En Film-Socialismo (2010) llegó al punto de decidir no ir a filmar sino envió colaboradores a que lo hagan por él. No importaba tanto que él estuviera allí. Porque lo crucial no era el registro, sino cómo luego se montaban esas imágenes, ya que no importaba la producción autoral del registro. Jean-Luc Godard se terminó transformando en un DJ de las imágenes del mundo, podríamos decir que construyó una política del sampleo. Se apropió de las imágenes y a partir de la forma en que las relacionó, encontró nuevos sentidos. “No soy yo quien hace la película. No soy sino su organizador conciente”, diría. 

En su cine siempre estuvo contenida la cita, pero sus últimas películas se volvieron pura cita de imágenes y palabras, cumpliendo el anhelo benjaminiano que fue el de producir un libro solo de citas. Godard citó las imágenes, los pasados, la historia a través del cine; queriendo encontrar nuevos sentidos con yuxtaposiciones temerarias. 

Godard vagabundeó con las imágenes, convirtiéndose en un observador de incógnito, un fisgón en el mundo de las imágenes. No trató de registrar los sujetos y las cosas, sino imprimirle su espíritu a las imágenes que encontraba. Imágenes que le llegaban como después de una borrasca que cual naufrago de una isla desierta, espera los restos que el mar le depara; construyendo así un tejido múltiple con registros de diferentes procedencias. Las imágenes podían ser profanas o sagradas, no importaban; ya que les otorgaba el mismo status a la hora de su ensamblado. 

Godard destruyó las jerarquías, trató a todas las imágenes por igual, procedió como el manifiesto comunista: ¡Imágenes del mundo, uníos! Pero su cine también fue como el Génesis de la Biblia: Creced y multiplicaos. Porque esa es también la operación que realizó; dejarlas crecer, germinarlas y multiplicarlas, para realizar un palimpsesto de infinitas interpretaciones.

En la década del 70, en la televisión rosarina había un humorista gráfico que tenía un micro dentro de un programa llamado “El clan”. Yo era un niño y me fascinaba ver a Carlos Garaycochea dibujar unos animales monstruosos producto de la cópula entre distintas especies. Ese procedimiento de cópula que realizaba ese extraordinario humorista es el mismo que realizó Godard en su cine: dos imágenes que aparentemente no tienen nada que ver se juntan, se aparean, para hacer nacer un concepto nuevo y monstruoso. Godard tomó ese procedimiento, y lo llevó al límite del lenguaje al poner en tensión elementos provocadores.

Si bien podemos pensar que desde A Bout a soufflé a Le livre de la image su trabajo fue basculando entre la empresa crítica de la imagen y la empresa genealógica de dicha imagen. Su trabajo no fue tanto de objeto o dominio de la imagen sino más bien de punto de vista, perspectiva y de delimitación de la imagen.

Pareciera que cuando Michel Foucault dijo en El orden del discurso: “Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno” estaba hablando de las últimas películas de Godard.

Su cine parecía una interrogación repetitiva, como si estuviera haciendo una misma película y distinta a la vez; manteniéndose en suspensión, exponiéndose a la tentación de querer abarcar todo el mundo en una imagen, de aproximarse fatalmente a expulsar al espectador de su cine, de recuperar una memoria de las imágenes de todos los tiempos, de estar detenido y móvil a la vez, de formular teorías a media voz o murmurando apenas algo que pedía a todas luces decirse a los gritos; de estar alerta a lo que producen las imágenes en el mundo, de esos susurros con responsabilidad pedagógica sobre los problemas más acuciantes y fundamentales del cine que disputan nuestros oídos y miradas, de todo lo que puede salirse de los límites del control del lenguaje. 

Pensemos a Godard como un aventurero, un pirata de la imagen. Un bandolero que asaltaba al espectador en medio del camino para quedarse con su botín más preciado, ese supuesto paraíso que encuentra en el cine; para mostrarle que esa imagen tiene su doble. Godard vino a desordenar el mundo, la propia existencia de las imágenes; a contagiarnos con pretensión de epidemia, de morirnos de imágenes. Godard nos introdujo en un fosa común, en un osario confuso; para que desde ese nuevo punto de vista abrir los ojos y ver nuevamente; como en un momento de resurrección para utilizar palabras del cristianismo. 

Hoy estamos bajo las tiranías de las imágenes, en un reino que lo abarca, lo disuelve y homogeniza todo, hasta en los rincones más recónditos del planeta (el sueño totalitario hecho realidad). Pero podemos decir que Godard lo que hizo toda su vida, entre otra cosas, ha sido un trabajo de reorientación de la mirada. Nos ayudó a desconfiar de las imágenes. Colocó al cine en un nivel de exigencia poética y política en el centro de la historia. Godard se transformó en un arqueólogo de la historia del cine y memoria del siglo XX. Lo que Godard hizo hasta la actualidad es ser interpelado por las imágenes, y a través de su cine compartir esa interpelación con los espectadores. Imprimió a los fragmentos de otros de su propio espíritu. Me refiero al trabajo de yuxtaposición que hizo de las imágenes. Quiero decir dos imágenes en vez de una. A dos imágenes yuxtapuesta, Godard les llamó “la imagen”, porque la imagen siempre ha sido una y legión. Establecer comparaciones, establecer relaciones con el mundo y nuevas miradas. “Si poner en escena es una mirada, montar es un latido. Y el montaje son dos manos que piensan”, decía.

En un mundo que pugna por implantar una hegemonía, y qué mejor herramienta para ello que el cine y la televisión; los medios audiovisuales han posibilitado ver, observar y descubrir otros mundos, pero también enceguecer, obturar y suturar, con precisión, nuestros párpados.

Jean-Luc Godard, te amo, te odio, dame más.