La envejecida monarquía británica perdió a su soberana, sus posesiones se redujeron de manera ostensible y sus súbditos también. Pero la histórica flema sigue ahí, apolillada, posada sobre catorce estados nacionales que todavía le rinden pleitesía a la corona. Son los restos de un imperio que se conservan hasta ahora, con Australia, Canadá y Nueva Zelanda entre las mayores joyas de la reina. Pero sigue latiendo su historia plagada de ocupaciones, colonias y protectorados regados con millones de muertes en los cinco continentes a lo largo de siete siglos.
En esos dominios donde nunca se ponía el sol, su majestad Isabel II y el formidable aparato de dominación que tuvo a su disposición entre 1952 y 2022, dejaron a su paso países destruidos, guerras de rapiña, botines incalculables, protestas reprimidas de pueblos que buscaban su emancipación y un enorme archivo descubierto en 2011 que ocultaba pruebas de los crímenes cometidos en nombre de la reina. Es lo que se salvó de ser incinerado para evitar que cayera en manos de gobiernos independientes después de la descolonización tan incompleta como inevitable.
Solo en América, la ocupación británica lleva 415 años de continuidad. Desde 1607, en Jamestown, Estados Unidos -donde se fundó el primer asentamiento de las llamadas trece colonias -, los ingleses nunca se fueron del continente. Las Malvinas argentinas son la expresión más evidente de esa rémora imperial. El reinado de Isabel II durante 70 años – que incluso superó la extensa época victoriana de su tatarabuela entre 1837 y 1901 – dejó una herencia de naciones sometidas a la fuerza de las armas, desde África y Asia a la propia América y la vieja Europa. Catorce de ellas continúan hasta hoy regidas por la monarquía, pero si se suman las que integran el Commonwealth llegan a cincuenta y seis. Es la organización que reúne a los países que mantienen lazos históricos con la corona del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
El rey Carlos III, hijo y sucesor de Isabel II en el trono, será jefe de Estado de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, las Islas Salomón, Tuvalu, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica y San Cristóbal y Nieves. Pero de esa lista de naciones, las últimas seis ya habían solicitado despegarse de la monarquía. El 30 de noviembre de 2021, Barbados fue el primer adelantado y se transformó en la república más joven del mundo. Realizó una serie de enmiendas a su constitución impulsadas por el Partido Laborista y se liberó del imperio británico y su soberana.
En declive, la corona podría ir perdiendo por goteo esos países donde todavía se la reconoce como una autoridad simbólica antes que real. La impopularidad de la monarquía aumentará con Carlos III, un sucesor sin carisma. Robert Goddard, un académico nacido en Barbados que da clases en la Universidad Emory de Atlanta, EE.UU, dijo hace un tiempo en diálogo con la BBC: “Hay algo simbólicamente incómodo en que una democracia mayoritariamente negra tenga como jefe de Estado a un miembro de la familia real británica, que durante siglos ha colonizado estos territorios y los pobló con esclavos africanos para producir azúcar y ron destinados al consumidor metropolitano”.
La reina fallecida tampoco era tan cosmopolita como había entronizado esa idea la corriente historiográfica oficial. La Corte durante su reinado prohibió que los inmigrantes negros o extranjeros trabajaran en el área administrativa del Palacio Real hasta fines de los ’60. Casi dos décadas llevaba Isabel II en el trono.
A lo largo de su extenso mandato, Inglaterra intervino dejando tendales de víctimas en todos los continentes. Con Winston Churchill todavía como primer ministro, el reino asesinó, torturó y confinó en campamentos a la población local durante la revuelta del movimiento Mau Mau en Kenia. En 1953, Gran Bretaña ordenó el derrocamiento del líder elegido democráticamente en la ex Guayana Británica, hoy Guyana independiente. Mandó tropas y buques de guerra, suspendió su constitución y así interrumpió un plan de nacionalizaciones del gobierno.
El mismo año, otro golpe de Estado terminó con la democracia en Irán. Depusieron al primer ministro Mohammad Mosaddeq que había osado nacionalizar el petróleo y se alertó al Sha – el monarca iraní – por un sistema codificado que utilizaba la BBC de que el gobierno había caído para facilitar su regreso al poder. La CIA reconoció su participación en el derrocamiento en 2013 en colaboración con el M16, el espionaje británico.
La participación en la Guerra de Corea, entre 1950 y 1953, no fue una excursión recreativa para el imperio inglés. Envió a más de 80.000 soldados para colaborar con Estados Unidos en pleno auge de la Guerra Fría. Isabel II ya portaba la corona, aún muy joven, en este conflicto que ocasionó varios millones de víctimas a ambos lados del Paralelo 38.
Los británicos también fueron precursores en el uso del agente Naranja durante un conflicto en Malasia que se extendió hasta 1960. Rociaron a la población como haría años después EE.UU, su socio militar, en la Guerra de Vietnam. La ocupación de Irlanda, entre otros episodios violentos a lo largo de la historia, tiene un mojón. Este año se cumplió el 50° aniversario del 30 de enero de 1972, la fecha del llamado Domingo Sangriento. Un regimiento de paracaidistas del ejército británico asesinó a 13 civiles durante una marcha de protesta pacífica en un área de predominio católico en Londonderry, Irlanda del Norte.
Los primeros veinte años de reinado de Isabel II estuvieron impregnados de este tipo de intervenciones militares violentas. Cuando se cumplieron treinta, ya sin Churchill, pero sí con otra política conservadora, la primera ministra Margaret Thatcher en Downing Street, Inglaterra tomó las Malvinas después de una guerra de 74 días y 649 soldados argentinos muertos. Casi la mitad terminaron hundidos con el crucero General Belgrano fuera del área de exclusión. Campañas belicistas más recientes en Libia, Irak, Afganistán y Yemen demostraron la capacidad de daño de la maquinaria bélica británica como engranaje clave de la OTAN.
En 2011 se descubrieron 307 cajas con documentación confidencial que probaba cómo el gobierno inglés se deshizo de archivos en sus ex colonias con el objetivo de no dejar señales de su política criminal en esos países. Los papeles fueron encontrados en una dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores Británico, el Foreign Office, en Hanslope Park, Buckinghamshire. Al caso se lo conoció como Operation Legacy (Operación Legado), un programa de destrucción sistemática de documentos que se aplicó desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta los primeros años de la década del ‘60 en 37 territorios ocupados.
Entre la documentación recuperada y desclasificada, hay un telegrama fechado el 3 de mayo de 1961, firmado por Iain Macleod, jefe de la Oficina Colonial del Reino Unido, con destino a todas las embajadas británicas. Explica cómo rescatar documentos oficiales de países recientemente independizados o en vías de independizarse para deshacerse de ellos y ocultarlos a los gobiernos que habían dejado atrás al imperio británico.