El nombre de Lino Patalano puede ser asociado rápidamente a palabras como Maipo, teatro, espectáculos, arte, Buenos Aires. A los 76 años, el reconocido productor y director teatral Pasquale Cósimo “Lino” Patalano falleció en el sanatorio Otamendi. Su amigo Carlos Rottemberg anunció la triste noticia a través de las redes sociales del Multiteatro: “El sorpresivo fallecimiento de Lino Patalano pega un doloroso golpe para la comunidad artística. Desde esta Casa Teatral acompañamos a su familia, amigos y colegas en estas horas tan tristes”. Y junto a una fotografía en la que ambos aparecen custodiados por el Obelisco, agregó: “A partir de hoy, a la noche teatral de Buenos Aires le faltará uno de sus protagonistas más representativos. Lino querido, vaya este recuerdo personal de nuestro último encuentro, con el Obelisco de fondo y el tema recurrente de tantos años: la pasión por el espectáculo”. Sus restos serán velados en el teatro Maipo (Esmeralda 443), que permanecerá cerrado durante el fin de semana.
Patalano, nacido en Gaeta (Italia) en 1946, llegó a la Argentina con tan sólo cinco años y el apodo de “Pasqualino” que se redujo a Lino en estas tierras. Su historia es la de muchos inmigrantes que llegaron a este país en busca de horizontes más felices: los Patalano habían decidido abandonar el pueblo natal dinamitado durante la guerra y desembarcaron en Lanús. De ahí se mudaron a Villa Ballester y este chico rebelde que optó por cursar la escuela secundaria en turno noche luego de los insistentes ruegos de su madre, no tardó en aprender el arte de la carpintería.
Más tarde fue cadete en el grupo Música Ligera de Riccordi, donde trabajaba un tío, pero su verdadero deseo –el inicial– era convertirse en marinero. Demostrando una vez más su gran influencia, la madre logró disuadirlo por el trauma que le generaban los barcos en alta mar. En su nuevo trabajo pudo rozarse con algunos artistas, estrellas internacionales de la canción como Ornella Vanoni, Gino Paoli y Alain Barriere. Así fue que conoció a María Luz Regás. Patalano solía definir el encuentro con la dramaturga española como un punto de inflexión en su vida. Siendo muy joven aún, ella lo había invitado a ver Rinoceronte, la pieza del franco-rumano Eugene Ionesco, en una puesta del Teatro San Martín con dirección de Luis Mottura. Esa función fue, quizás, un antes y un después, uno de esos días decisivos que suelen marcar recorridos célebres como el de Patalano.
Junto a Regás y Mottura formó parte del grupo que dirigió el Teatro Regina en la década del ’60. Lino comenzó desde abajo: se ocupaba de redactar gacetillas o barrer. Regás fue quien le sugirió que abandonara el objetivo inicial de actuar y dirigir para enfocarse en uno de sus grandes talentos: la producción. Dio sus primeros pasos como productor y asistente de dirección en el Regina, donde las puestas teatrales convivían con presentaciones de destacadas figuras como Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, Ángel Pericet o María Elena Walsh. A partir de 1970 se animó a aplicar las herramientas adquiridas durante aquella primera experiencia en el terreno del café concert. Fue productor de los locales conocidos como La Gallina Embarazada, El Gallo Cojo y El Pollito Erótico. Al parecer, tenía cierta predilección por esta clase de referencias humorísticas: un sector de su quinta de Moreno había sido bautizada como La Isla del Capitán Culo.
Si hay una sensación que debe esquivar cualquiera que vaya a desempeñarse en este rol es el miedo, y Lino no lo tenía. Como auténtico miembro del mundo (y los negocios) del espectáculo, estaba acostumbrado a apostar todo en esa ruleta en la que a veces se gana y otras veces se pierde. De eso se trata el oficio, esas son las reglas de juego y él lo tenía muy claro. En el Maipo produjo más de 150 espectáculos aunque no siempre cosechó éxitos: en 1975, poco antes de un estreno, la actriz Niní Marshall sufrió un aneurisma y él perdió más de medio millón de dólares; años después quedaría en bancarrota tras intentar convertirse en el propietario del Teatro Bambalinas. Sin embargo, ningún tropiezo lo acobardó y siempre pudo recuperarse.
Al echar un vistazo por su trayectoria, brillan los nombres propios como en una inmensa marquesina con luces de neón: Niní Marshall, Edda Díaz, Enrique Pinti, Carlos Perciavalle, María Rosa Gallo, Jorge Luz, Osvaldo Pacheco, Antonio Gasalla, Cipe Lincovsky, Marilina Ross, Egle Martin, Astor Piazzolla, Norma Aleandro, Amelita Baltar, Atahualpa Yupanqui, Moria Casán, Ricardo Darín, Valeria Lynch, entre muchos –muchísimos– otros. De 1983 a 1986 representó y produjo a Facundo Cabral. También fue productor y socio de Julio Bocca desde 1986 hasta su retiro en 2007 (el bailarín tenía como meta convertirse en un artista popular), y desde 1996 fue manager y socio de Les Luthiers, presentando todos sus espectáculos en América y España. En 1994 tomó posesión del Maipo, ese espacio mítico repleto de fantasmas.
Pero su talento no quedó circunscripto estrictamente a la escena nacional; también produjo a artistas y compañías internacionales de la talla de Liza Minnelli, Shirley McLaine, Philip Glass, el American Ballet Theatre, el Ballet Nacional de España, Sara Baras, Alessandra Ferri o Natalia Makarova. Hace unos años se desprendió de una porción de las acciones del Maipo, aunque continuaba en el rol de director artístico a cargo de la programación, junto a Carla Calabrese y Enrique Piñeyro como nuevos socios mayoritarios. Aún así, luego de la pandemia y el gran momento de zozobra que vivió el campo de la cultura en general y el teatro en particular, Patalano decidió inaugurar una nueva sala en el barrio de San Telmo, Castor y Pólux, que había funcionando como depósito de escenografía y vestuario de obras de Julio Bocca, Les Luthiers, Darín y Alcón, entre otros.
El productor solía decir que el teatro es pura ilusión. Le gustaban los ritos fastuosos a la hora de celebrar la firma de algún contrato promisorio, no podía imaginarse viviendo en los Estados Unidos porque todo terminaba demasiado temprano y en su nuevo espacio había una escultura de él caracterizado como Baco (obra realizada por el artista Carlos Benavídez). Se refería al Maipo como un “templo” y aseguraba que no creía en la muerte, prefería pensarla como un simple cambio de estado. Quizás por esa razón ni siquiera se inmutaba ante la presencia de los fantasmas, que a esta altura ya podrían ser declarados personalidades destacadas de la cultura (reconocimiento que él obtuvo en 2008); había aprendido a convivir con ellos. Por los pasillos y ascensores del edificio –se dice– rondan los espíritus de Cáceres, un maquinista chileno que se ahorcó en el techo en 1985, y Radrizzani, tras el incendio de 1943. Patalano dijo alguna vez que el juicio final no existe, que el infierno y el paraíso están acá. Su labor en el campo de las artes sin dudas contribuyó para que el mundo se asemeje más a lo segundo.