MOONAGE DAYDREAM 8 puntos

Estados Unidos/Alemania, 2022

Dirección y guion: Brett Morgen.

Duración: 135 minutos.

Funciones exclusivas en salas de los complejos Cinemark Hoyts y Showcase hoy, jueves 15, y el domingo 18.

Las mismas expresiones se vienen repitiendo desde el estreno mundial en el Festival de Cannes hace unos meses: viaje alucinado, trip audiovisual, acercamiento inusual. Y son absolutamente ajustadas a la realidad: Moonage Daydream no se parece en nada al típico documental musical que recorre la vida y la obra de un músico popular. Forma parte de una raza diferente. La película del californiano Brett Morgen –director de otro proyecto formalmente atípico como Cobain: Montage of Heck– no acumula datos, anécdotas y opiniones; de hecho, evita por completo la voz autorizada de colegas, especialistas e historiadores. La rica e inabarcable obra de David Bowie es narrada por él mismo, en sonido y en visión, en su voz y en sus canciones, a lo largo de 135 minutos que atraviesan la pantalla a la velocidad de un astronauta orbitando la tierra. El resultado es un palimpsesto de melodías, letras, reflexiones, presentaciones en vivo, actuaciones cinematográficas y materiales de archivo solapándose y comentándose mutuamente. Un golpe amoroso al corazón del fan, una odisea musical dedicada al más camaleónico de los músicos de rock y más allá.

A pesar de que Morgen dispone la narración de manera más o menos cronológica, el film se abre al universo Bowie mientras en los parlantes suena “Hallo Spaceboy” –en el magnífico remix de los Pet Shop Boys– y se cierra dos horas más tarde con el clímax de “Memory of a Free Festival”. En pantalla, las imágenes del músico en el escenario, en sets y en automóviles, en aeropuertos y en hoteles, se entrelazan con fragmentos de películas clásicas, de Metrópolis a El mago de Oz, y maquetas del espacio exterior, con sus planetas y estrellas. De pronto, un medley de “Wild Eyed Boy From Freecloud”, “All The Young Dudes” y “Oh! You Pretty Things” realizado a partir del registro de D.A. Pennebaker para su película Ziggy Stardust and the Spiders from Mars. Entrevistado por un periodista de la televisión británica, Bowie responde a una consulta un tanto amarillista respecto de su bisexualidad. “¿Te gustan los chicos o las chicas? Es confuso en estos días”, podría responderle el Bowie del futuro con la letra de una canción, mientras la pupila de tamaño normal brilla con la misma intensidad juguetona que su compañera dilatada.

Moonage Daydream es el resultado de muchos años de trabajo, seguramente esforzado. No hay nada perezoso ni arbitrario en la organización del material, que contó con el apoyo de los herederos del músico y la intervención como productor musical de uno de sus colaboradores más inveterados, Tony Visconti (la banda de sonido incluye nuevas remezclas de grandes clásicos y versiones en vivo poco escuchadas). Por momentos, la voz de Bowie, que guía el recorrido gracias a fragmentos de audio de decenas de entrevistas televisivas y radiales, se asemeja a la de un gurú singular, que sólo habla de su propia experiencia vital, sin generalizaciones ni lecciones. ¿Creés es Dios?, le pregunta el mismo periodista obsesionado con la androginia. “Creo en una forma de energía”. Tal vez sea la misma que le dio forma y alma a su carrera. Bowie se cansa y se aburre. Dice que necesita viajar: de Londres a Los Ángeles, de allí a Berlín, luego a Japón y así, como un hombre que cayó a la Tierra para cambiar, moverse, dislocarse, regenerarse.

Moonage Daydream lo dice gracias a un montaje vertoviano de masas gritonas y bailes publicitarios junto a Tina Turner con fondo de bebida gaseosa, y el homenajeado lo repite con la distancia que sabe regalar el paso del tiempo: los 70 y la necesitad de experimentar se abrieron paso a la deificación del éxito masivo de la década siguiente, la máquina mainstream dispuesta a devorar la búsqueda creativa. Pero el Duque Blanco se abre camino y regresa reinventado, enamorado, dedicándole tiempo a la pintura y la escultura. Y al cine, desde luego: Oshima comparte espacio con Roeg y el mago del laberinto, reflejo cinematográfico de una multiplicidad de entes que Bowie define de manera simple y directa: “Soy un coleccionista de personalidades”. Cuando la estrella negra ocupa toda la superficie de la pantalla, el viaje está a punto de terminar. Una travesía espaciotemporal sensible y mutante. Uno de los documentales musicales más inventivos y poderosos de los últimos tiempos.