El realizador alemán Matti Geschonneck está de visita en Buenos Aires para presentar su largometraje La conferencia por partida doble. Es que la película formó parte de la 22° edición del Festival de cine alemán que acaba de concluir, donde se exhibió en carácter de preestreno, y ahora llega a las salas de cine comerciales como uno de los estrenos de este jueves 15 de septiembre. La conferencia fue originalmente producida para su exhibición en la televisión alemana, pero viene disfrutando de proyecciones en salas de cine en decenas de mercados internacionales, entre ellos la Argentina. El título original, Die Wannseekonferenz, es mucho más específico y remite directamente a una reunión de altos referentes del gobierno alemán durante el régimen nacionalsocialista, ocurrida el 20 de enero de 1942. La Conferencia de Wannsee tuvo un objetivo único y excluyente: poner en marcha y ultimar los detalles de la así llamada “Solución final a la cuestión judía”. En otras palabras, aceitar los mecanismos para llevar a cabo el genocidio de millones de ciudadanos judíos en las zonas del territorio europeo dominado por el ejército germano.

Uno de los aspectos más escalofriantes es el tono burocrático de las conversaciones, no exentas de rencillas y rencores entre los distintos participantes. A tal punto que, por momentos, el espectador puede tener la impresión de que se está hablando de algo mucho más banal que la muerte de millones de personas. “Esa fue una de las condiciones que puse para aceptar el proyecto, que a su vez es algo muy ligado a la génesis de la película tal y como es”, afirma Matti Geschonneck en conversación con Página/12. “De hecho, siempre imaginé esa conferencia como si se tratara de una reunión de producción. En una típica reunión de ese tipo se sabe lo que se quiere lograr, pero no cómo se hará. El detalle terrible de esta reunión particular radica en el hecho de que el objetivo era la producción de un genocidio a nivel industrial, y por lo tanto había que anunciarles a todas las instancias involucradas cómo se iba a asegurar el éxito de esa matanza. Desde luego, no existió ningún cuestionamiento moral al respecto, simplemente se trataba de ser eficientes”.

Geschonneck nació en Postdam, muy cerca de la capital alemana, en 1952, y vivió en Berlín Oriental buena parte de su infancia, adolescencia y juventud, hasta la caída del Muro, aunque sus estudios de cine fueron cursados en el Instituto Eisenstein de Moscú. Su ópera prima, Möbius, estrenada en 1993, es un relato de ciencia ficción basado en un cuento de Armin Deutsch, el mismo que, apenas tres años más tarde, fue la inspiración del film argentino Moebius, dirigido por Gustavo Mosquera. De extensa y prolífica carrera en el cine y la televisión germanas, el director de La conferencia ha puesto su firma en cerca de cuarenta telefilms realizados para la tevé de su país, y se muestra sorprendido, pero no tanto, por el éxito internacional de su última película: “Suponía que, por la temática, los productores intentarían llegar a las salas de cine de otros países, pero no imaginaba que su circulación iba a ser tan importante”.

El costado burocrático de la Conferencia de Wannsee, registrado en las minutas de las conversaciones, es el que le da un poder aún mayor a la historia. No hay discursos rimbombantes ni, por supuesto, planteos críticos al concepto central de la reunión. “Otro punto de ese encuentro”, continúa el realizador, “era una cuestión ligada al poder: era importante definir quiénes serían los cocineros y quienes los mozos dentro de esa estructura. Y Reinhard Heydrich, como jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, como mandamás de las SS, quería dejar en claro su liderazgo en la ejecución del genocidio. Por eso esa necesidad de anunciarles a todos los ministerios y las distintas regiones cómo se iba a implementar el proyecto. De hecho, se dice explícitamente en la película que esa era una manera de dejar en claro que nadie podría decir luego que desconocía de qué se estaba hablando. O que no sabía qué era lo que estaba ocurriendo. En ese sentido fue muy importante mantener las actuaciones en un nivel calmo, sobrio, y no caer en la representación típica, en el cliché cinematográfico del nazi como algo grandilocuente. Hay que tener en cuenta que eran gente formada, con estudios universitarios. Varios de ellos tenían doctorados. Eran la elite prusiana ministerial. Funcionarios”.

-La película esquiva los riesgos del teatro filmado, que en este caso estaban muy presentes, por el hecho de transcurrir en una única locación con un grupo de personajes hablando. ¿Fue difícil ese desafío?

-Bertold Brecht decía que lo más simple es lo más difícil de lograr. En este caso, el énfasis estuvo puesto en que cada actor estuviera concentrado en la tarea que tenía asignada, su papel. Es decir, en defender su propio departamento o ministerio. Es muy interesante, porque por momentos el espectador puede llegar a simpatizar con alguno de ellos, ya que parecen estar tomándose su trabajo muy en serio. Lo terrible de eso, desde luego, es ser consciente al mismo tiempo de que lo que se discute es un genocidio. Creo que el tono calmo, tranquilo, que elegimos para contar la historia es lo que la hace aún más aterradora.

-Otra de las decisiones formales evidentes es la falta de música incidental como elemento potenciador de las emociones. ¿Esa fue una decisión temprana?

-Absolutamente, fue otra de las condiciones esenciales: que no hubiera música. Fue algo a lo cual el productor respondió con un “bueno, lo vemos”, pero para mí era importantísimo. El riesgo era grande, desde luego, porque me estaba negando a mí mismo un medio que en el cine es muy poderoso: la música seduce, genera tensión.

-¿Qué puede decir del proceso de elección de los actores? ¿Primó la búsqueda de un parecido físico con las personas reales o la búsqueda fue de otro tipo?

-La decisión no estuvo basada en el parecido físico, porque además tenemos fotos de ellos pero no mucho más. No tendría sentido, no sabemos cómo eran exactamente. Sí que Heydrich era más alto y flaco, por ejemplo. Lo realmente llamativo es que todos eran muy jóvenes. Adolf Eichmann tenía 35 años, Heydrich 37, Rudolf Lange 31. Me interesaba más concentrarme en el grupo de actores y su interacción que en el hecho de que fueran físicamente parecidos. En general no hago ensayos, simplemente me reúno varias veces con los actores y les explico lo que necesito de cada uno de ellos para el rol. A algunos esa decisión los irrita y me preguntan cuándo será el ensayo. Lo interesante es que ese método hace que estén más concentrados en el momento del rodaje. También ocurre que se van midiendo y corrigiendo entre ellos y eso propicia el milagro de lo que termina ocurriendo delante de cámara. Los primeros días de filmación siempre son los más difíciles, pero todo se va acomodando. Es como una danza que se va puliendo sobre la marcha.