Destello Bravío 7 puntos

España, 2021

Dirección y guión: Ainhoa Rodríguez

Duración: 98 minutos

Intérpretes: Isabel María Mendoza, Carmen Valverde, Isabel María Giraldo, Guadalupe Gutiérrez, Ángela González, María Sosa, Petra Parejo.

Estreno: Disponible en Mubi.

“Miedo no tengas. Lo que si tienes que ir es prevenido, porque puede haber algo en la vida”, le dice un viejo con acento andaluz a una mujer más joven que permanece fuera de campo y cuyas breves interjecciones de asentimiento son la única prueba de su existencia. Del hombre apenas se ve su cabeza por encima del alféizar de una ventana abierta y detrás de él, en la pared, cuelga el cráneo cornudo de un macho cabrío. La escena, nocturna y apenas iluminada por la luz artificial de la habitación, es una de las primeras que se ven en Destello bravío, de la cineasta madrileña Ainhoa Rodríguez. Y aunque la frase, apartada de su contexto, parece no decir mucho, resulta sin embargo un consejo oportuno para sumergirse en el extrañísimo mundo que propone.

Un carácter extraño que la directora hace surgir de modo muy simple, sin necesidad de truculencia alguna, a partir de la clásica decisión de emparejar elementos que a priori parecen muy distantes. Por ejemplo, cierto tono documental en la forma de retratar a una serie de personajes de un pueblito que parece ser parte de la Castilla profunda, incluso tal vez de Andalucía, que se opone al uso de otros recursos, sonoros o de montaje, más habituales en la ficción. Recursos que la directora usa como si de un juego se tratara. Los protagonistas son hombres y, sobre todo, mujeres mayores, algunos de ellos ancianos, a los que la cámara parece sorprender en medio de distintas actividades y conversaciones en pleno desarrollo.

Estos fragmentos de diálogos, que al comienzo parecen no tener demasiado que ver entre sí, más allá de haber sido formulados por distintos habitantes de ese pueblo, pronto comienzan a tejer una trama. No tanto porque desde lo estrictamente discursivo surja entre ellos una relación que los engloba, sino que, al contrario, es la proximidad que la película les confiere lo que hace que el sentido vaya surgiendo, siempre distinto para cada espectador. Ese mismo recurso Rodríguez lo aplica al montaje de las imágenes y escenas que le van dando forma al relato. Una decisión que no solo no tiene nada de novedoso, sino que su aplicación se remonta a las etapas seminales del cine como arte. Se trata del conocido Efecto Kuleshov, que tan bien supo describir nada menos que Alfred Hitchcock en el famoso libro de diálogos con su colega y admirador François Truffaut.

Algunas escenas lo ilustran a la perfección, replicando de forma casi literal aquella secuencia de fotos con las que el viejo Hitch explicaba la mecánica Kuleshov. Aquí una de las mujeres del pueblo, tomada en un primer plano un poco oblicuo, mira con una sonrisa neutra algo que permanece fuera del plano. La siguiente escena muestra a otra mujer, mayor pero no vieja, masturbándose de pie junto a la bacha de la cocina. Cuando el montaje vuelve a mostrar a la mujer que mira, su sonrisa, la misma de antes, ya no parece tan neutral, sino que comienza a cargarse de sentidos. Rodríguez utiliza varias veces este recurso y de distintas formas, volviendo a combinar imágenes en busca de ilustrar distintas formas en las que el deseo se manifiesta. Pero también para potenciar la relación que se da entre lo visual y lo sonoro.

Así, algunas escenas en las que la luz nocturna, ayudada por las texturas propias del cine digital, convierte a los paisajes en cuadros expresionistas que parecen pintados por Edvard Munch, se vuelven siniestras gracias al particular uso que Rodríguez hace de la banda de sonido. De igual forma, aquellas escenas pueblerinas, que parecen detenidas en el tiempo, se revelan surrealistas al superponerles el sonido de sintetizadores y ritmos propios del rock gótico industrial. El resultado es el retrato de una comunidad al que los recursos narrativos del cine van escorando, hasta volverlo una postal rara que se parece un poco a la realidad, pero mucho más al registro de un universo paralelo. Uno en el que vale la pena sumergirse sin miedo, pero prevenidos.