Fue obrero del salitre. Hernán Rivera Letelier (1950) incorpora a la escritura del continente latinoamericano a los trabajadores como personajes de su obra. Rivera Letelier habla de literatura, la situación del mercado editorial y el compromiso político con una gran dosis de humor. Su novela La reina Isabel cantaba rancheras, publicada en 1994 después de ganar un concurso en Chile empezó a llamar la atención del periodismo y el público y lo lanzó de lleno a la literatura. 

¿Qué es más peligroso bajar a una mina o construir historias?

-Ni bajar a una mina ni bajar a la escritura porque la mina donde yo trabajaba a ras de tierra no era subterránea. Descubro la escritura a los veintitantos años, descubro que puedo escribir, ese descubrimiento me cambió la vida.

¿La escritura redimió la vida anterior que usted tuvo?

-Sí. Hasta los 21 años era un tipo que vivía al margen de todo, de la sociedad, como en la orilla del río, viendo pasar la vida. Pero siempre con un anhelo de comunicación, que no lograba porque yo era, lo soy aún, un tipo muy callado, muy tímido, muy para adentro.

Muy chileno...

-Muy chileno. Descubrí la escritura y dije es lo mío, aquí puedo decir lo que no puedo decir hablando. Y me embarqué así por olas, con la pura estrella del sur. Lo que me produjo un deslumbramiento fue la lectura del escritor argentino Leopoldo Marechal. Lo descubrí en la biblioteca solo. Buscando libros de poesía.

Cuando usted se acercó a la literatura argentina ¿qué semejanzas y diferencias vio con la chilena?

-Me interesó mucho la literatura argentina sobre todo la prosa, por el desparpajo que tenía, por lo irónico, por lo corrosivo, por lo lúdico con el lenguaje, con las palabras. Pienso que la novela en Chile tiene un acartonamiento y una solemnidad enfermiza. Por eso yo digo que La Reina Isabel cantaba rancheras algo hizo por la novela de Chile, es barrer de un plumazo el aburrimiento. Lo que me gustó y me atrapó de la novela argentina fue eso: no tenerle miedo a la risa. Algunos escritores piensan que el buen humor o la risa o la carcajada no entran en la literatura. Estos tipos pensaron que Dios no se ríe.

¿Cree en Dios ?

-Creo en algo.

Debe sentirse cerca de Dios cuando está en el salitre.

-Fíjate que hay una experiencia muy linda, tú sabes que los cielos del Norte de Chile, del desierto de Atacama, es el cielo más diáfano del planeta, no en vano pusieron observatorios los gringos. Yo trabajaba por turnos, una semana de día, otra semana de noche, en mi turno de noche cuando estábamos trabajando a veces se cortaba la energía eléctrica. Quedaba todo a oscuras y todas las maquinas se paran, entonces mis compañeros de trabajo aprovechaban para irse a dormir para recuperar sueño, yo aprovechaba esa oscuridad y ese silencio absoluto y me tiraba de espaldas en la arena a contemplar el espectáculo majestuoso donde uno siente el vértigo de estar vivo. Y todo ese espectáculo increíble es gratis.

Cuando usted empieza a escribir La Reina Isabel cantaba rancheras ¿con que dificultades se encontró?

-En ese momento había dado el paso de la poesía al relato. De pronto descubrí que mis poemas tenían un cuento, eran muy anecdóticos, entonces los comencé a rehacer como cuento corto. Fue un paso no previsto y ahí fue cuando comienzo a escribir la novela. Que primero fue un cuento. Empecé a escribir la novela y ya llevaba una cuarta parte escrita y me di cuenta que era un atrevido. Porque estaba escribiendo una novela sin tener la mas mínima noción de lo que era la técnica novelística.

¿Y qué hizo?

-Paré. No puedo pecar de ignorancia. Estaba haciendo cosas, a lo mejor la estaba haciendo bien, no sabía lo que estaba haciendo. Quería romper reglas, quería hacer una novela como a mi gustaría leer una novela. Me di cuenta que para romper las reglas primero hay que conocerlas. Paré de escribir durante diez meses. Conseguí, compré y robé libros que me hablaran de la técnica. Leí todo lo que pude leer, junté todo lo que pude aprender sobre técnicas, sobre la teoría literaria, luego que “aprendí” todo lo archivé y empecé a escribir la novela que yo quería.

¿La llevó a alguna editorial?

-La envío a un concurso que se había creado en 1993. La novela la escribí en 1994. Es el premio nacional que otorga más dinero en Chile y ahí mandó todo el mundo. En el 93 no me apuré y dije la termino y en el 94 gano el concurso. En 1993 el primer premio se declaró desierto por parte del jurado. Se presentaron 90 novelas. Al año siguiente la cosa se complica. Los 90 iban a arreglar sus novelas, iban a cambiar el nombre más los nuevos que se iban a presentar. Estaba seguro que lo ganaba. Participara quien participara. Algunos me decían que era un creído. Y lo gané. Y al ganar el concurso se me acercaron las editoriales.

En la tradición de la literatura chilena ¿de quién se siente más cerca?

-Me siento mucho más cerca de los poetas de Chile.

Cuando narra lo que vivió en su trabajo en la mina ¿le parece que en un escritor tiene que mediar la experiencia para contar algo o tiene que recurrir a su imaginario?

-Pienso que ambas cosas son inseparables. Tiene que tener imaginación y tiene que tener experiencia. Todo lo que uno escribe parte de alguna manera de un hecho real, no se imagina desde la nada. La experiencia es tan importante como la imaginación. Ahora si yo me siento menoscabado ante tantos escritores que son intelectuales que dan clases en universidades en distintos países le digo que no. La teoría se aprende en los libros. Ellos lo aprendieron y yo lo puedo aprender como lo estoy haciendo, pero ellos no me van a enseñar lo que yo he vivido.

De lo vivido ¿qué le queda por relatar?

-Mucho. Yo no relaté ni la décima parte de lo que tengo para contar. Llevo escrita dos novelas, un libro de poemas y un libro de cuentos breves y aún me queda mucho. Estoy trabajando en la tercera novela. Pienso que en Chile soy un escritor atípico y digo que mi tercera novela va a ser mejor que La Reina... y mejor que el Himno del ángel parado en una pata porque soy el primer sorprendido por lo que escribo. Jamás me sentí tocado por la gracia divina. Con mucho trabajo. Siempre dije que más que un escritor soy un corrector. Corrijo setenta veces siete.

¿Tiene hijos?

-Sí. Cuatro.

¿Qué dicen de su trabajo?

-Mis libros andan por todas partes, están traducidos al francés, en Italia, están publicados en España, los están en todo el continente. Y en otros continentes y en mi casa aún no me leen. Después de llegar de giras, hoteles grandes y entrevistas en la TV, lo primero que hacen en la mañana es mandarme a comprar el pan.