La monarquía sobrevive aún, además de en España, en otros cinco Estados miembros de la UE –Bélgica, Dinamarca, Países Bajos, Suecia y Luxemburgo–. Los monarcas son jefes de Estado de unas -así llamadas- monarquías parlamentarias o constitucionales, y el cargo pasa automáticamente, como acaba de suceder en el Reino Unido, de madres –y padres, sobre todo– a hijos, una anomalía democrática en sus propios términos.
Las monarquías que aún perviven en la UE han superado diversos avatares, como ya le sucedió a lo largo de los 70 años pasados a la fallecida reina Isabel II –el momento más crítico fue en los tiempos de la muerte de Diana Spencer, primera esposa del nuevo rey, Carlos III–.
Contra lo que pudiera parecer, aun en sociedades modernas y supuestamente abiertas y libres, los monarcas gozan de relativamente buenos anclajes –por encima del 70%– en las sociedades en las que han logrado permanecer imbricados, según revelan las pesquisas de la empresa demoscópica Ipsos.
La que menos apoyos tiene entre ellas es la monarquía española. Hay, para ello dos razones relevantes. Por un lado, porque tiene hoy una legitimidad de origen más que cuestionable, "un dictador y una matanza", para una de las vicepresidentas del Ateneo Republicano, la investigadora Pura Sánchez; "una continuación del franquismo", según el sociólogo de la Universidad del País Vasco, Imanol Zubero; "el dedo del dictador", en palabras de Isidoro Moreno, catedrático de Antropología de la Universidad de Sevilla.
Y, por otro, las andanzas, por así decirlo, del rey emérito de España Juan Carlos I, que abdicó en su hijo Felipe y vive fuera de España después de haber protagonizado escándalos de todo tipo.
Ipsos reveló ya en 2018 que casi dos de cada cinco españoles (37%) es partidario de abolir la monarquía para mejorar el futuro del país frente a tan sólo un 24% de la población que cree que una posible suspensión sería negativa –el 40% que no sabe o no cree que no cambiaría nada–.
Este dato fue elevado después, en 2021, al 39% por la encuesta que varios medios independientes hicieron en España debido a que el CIS dejó hace años de preguntar por la monarquía. Un 39,4% de los españoles votaría por la república en un referéndum frente a un 31% que apoyaría la monarquía.
Porcentajes altos, comparados con otros países europeos. En Gran Bretaña sólo el 15% de los británicos cree que el fin del legado de los Windsor sería positivo; en Bélgica, un 17% de la población que ve positiva la abolición de su monarquía; en Suecia, un 23% afirma estar a favor del final de su Corona. En Dinamarca el 82% de la ciudadanía apoya a la monarquía y el 70% en los Países Bajos.
Nostalgia y arraigo
Independientemente de esta valoración, ¿tiene futuro en sociedades presuntamente abiertas y con libertades políticas una institución como esta, hereditaria y que implica una contradicción en sus propios términos con lo que implica una democracia real? El sociólogo Zubero analiza que sí, que pueden "venir buenos tiempos para las monarquías". Si es así, ¿por qué?
Zubero cita el ensayo Retrotopía del filósofo Zygmunt Baumann para abrochar su argumento: "En él, juega con la idea de la nostalgia, de la melancolía, de la búsqueda de arraigo".
"Hay –prosigue Zubero– mucha gente a la que le va bien en este mundo sin fronteras, pero son los pocos y es posible que los fenómenos que van a marcar el futuro funcionen a partir del arraigo, de la recuperación de los orígenes. Hay mucha gente desarraigada en el mundo: un cierto pasado embellecido puede funcionar. Con nostalgias por tiempos más estables, menos inciertos, las monarquías tienen un cierto valor de uso, dan sensación de continuidad".
Añade Zubero: "En un mundo muy cambiante, si no se equivocan mucho, como Juan Carlos, podrían jugar a ser esa institución un poco ancla". Abunda en esta idea Moreno: "En sociedades líquidas en procesos de cambio muy rápido, la existencia de la monarquía actúa como un referente de continuidad, frente a la incertidumbre, lo estático. Hay una frase general en las monarquías: el rey ha muerto, viva el rey".
Para Sánchez, "las monarquías europeas lo que han encontrado es una manera camaleónica de adaptación al medio que les permite sobrevivir, que se basa en ser discretos, que no traspase lo que piensan, no intervenir demasiado, para no molestar demasiado".
Para Moreno, Isabel II cumplía con "un papel de icono", un papel que "se contradice con la intervención en asuntos públicos". "No es casualidad (su pervivencia). No se conocía su opinión sobre nada: esto le ocurre a las estatuas, a los jarrones. No daba opinión de nada. Es un factor positivo el ser un símbolo inanimado, sin alma, sin opinión. La adoración, la veneración de símbolos que están por encima de los grupos sociales y de la propia nación y no molestan, se sitúan en un ámbito sagrado. Esta relación de sumisión ante lo sagrado, lo venerable es fundamental (para comprender las monarquías)".
Poder y dinero
"El futuro –añade Sánchez– puede pasar por ahí. Cuanto menos ruido demos, mejor, piensan. Y, mientras tanto, se van asimilando a una aristocracia que basa su poder en la acumulación de riqueza. Se hacen fuertes, se aseguran ese otro pedigrí y se insertan en esa aristocracia del dinero. En ese grupo social también hay un privilegio de sangre: los herederos de los banqueros son los nuevos banqueros, ahí tenemos a Patricia Botín. Por ahí va el futuro desde un punto de vista político: no molestar y tener manos libres para la acumulación".
Ciertamente, este es un asunto de importancia fundamental para comprender lo que es una monarquía en la segunda década del siglo XXI. Carlos III ha heredado de su madre Isabel II, además, del trono, según el semanario The Economist, un patrimonio inmenso –solo el ducado de Lancaster está valorado en unos 650 millones de libras–. Algunos de los problemas de Juan Carlos han tenido también que ver presuntamente con estos asuntos crematísticos: cuentas ocultas en Suiza, presuntos ingresos no declarados en Hacienda…
"(Las monarquías implican) una serie de privilegios que se dan de narices con la igualdad de derechos y obligaciones. Es una antigualla institucional que le viene muy bien a quienes quieren garantizar el statu quo económico y social. En la medida que quien encarne la institución logre estar considerado por encima de las luchas políticas es una garantía de mantenimiento", analiza el antropólogo Moreno.
"En España –añade– la monarquía es la piedra angular de sistema político y económico del país: esa visión unitarista, heredera de Castilla y la partitocracia que apoya esto. Es la contradicción que ha tenido bastante gente: soy republicano y también juancarlista. Esos, incluido Alfonso Guerra (exvicepresidente del Gobierno socialista), no dicen nada desde hace unos años ¿Ahora piden la república? No. La monarquía fortalece el statu quo político, económico y social".
Lo sagrado
Moreno explica desde un punto de vista antropológico una de las causas fundamentales de que hoy esa "antigualla" siga en pie. "Una de las cuestiones es en general, en plural, que la monarquía entra en la esfera de la sacralidad, no de la religiosidad, sino de lo sagrado, que es lo intocable, lo que permanece, lo que se autolegitima".
"Las instituciones –reflexiona Zubero– tienen esta característica: cuanto más duran, más se asientan y forman parte del escenario cultural y social de donde viven. Mantenerse les da legitimidad cada vez mayor".
"¿Cuál es la función de un monarca?", se pregunta Moreno. "Cumple –explica el catedrático– una función simbólica. Alguna gente piensa que lo simbólico es algo abstracto. Esto tiene una gran eficacia, sobre todo si esos símbolos se sacralizan o se acercan al ámbito de lo sagrado. Por encima de los individuos, incluso de la sociedad, es una garantía del statu quo. Los reyes, ahora y en otras épocas históricas, tienen mana (una palabra de la antropología utilizada con los reyes de la Polinesia en estudios antropológicos, que significa una especie de encanto especial, de tirón sobre la gente, de poder por encima de las voluntades): las monarquías tienen mana. En sociedades de alta tecnología parece que decir esto es una barbaridad, pero no. Existe ese fervor hacia determinadas personas, como Isabel II, una señora cuyo mérito fundamental es que ha podido durar".
Acabar con las monarquías no es un asunto sencillo. "Seguramente –afirma Zubero– buscarán otros anclajes más simbólicos: cuando estaba Franco, se hablaba de la lucecita del Pardo siempre encendida: algo de eso hay; una cierta vuelta a las religiones, a los nativismos".
Sánchez considera que es necesario un cambio de paradigma en estos debates entre monarquía y república: "El advenimiento de una república por sí mismo no tiene por qué ser transformador: si los derechos son papel mojado, las constituciones no nos van a salvar de nada. Un republicanismo burgués, a estas alturas de la película, no nos salva de nada. La ilustración construyó la ciudadanía y la otredad para negros, pobres, mujeres, un concepto muy amplio de otredad".
"Tendríamos –añade Sánchez– que ser capaces como sociedad de construir sobre otro contrato social, y no tanto sobre monarquía/república. Pongo un ejemplo: a Andalucía no la salvará una república con el mismo papel de dependencia y subalternidad, igual que a las mujeres no nos salvó la razón ni dios: hay que partir de un contrato social completamente nuevo que desembocara en una república, porque la monarquía es privilegio. Pero no son lo únicos, hay otros sectores privilegiados".
"Esto es otro paradigma. Me preocupa –remacha Sánchez el razonamiento– en verdad esta discusión es un tanto reduccionista: república mejor que monarquía. No hay que idealizar. Han pasado muchas cosas por en medio. Quizás tengamos que buscar lo que los republicanos tradicionales buscaban, pero por otros caminos. Estamos en otro contexto histórico y mundial. En manos de entidades supranacionales hemos puesto a la economía y al mercado. Hablar hoy de soberanía nacional es una entelequia, por eso yo hablo de otros mimbres. La esperanza es lo último que se pierde".