Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Yma Súmac y la industria cultural de Estados Unidos (el país que consagró a la cantante a mediados de la década del 50) todavía no sabe cómo definir su música. Las cinco octavas a las que la peruana era capaz de llegar con su voz siguen siendo récord Guinness: de soprano a barítono en un pestañeo, su versatilidad vocal es casi la metáfora perfecta para definir su vida, de la que abundan tantas experiencias disímiles como mitos y algunas imprecisiones. Es, para muchos historiadores del arte, la creadora de lo que hoy se denomina “World Music”.
Durante mucho tiempo se creyó que Yma Súmac había nacido el 10 de septiembre de 1922 en la zona andina del norte peruano, la provincia de Cajamarca, aunque una documentación posterior indicó que en verdad ese hecho sucedió tres días después por el puerto El Callao, cerca de Lima, pero más aún del aeropuerto que tantas veces ella tomó para recorrer el mundo. Otro papel con membrete oficial también confirmó lo que hasta ese entonces se suponía que no era más que una leyenda para construir su biografía: su ascendencia en Atahualpa, el último gobernante del Imperio Inca.
También se decía que había aprendido a cantar oyendo a las distintas aves autóctonas de Cajamarca, el lugar donde ella se crió y fue descubierta a los 16 años por Moisés Vivanco, su mentor, compositor y pareja, no siempre en ese orden, aunque fundamental en la construcción de un fenómeno que tardó mucho en crecer, pero cuando lo hizo fue explosivo. Vivanco fue quien, entre otras cosas, le puso a Zoila Chavarri el nombre con el que se hizo mundialmente conocida. Yma Súmac significa “qué bonita” en quechua y Vivanco no mentía: la cantante chalaca tenía rasgos fascinantes entre sus facciones indígenas y un irresistible par de ojos verdes.
Su música intrigante, psicodélica y experimental se aceleró cuando la pareja, cansada de la indiferencia del Perú, decide establecerse en norteamérica. Primero van a Nueva York, aunque consiguen atención recién cuando cruzan el país y recalan en Los Ángeles. Estados Unidos alucinó con esa voz dulce y salvaje que iba de los pajaritos a un terremoto. Fue el comienzo de la meteórica carrera de Yma.
Trinos, graznidos, susurros, gritos, ladridos y rugidos, el repertorio vocal de Sumac parecía resumir todos los sonidos posibles de la naturaleza en un canto que rara vez se apoyaba en letras: su garganta ya bastaba para decir muchas cosas sin tener que enunciar palabra alguna.
En 1950 Capitol Records tenía entre sus filas a un artistario que iba de Nat King Cole a Duke Ellington, todos éxitos asegurados. Sin embargo, la poderosa discográfica no titubeó en apostar por el exotismo de la peruana y los resultados llegaron al instante: “Voice of Xtabay” y “Legend of the Sun Virgin”, los dos primeros discos, superaron en ventas a todas las demás propuestas del catálogo. Eso empujó a Yma a desandar su otra pasión, la actuación, con una participación en “La leyenda del Inca”, protagónico de Charles Heston.
El crecimiento trepidante se condensó en “Chuncho”, canción de “Inca Taqui”, que significa “plumaje” en quechua, aunque en Estados Unidos se tradujo como “Las criaturas del bosque”. La composición angular del tercer disco de Súmac la mostraba alcanzando sus famosas cinco octavas, algo a lo que Yma fue capaz de llegar incluso en sus últimos años de vida, antes de su fallecimiento en 2008. Los medios estadounidenses alucinaban con su puesta, diarios y revistas le prodigan los adjetivos más halagüeños y una estrella con su nombre es colocada en el Paseo de la Fama de Hollywood, siendo la primera mujer sudamericana que lo consigue.
En menos de un lustro toda la industria musical hablaba de Yma Súmac mientras ella hacía su primera gran gira por Europa. De regreso a Estados Unidos surge el primer problema: Migraciones le hace problemas por su ciudadanía y la de Moisés Vivanco, quien permanece detenido en Nueva York durante un mes. La salida de “Mambo!”, su cuarto disco, se demora un año y sale recién en 1955. Como si fuera poco, la pareja comienza con problemas: Vivanco tiene una hija con Chilota Rivero, cantante boliviana que solía aportar coros a los show en vivo. Yma termina alejándose de quien era su esposo y se anima a seguir su carrera en soledad, aunque la intensidad parece apagarle el fuego del amor, ya que desde allí en adelante jamás podrá rehacer su vida sentimental.
En el medio de los escándalos, Súmac viaja a la Unión Soviética y encandila a Nikita Jrushchov, quien le paga para que se quede girando por los aforos de Rusia durante casi todo un año. En Estados Unidos aparece el rock, hace volar todo por los aires y Súmac parece dejar de revertir novedad en el público norteamericano. De vuelta a Perú es duramente criticada por lo que los conservadores consideran una herejía: utilizar sonidos ancestrales del folclore andino para comercializarlo con técnicas e instrumentos electrónicos y modernos. En Cusco, la viaje capital del imperio que gobernó su antepasado Atahualpa, la reciben con piedras y abucheos.
Después de una década de silencio, Yma vuelve a los estudios para grabar lo que terminaría siendo su último registro, “Miracles”, un disco fabuloso en el que se entrevera con los sonidos del rock que aquel 1972 ofrecía. Un siglo después de su nacimiento, el país en el que nació no le rinde mayores tributos: no hay calles importantes con su nombre, ni siquiera una plaza. El recuerdo más vigente de Súmac, curiosamente, está en Argentina, donde bautiza a la calle principal de Rodrigo Bueno, barrio porteño habitado mayormente por sus paisanos. El país en donde Yma logró grabar su primer disco por Odeón y hasta cantar en el Teatro Colón mucho antes de su éxito en Estados Unidos la posteriza ahora en una traza que, además, la hace cruzar con otro talento mundial de la música del Perú: Chabuca Granda.