 2020 el rey Carlos III realizó un viaje oficial a Cisjordania donde expresó su apoyo a los palestinos. En un discurso en Belén dijo que era devastador ver el “sufrimiento” que padecía la población. “Es mi más íntimo deseo que tengan un futuro con libertad, justicia e igualdad que les permita crecer y prosperar”, dijo el entonces príncipe.
El rey reina pero no gobierna
Una de las grandes virtudes de la reina Isabel II es que en sus 70 años de reinado jamás se apartó de la premisa de que “reinaba, pero no gobernaba”. Su papel era ceremonial, diplomático o humanitario, jamás político y mucho menos partidista. “Ella mantuvo escrupulosamente una posición de neutralidad política con tanta gracia que pareció algo fácil de lograr. Pero como demuestra el largo aprendizaje que ha tenido Carlos como príncipe heredero, no es tan fácil. Ser neutral exige un autocontrol que Carlos nunca ha tenido”, señala en el The Guardian, Jonathan Freedland.
En 2008, Jonathan Dimbleby, biógrafo del entonces príncipe, reveló que había un intento de su entorno de redefinir el rol del soberano para ampliar su margen de maniobra político. “Esto permitiría a Carlos III hablar de temas de interés nacional o internacional en un cambio total con la tradición”. En un artículo reciente en el The Sunday Times Dimbleby reconoció que romper con la actual convención --que las opiniones del monarca solo se expresan en privado al primer ministro y al Privy Council, consejo asesor clave en el funcionamiento de la realeza-- constituiría un “cambio sísmico en el rol del soberano con el potencial de ser constitucionalmente explosivo”
El problema no se reduce a emitir opiniones públicamente. Uno de los atributos del rey dentro de la monarquía parlamentaria británica es que una ley no entra en vigencia hasta que no la firma el monarca. La flamante primera ministra Liz Truss ha expresado que legislará para estimular el “fracking” como solución a los problemas de suministro energético que enfrenta el Reino Unido. El “fracking” está muy cuestionado por su impacto medioambiental y la posibilidad de producir terremotos en las zonas donde se practique. Dada su prédica medioambiental, ¿firmará el rey Carlos III una ley en este sentido?
El autor de King and Country, Robert Blackburn, profesor de Derecho Constitucional en el King's College de Londres, señaló en su libro a que no es una pregunta hipotética. “Cuando un rey más asertivo que la reina llegue el trono, será mucho más probable encontrarse con que no quiera firmar una ley que considera una afrenta a su conciencia”.
"No voy a ser tan estúpido"
En una entrevista concedida a la BBC en 2018 para celebrar sus 70 años, el entonces príncipe intentó calmar esos temores entre los constitucionalistas. “No voy a seguir con las campañas que he llevado adelante. No soy tan estúpido. Me doy cuenta de que ser rey es otro tipo de función. Entiendo cuáles son los límites”, dijo.
Pero hay otras fuerzas en juego. El Reino Unido que hereda de su madre es muy distinto al de 1952, cuando Isabel II fue proclamada reina. Las declaraciones que hizo el príncipe Carlos en 2014 sobre Putin, comparándolo con Hitler, causaron un furor diplomático en su momento, pero una encuesta de You Gov mostró que el 51 % de los británicos estaba de acuerdo con su intervención: solo un 36% en contra.
El Reino Unido hoy es más diverso cultural y racialmente, con un cambio radical de los patrones morales y las creencias. En la década de los 50 la princesa Margarita, hermana de Isabel II, tuvo que renunciar al amor de su vida, el capitán Peter Townsend, porque era un hombre divorciado. Algo similar le pasó al mismo Carlos a fines de los 70 con Camilla Parker-Bowles, una prohibición que acabaría casi dos décadas más tarde en tragedia. La inmigración de la posguerra cambió el paisaje social británico con la masiva llegada de inmigrantes de las ex colonias. Todos estos cambios han impactado en la visión del nuevo rey.
El título oficial del rey es más largo que el de un futbolista brasileño: “Carlos III, por la gracia de dios, del reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y sus otros reinos y territorios, jefe de la Mancomunidad de Naciones y Defensor de la fe". Anglicano practicante, de misa semanal, Carlos III declaró en el pasado que no se ve como defensor de su fe. “Yo personalmente me veo como un defensor de la profesión de fe, no de ninguna fe en particular. Los pueblos han guerreado a muerte por estos temas lo que me parece un despilfarro de energía ya que todos perseguimos el mismo objetivo”, dijo en su previa encarnación de príncipe.
La declaración hizo temblar a la Iglesia Anglicana, que temió perder su lugar de privilegio en el Reino Unido. A pesar del revuelo el príncipe siguió, según el The Times, investigando otras religiones como Hinduismo, Budismo y, en especial Islam, por la que siente un vínculo muy especial. Todo lo que plantea una pregunta respecto a su reinado: ¿será Carlos III un renovador o, a los 74 años, buscará la continuidad?
El The Economist vaticinó este viernes una política pendular. “Desde la Restauración en el siglo 17, la costumbre es que cada nuevo monarca cambie la dirección adoptada por su predecesor, quizás para simbolizar que cada uno hará las cosas a su manera. Jorge VI miró a la izquierda. Isabel II a la derecha. Ahora Carlos será a la izquierda. Cambio y continuidad, continuidad y cambio”, dice el The Economist. O quizás mejor, parafraseando la célebre frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo, el nuevo rey “cambiará algo para que no cambie nada”.