Es sorprendente el escaso tiempo que le tomó al gobierno de Mauricio Macri transformar a la Argentina en el país de la culpa y de la deuda. Hoy, tanto las personas discapacitadas como aquellas otras que perciben pensiones por viudez son culpables de haber robado al Estado hasta que prueben lo contrario.
La maquinaria culpabilizadora alcanza a los abogados laboralistas (tratados de mafiosos) y a los trabajadores que abusan de los juicios a su favor y empujan a las pymes a la misma ruina. Esto último se lo escuchamos todos al Presidente capturado por las fotos en un primer plano de furia. Incluso se señalan como probables estafadores aquellos obreros accidentados en medio del trabajo.
Estas y algunas otras docenas de declaraciones aplastantemente antipopulares suenan a increíbles torpezas de malgusto si no fueran las pautas que marcan el avance de un programa de medidas implacables donde no hay ningún margen de error.
La matriz restauradora y la línea neoliberal de este gobierno responde –no importa si lo sabe o no– al famoso anatema de Margaret Thatcher cuando, a principio de los ochenta, sentenció: “Ya no hay sociedades, sólo están los individuos y sus familias”, frase con la que convocaba a la violencia del consenso reprimiendo la crítica y anulando la memoria para, obviamente, demoler la política.
Hoy es evidente que en aquel momento había empezado un cambio cultural devastador. Y es también evidente que ese cambio procura adueñarse ahora de la Argentina, si es que ya no lo hizo.
La decisión macrista de invertir la carga de la prueba (todos son culpables hasta que demuestren lo contrario) reinstaló en estas últimas semanas las peores fantasías del universo de Kafka: ancianas y ancianos a quienes se les exigía revalidar la documentación con la que habían conseguido sus pensiones, debieron rebuscar entre olvidados papeles acaso lo que habían extraviado y después hacer colas de tres horas –de pie– en las antesalas de las oficinas públicas. Muchos debieron contratar gestores que interpretaran el galimatías de los formularios burocrático. Otro sacó un revólver y se pegó un tiro.
Es difícil no indignarse ante semejantes afrentas, es difícil reducir esas actitudes –aunque lo son– a puras estrategias políticas; uno percibe que la sociedad argentina ha sido atrapada por una suerte de epidemia de analfabetismo espiritual e insensibilidad social de la que no va a ser sencillo salir. Cuando al principio de esta nota mencioné a la culpa y la deuda tuve presente la palabra que en idioma alemán reúne a ambos conceptos: schuld.
Creo que la observación ya fue hecha en este diario anteriormente, pero ese vocablo sucita una tentación reflexiva ineludible y entonces vuelvo a ella, porque esa coincidencia no es un capricho semántico o una casualidad lingüística sino una perfecta designación conceptual: la culpa me endeuda y la deuda me culpa. Tanto se carga con una deuda como se carga con una culpa. Es preciso tener en cuenta que la culpa elimina la libertad y se encamina hacia su fin anulando derechos.
El gobierno de Macri está endeudando a la Argentina creo que como nunca antes había ocurrido y quienes cargarán con esa deuda –o esa culpa– serán los de siempre, es decir los famosos ciudadanos de a pie, o sea la mayoría. De ese modo, todos somos culpable (y corruptos), salvo los grandes empresarios, los contratistas de Estado, los servicios de inteligencia y una buena parte del Poder Judicial, es decir todos aquellos que señalan, acusan y se benefician.
Se busca doblegar de este modo a una sociedad, vaciarla de historia, inferiorizarla y volverla dependiente. En suma, se la violenta, lo cual es, desde todo punto de vista, extremadamente peligroso.