Sharon Horgan es hoy el nombre obligado de la comedia irlandesa, pese a sus orígenes londinenses. De esas costas rocosas y soleadas de a ratos en Bellewstown –donde se mudó con su familia a los cuatro años-, de esas iglesias medievales que modelaron su educación conventual, y de su pelo rojizo y su mirada irónica sobre las tradiciones locales nace su inconfundible humor, tan cálido como negrísimo, atento a amores y amistades, a los vaivenes de parejas y familias, al peso del arraigo y los intentos de liberación. Su nueva comedia es Bad Sisters, estrenada en Apple TV hace algunas semanas e inspirada en la belga Clan (2012), pero con el toque autóctono de los bañados de Forty Foot en las cercanías de Dublín. Cinco hermanas criadas en soledad luego de la temprana muerte de sus padres defienden su cofradía ante a una persistente amenaza, la de un cuñado déspota y desagradable que orada los cimientos de la unidad familiar. El cuerpo de John Paul Williams (el danés Claes Bang) yace en un ataúd con una discreta erección fruto de una muerte violenta, mientras las hermanas Garvey desfilan una a una por su funeral. Lo que queda por descubrir es la verdad detrás de ese augusto pacto de silencio que mantiene oculta la comunión de esa virtuosa familia.
Las Garvey parecen haber resistido más de una desgracia. Sus padres murieron demasiado jóvenes y Eva (el papel que se reserva Horgan) debió asumir el mandato de la crianza como deber de hermana mayor. Ese privilegio la dejó a cargo de la casa familiar, espacio inmenso donde de vez en cuando se hace demasiado pesada su soledad. Después de ella vienen Grace (Anne-Marie Duff), sumisa y complaciente bajo la égida de John Paul; Úrsula (Eva Birthistle), enfermera y madre de tres hijos que sostiene un culposo affaire con su profesor de fotografía; Bibi (Sarah Greene), enérgica y algo cínica, con un parche en el ojo que parece guardar otro de los sinsabores familiares; y la joven Becka (Eve Hewson), masajista terapéutica, enamoradiza y sin demasiada suerte para los negocios. La orfandad de las Garvey encontró el mejor antídoto en la hermandad que las une, en las ceremonias culinarias compartidas, las celebraciones de Navidad, los baños en las frías aguas de la bahía de Dublín. Y cada una de sus recientes desdichas parecen resumirse en la onda expansiva de John Paul: sus maltratos a Grace bajo una mueca de condescendencia, los rigores que agobian a la adolescente Blanaid (Saisse Ní Chuin) –su hija y sobrina de las Garvey-, su extorsión a Úrsula, la competencia laboral con Eva, el ojo perdido de Bibi, la ruina financiera de Becka. Lo que se dice un villano con todas las letras.
En ese juego de secretos y mentiras que une la muerte de John Paul y el pacto de las hermanas, la serie viaja en el tiempo hacia el pasado, no solo revelando la monstruosidad detrás de ese cuerpo ahora inerte en el sarcófago sino también la compleja alianza que las Garvey tejen en el seno del mundo doméstico. Junto a sus co-creadores Brett Baer y Dave Finkel (ambos productores de series como Rockefeller Plaza, United States of Tara y New Girl), Horgan asume los horrores familiares con el perfecto filo de la comedia. Su escritura es concisa e ingeniosa, sus diálogos capturan la oscuridad de ese calvario con el intenso pulso de la liberación. Y, al mismo tiempo, se apropia de un género como el policial, en la pesquisa que inician dos investigadores de seguros para eludir el pago de la póliza de John Paul. Son los hermanos Claffin: el pelirrojo Thomas (Brian Gleeson), como una versión moderna del Clouseau de Blake Edwards, torpe y desesperado, presionado por deudas y por su inminente paternidad, esclavo de ese rol que viste con aires de parodia; y el músico Matthew (Daryl McCormack), herido por sus recientes fracasos, disconforme con los métodos de su hermano en el ejercicio de una conciencia nunca solemne, unido a las Garvey mediante un romance impensado.
Si en el presente domina el hilo del policial, con los sabuesos Claffin detrás de la misteriosa muerte de John Paul y la unidad de las Garvey sostenida bajo el peso de la sospecha, el pasado se construye alrededor del horror, de la ominosa presencia del insistente villano, cuyas mezquindades abonan los sucesivos planes para eliminarlo. Incendios provocados, manjares envenenados, ceremonias que concitan un nuevo estado para aquella inocente hermandad ahora destinada al crimen. Horgan combina con soltura el humor con ambos géneros y sus tradiciones, inyectando en el presente un aura de sátira al policial, una pátina de consciente autoindulgencia a esos aspirantes a detectives que se miran en el espejo del legendario Edward G. Robinson cuando quería descubrir la verdad detrás de la doble indemnización de Pacto de sangre (1944). Y el pasado modela, con el justo patetismo, la monstruosidad de John Paul, inerte y avinagrado en cada una de sus bromas insidiosas. El humor de las hermanas en la consecución de sus planes, en las dudas que asoman tras su convicción, nunca altera su humanidad, el deseo de recuperar a Grace, de salvarse ellas y lo que queda de ese mundo propio.
Sin la promisoria fama de Phoebe Waller-Bridge y su Fleabag, o de los aires millennial de las otras creadoras de comedia que han reinventado la ficción británica en los últimos años, como Aisling Bea , Daisy Haggard o Mae Martin, Sharon Horgan ha sido artífice de un humor más adulto, más cáustico y no tan autobiográfico, que puede rastrearse en comedias como Pulling –sobre la amistad femenina- , Catastrophe –sobre los dilemas de la pareja-, o Motherland –sobre los desafíos de la maternidad-, sin renunciar a las oscuridades de esos universos bajo el amparo de la risa. En varias de ellas, como también en su colaboración con Aisling Bea en This Way Up –un retrato de la relación de dos hermanas que se despliega en sus divertidos altibajos-, asoman sus raíces irlandesas, el peso de la religión católica en los entramados familiares, la compleja relación con Inglaterra y el ardiente paisaje que les da el marco ideal.
Esa fue su clave a la hora de apropiarse de la belga Clan, torciendo la slapstick del original hacia el british “understatement” que definía Hitchcock –“la presentación en tono ligero de acontecimientos muy dramáticos”- , pero también vistiendo a John Paul de una villanía conservadora y atildada antes que grotesca, un hombre vanidoso y arrogante, con una fría sensualidad que esconde en sus prolijos modales la más oscura de las perfidias. Horgan es una de las voces más interesantes en ese cruce habitual entre crimen y familia, forjando en las dimensiones humanas de sus personajes, en sus connatos de agresión, de frustración, entre esas espesas paredes que convierten al hogar en prisión y refugio, el insidioso retrato de los monstruos contemporáneos.