Más grave que haber perdido el Superclásico, fue la forma en la que River lo perdió. El equipo de Marcelo Gallardo todo el tiempo transmitió tibieza y aún en desventaja, careció de la fibra mínima indispensable como para alcanzar el empate. En juego y en actitud, River se llevó un aplazo de la Boca. Y aunque de ninguna manera ha quedado descartado de la lucha por el título (está a cinco puntos de Atlético Tucumán), los efectos de la derrota tal vez puedan hacerse sentir a futuro. Acaso, más pronto de lo imaginado.

El propio Gallardo puso en valor el resultado adverso: "Este fue un golpe anímico duro y está en nosotros poder levantarnos" dijo a la salida del vestuario visitante de la Bombonera. El técnico también tuvo su cuota parte en el cimbronazo: ideó un partido en la previa que no se le terminó dando sobre la cancha y forzó la inclusión como titular de Pablo Solari cuando físicamente no estaba para jugar. O estaba para hacerlo unos pocos minutos. Si el plan era sorprenderlo a Boca con tres centrales parados en el fondo y Andrés Herrera y Milton Casco yendo siempre por los costados, la realidad le dictó sus propias reglas: los laterales no sorprendieron a nadie (Herrera incluso no salió al segundo tiempo) y faltó volumen de juego. Tanto que "Juanfer" Quintero debió bajar casi hasta la mitad de la cancha para que le llegue la pelota y así quedó alejado de los delanteros Solari y Matías Suárez.

En el segundo tiempo, Gallardo dejo de lado su propia revolución: pasó a defender con línea de cuatro e hizo entrar a Rodrigo Aliendro por Herrera, a Esequiel Barco por Quintero (otra vez con problemas musculares) y al colombiano Miguel Borja por el disminuido Solari. Pero el equipo no acusó recibo y quedó expuesto en su propia apatía. Un sólo dato revela la tarea de River: no generó una sola situación de riesgo por acción de juego asociado. El cabezazo de Mammana que Rossi detuvo sobre la línea sobrevino de un córner muy bien ejecutado por Quintero. Y sucedió a los 6 minutos del primer tiempo. 

Pero lo que más debería alarmar a Gallardo es la escasa rebeldía de un equipo primero demasiado enamorado del empate y que después, se resignó antes de tiempo a la derrota. River fue a la Bombonera desprovisto del espíritu y el fuego sagrado que supo mostrar en tantas otras ocasiones. Después de aquella inesperada eliminación ante Tigre en el Monumental por los cuartos de final de la Copa de la Liga, el equipo se le fue de punto al entrenador. Y no lo pudo hacer arrancar. Logró un punto de nueve en las tres primeras fechas del actual campeonato, Vélez lo dejó a la intemperie en la Copa Libertadores y nunca pudo ganar mas de dos partidos seguidos.

Hay que decirlo con claridad: River se cree más de lo que es. Pero tiene menos de lo que cree. Y ya no remarca las diferencias como antes. Si además, se desanima y no reacciona cuando los partidos no se les dan como pretende, los problemas serán aun más serios. Más allá de que en los números, el campeonato le siga entregando señales positivas.