El “traidor al periodismo”, como se define Rodolfo Braceli en El error de tener frío (publicado por Grupo Editorial Sur), está convencido de que la poesía “está escondida en la médula del corazón de cada noticia”. En el libro, que reúne “historias escapadas del periodismo”, el salto sin red hacia la ficción le permite imaginar un diálogo entre Perón y Borges, la profunda soledad del padre de Robledo Puch –texto que publicó en la contratapa de este diario-, una conversación ilusoria con Oliverio Girondo o una especie de obra de teatro con la partera de Maradona como protagonista.
El periodista y escritor, que nació en Luján de Cuyo (Mendoza), vive en Buenos Aires desde 1970. Braceli, reconocido por sus reportajes latinoamericanos, ha publicado El último padre; Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo; La misa humana, Perfume de gol y Escritores descalzos, entre otros libros. En 1996 obtuvo el Premio Pléyade por su entrevista a Gabriel García Márquez y es autor de las biografías de Mercedes Sosa y Julio Bocca.
-¿Por qué en el prefacio de El Error de tener frío te definís como un “renegado”, un “traidor al periodismo”?
–No me arrepiento de mis dichos. Algunos colegas que no sintonizan con lo que hago me apuntan con el dedito de acusar y me dicen: “Lo tuyo no es periodismo”. Y tienen razón. Me escapo no por pretensión literaria o de originalidad, estoy bien enterado de que la pólvora hace rato fue inventada y la raya del poto también.
–¿Cuáles son las razones de ese escape?
–Me escapo porque siento que ninguno de los cauces que proporciona el periodismo me han permitido expresarme a fondo. Pienso y siento que lo que voy a informar, contar, comunicar y transmitir, en su alcance e intensidad, se me queda a mitad de camino. Es como que la palabra periodística le pide perdón a la palabra, porque resulta anémica, sin pulso, sin semblante. Empujado una y otra vez por esa desesperación de comunicar más hondo y más lejos, en los relatos de El error de tener frío, me solté del arnés y me desgajé de la órbita. Esa suerte de escape no es algo planificado, me viene… Por ejemplo: en enero de 1967, Antonio Di Benedetto –mi jefe en el diario Los Andes– me dijo: “Murió Oliverio Girondo. Encárguese de la necrológica”. Con la impertinencia de un pendejo le dije que hacerle una necrológica justamente a Girondo era contradecir el código Oliverio, un sacrilegio. Di Benedetto, con una generosidad irreparable, me dijo que hiciera lo que se me ocurriera. Sobre el pucho propuse una conversación ilusoria con Girondo después de su muerte. Yo le preguntaba y él me contestaba utilizando hebras textuales pero fuera de contexto, todas entresacadas de su libro Espantapájaros. Esa textualidad sacada de contexto fue una de los modos con los que ciegamente “traicioné” al periodismo. Salté de la información a la conversación ilusoria. Con el tiempo en muchos casos, para ahondar en el retrato interior de los personajes entrevistados, recurrí a posdatas que rozaron la poesía. Tal vez en esto haya un conflicto limítrofe entre géneros literarios. Me gusta decir: que los géneros literarios hagan su vida y que no me jodan, que me dejen hacer la mía.
-El posfacio del libro cuestiona al Nuevo Periodismo, porque pareciera no ser “nuevo” y establece como antecedentes a Sarmiento y El matadero, de Esteban Echeverría. ¿Qué buscás al trazar esta genealogía del periodismo, más conectada con la literatura argentina?
–Lo que cuestiono es la autodenominación. Esa calificación de “nuevo” peca de ingenua o de ignorante. Si nos tomamos el trabajo de mirar por el espejito retrovisor, encontramos “nuevo periodismo” en la investigación ficcionada de Rodolfo Walsh, y en la indiscreción de Truman Capote, y en el Hemingway que se entreveraba con las balas de la guerra civil española, y en el Whitman que hacía un inventario del mundo en su Canto a mí mismo. O en el inventario sistemático de las Odas elementales de Pablo Neruda. Y en la Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile, del tan ninguneado Pablo de Rokha. Hay crónicas que calzan en poemas de Oliverio Girondo y de Raúl González Tuñón. Si hablamos de cronistas modernísimos, tenemos que remontarnos, como referentes de Nuevo periodismo, a los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Cronistas de la primera hora, recontra actuales, hábiles además, hasta en el arte de plagiar: al parecer Mateo, Lucas y Juan manotearon sin asco al no tan mediático Marcos. A estos muchachos al parecer se les cayeron las comillas. Pienso que debiéramos ser más cuidadosos en el rótulo. Nuevo periodismo viene habiendo desde Magoya: es más viejo que la promesa de amor para siempre.
-“Sin poesía, no hubo ni hay ni habrá Nuevo Periodismo”, plantea el libro. ¿En qué sentido la poesía es tan crucial?
–La poesía no avisa. Cuando hablo de poesía no me refiero a la utilización de un vocabulario poeticudo, me refiero a cierta tensión, al arrojarse sin red. Por ejemplo, me refiero a la acción de convertir a los personajes eventualmente entrevistados en Adanes, en Evas. Se trata de ponerse a disposición de los milagros del azar, yendo al reportaje a ciegas, sin revisar el archivo del entrevistado. La poesía late en el riesgo, reitero, no en el vocabulario poeticudo. Por otra parte, hablando de poesía, esta se puede encontrar incluso en los libros de poesía. La poesía brota de la posibilidad de abismo. O no brota.
-Te gusta que las fronteras entre periodismo y literatura sean cada día más difusas. “A fronteras revueltas, ganancia de infractores”, subraya el libro. Sin embargo, se podría reescribir la frase en otro sentido: “A fronteras revueltas, ganancia para las fake news”. ¿Cuanto más se desdibuja el periodismo de la literatura más fácil resulta mentir?
–Esta pregunta debí hacérmela cuando escribí el posfacio de El error de tener frío… Flor de reflexión pendiente: Entre el periodismo y la literatura, las fronteras revueltas, ¿favorecen las fake news? Lo que favorece las fake news es el ejercicio a rajacincha de los eufemismos. Pienso que la nuestra es la Era de los eufemismos. Se podría relatar nuestra historia mundial eslabonando eufemismos. “Descubrimiento de América”, he ahí un colosal eufemismo que caretea un colosal genocidio. Bombazos en Hiroshima y Nagasaki, eufemismos de genocidio preventivos “para conseguir la paz más pronto”. El colmo de los colmos: a la tortura actualmente se la denomina “interrogatorio exigente”. El camino al apogeo, al reino de la mentira está sembrado de eufemismos. Con los eufemismos elongamos…. En ese sentido debemos aceptar que las fake news se alimentan de la naturalización de los eufemismos, especialmente en el periodismo, por aire, mar y tierra. Cuando el periodismo se escapa de si mismo, cuando elige ficcionalizar, con frecuencia se expone a la peste de las fake news. Debemos estar alertas. Innegable: “A fronteras revueltas, ganancia para las fake news”.