Jorge Riestra llevaba setenta años escribiendo cuando la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario lo invitó a compartir su experiencia. Hace dos años, uno antes de morir, el novelista firmó un contrato con la UNR por los derechos de publicación de sus obras. Así festejó sus noventa de vida: reeditando una obra siempre vigente.
La colección Confingere de UNR Editora ya llevaba reeditados tres de sus libros publicados (El espantapájaros, Salón de billares y La ciudad de la Torre Eiffel) cuando este año le publicó y distribuyó (en librerías locales y en el stand UNR/EMR) dos libros inéditos en un solo volumen de 400 páginas, ilustrado con un grabado en madera de Minturn Zerva y precedido de un revelador prólogo de su hijo Sebastián Riestra, Ciudad y memoria. Una excavación, que incluye La piedra y el anillo. Las dos obras póstumas son recopilaciones, compiladas por su propio autor, de ensayos literarios. El primero describe en pasado la ciudad que fue, en los '40 y '50; el segundo, la crisis de los '90.
"Es un libro que estaba listo para salir en el 2000", cuenta su editor, Nicolás Manzi, quien lo halló ya pasado en limpio a versión digital. "Jorge fue corrector en la Editorial Biblioteca Vigil, tenía el ojo muy entrenado y debe haber leído y controlado todo obsesivamente. Él me contó que Ciudad y memoria derivó de unos textos que estaba publicando en un suplemento del diario La Capital. (...) Se le reveló una voz, y encontró que estaba haciendo algo valioso. Es una excavación, estaba encontrando en ese texto la ciudad que subyace en la ciudad actual. Es una ciudad que no existe más, y que sin embargo estaba aquí. Creo que hay una frase en su novela El taco de ébano que gráfica todo lo que Riestra practicó en su literatura: las épocas mueren como las personas. Y él siempre trabajó para dar cuenta de una memoria de una época que murió, alguien la tiene que recordar, alguien la tiene que traspasar a las generaciones posteriores", dice Manzi.
"Habiendo sido hombre de Fabril, habiendo sido hombre del Centro Editor de América Latina, siempre recibido en su despacho por sus directores, se había quedado sin editorial en Buenos Aires", recuerda su hijo Sebastián Riestra. "Pero siempre supo que algún día este libro iba a publicarse. Mi viejo no escribía textos, escribía libros", dice.
Las columnas que le dieron origen a Ciudad y memoria salían con una periodicidad determinada, alternando Riestra (enumera Sebastián) con otros autores; entre ellos, Inés Santa Cruz y Eduardo D'Anna. Empezaron a mediados de los años '90, por sugerencia de Sebastián, quien ya entonces trabajaba en La Capital y recuerda "el suplemento sábana" que dirigía Any Lagos, a quien él le propuso la idea; las columnas salían en la página 2 de aquel suplemento literario.
Ni prologuista ni editor están seguros del grado de reescritura del libro respecto de esas notas, pero sí de que hubo alguna, acaso bastante. También coinciden en señalar la complejidad del estilo del libro, su diferencia con sus ficciones. ¿De dónde sale esa voz?
Sebastián se juega por señalar una influencia concreta y afirma en su prólogo que la novela Del tiempo y el río, del norteamericano Thomas Wolfe, ocupaba un lugar especial en la biblioteca paterna.
En pasado
Manuscrito exhumado de una computadora y unos cajones, conjunto de ensayos arrancados a la fugacidad periodística, Ciudad y memoria es en sí mismo un ejercicio de arqueología. Jorge Riestra excava en la memoria para dar una versión casi mítica del mismo mundo de Salón de Billares, La historia del caballo de oros y El taco de ébano.
Pero aquí el héroe es colectivo: "la esquina" es personificada y protagoniza acciones, opiniones, juicios, expectativas. Riestra habla de "la esquina" como hablaría de una institución. Umbral de ingreso es "la vereda". Más adentro, está "el despacho de bebidas". Los miembros de ese club, al reparo del progreso urbano y su codicia, no son personajes individuales como Javier Rojas, Kurt Pachman, Santiago Aristo, el joven Rubio, Anselmo ("el Zurdo") Morán, el irlandés O'Malley, el villano Márquez o el abogado Haroldo Coll Flynn, sino una cofradía unánime que evalúa y domestica a los recién venidos al mundo de los hombres, a los jóvenes recién salidos de la adolescencia.
Cada diferencia se traduce en rasgos que definen tipos sociales ("arquetipos", apunta Sebastián Riestra): "el loquito", "el tilingo", "el lírico", "el idealista", "el soñador" o (más adelante en el tiempo, ya no en el barrio sino en el centro) "el pituco" y "el fifí". Riestra los clasifica con la autoridad que le da ser el único que los describe. Su soledad se parece a la del cronista de un viaje a un país muy lejano. La cercanía con sus categorías, sin embargo, es la del afecto. El lector cree por un momento que va a encontrárselos ni bien cruce la calle; alucina que siguen ahí, fieles a sus ritos. La memoria que trabaja Riestra es la de la experiencia vivida. "Salir a la vereda era un acto tan espontáneo y simple como pasar de una pieza al patio o como subir la escalera que llevaba a la terraza" (p. 176), recuerda. Es un modo de habitar la ciudad lo que él sabe cambiado para siempre.
En presente
En La piedra y el anillo, Riestra ya no evoca más esa sociedad humilde, pero donde cada niño crecía hasta encontrar al fin su propio lugar en un espacio que lo recibía. Expresa ahora las incertidumbres del cambio de siglo: "mujeres y varones de dieciocho, de veinte, de veinticinco, de treinta años navegan a la deriva por las calles del desempleo, de la desorientación, del ansia indefinida, de los sueños de una existencia más rica, más plenamente vivida. Tocan un puerto y siguen, tocan otro puerto y siguen. Entre tanto, comienzan a estudiar teatro, cine, comunicación social, periodismo, expresión corporal, danza, cine, televisión, ciencias políticas, diseño gráfico, computación, marketing, llenan, exultantes, las aulas, encuentran amigos, disfrutan, ríen, se expanden, desparraman entusiasmo, objetivos personales, fuerza, bullicio, juventud. Al año o año y medio empiezan a abandonar (...)". Esos jóvenes "altaneramente sin maestros" (una generación que ya pasa de la mitad de la vida, la edad del autor al escribir esta memoria) son leídos como signo de "una devastación". Pero el autor añade una nota de esperanza: "la ciudad está intacta".