Así como la izquierda y la derecha han atravesado distintos cambios en las últimas décadas, también puede decirse lo mismo de la extrema derecha. Por lo pronto, lo que impera en una gran diferenciación entre variantes y subvariantes como neonazis, alternativas, supremacistas, ultranacionalistas, tradicionalistas, reaccionarias, etc.
Lejos de las antiguas organizaciones que, como sectas, congregaban a militantes en lugares públicos y visibles, hoy el principal centro de reclutamiento tiene lugar en las redes sociales, especialmente, en grupos cerrados de Twitter o en aquellas plataformas que, como “4chan”, no aceptan regulación de ningún tipo y que, por el contrario, fomentan los “discursos de odio” a través de la “libertad de expresión” de sus participantes, sin límites ni sanciones.
Su ideología hoy, como antes, está guiada por un conjunto de premisas centrales que apenas han cambiado con el tiempo. Como los nazis de la primera hora, defienden a la violencia como la única vía de acción posible, y por lo mismo, descreen de la política, a la que inmediatamente identifican con la decadencia y con la subversión de valores tradicionales.
La democracia continúa siendo en su interpretación un régimen decadente y corrupto, que iguala a toda la sociedad a través del voto, sin preservar las diferencias económicas, sociales, educativas, culturales ya existentes y que deberían perpetuarse. Por lo mismo, rechazan a las democracias por lo que ellos consideran “ventajas” y “oportunidades” que éstas brindarían a los sectores que ellos más rechazan: los pobres, los extranjeros, los judíos, las mujeres, las personas trans, etc.
Así, la democracia sólo serviría desde un punto de vista instrumental, para difundir su propuesta y ocupar espacios institucionales (gobierno, congreso, etc.) pero, claro está sin apego alguno a valores democráticos como el diálogo, la tolerancia y, mucho menos, el respeto y la valoración de las diferencias.
En este sentido, todo lo que huela a progresismo es considerado como una herencia perversa del “marxismo cultural”, al que responsabilizan de la supuesta “crisis terminal” en la que hoy como civilización nos encontramos.
Así, la llamada “ideología de género” o el “climantismo”, en referencia al cambio climático, serían sólo expresiones de grupos minoritarios, pero con el poder suficiente para adoctrinar a la sociedad, por ejemplo, a través del sistema educativo y de los grandes medios de comunicación (por lo que uno de los principales enemigos a doblegar es el imperio de Hollywood, creado además por empresarios de origen judío).
Frente a la crisis en la que se encuentra la sociedad y la caracterización negativa de la política, sólo queda el recurso a la violencia y a la acción directa, ya sea llevada adelante por organizaciones o por individuos. En todo caso, los ataques y atentados son útiles para el “aceleracionismo”, un concepto místico para propiciar la aparición de salvadores y redentores.
La pandemia de la covid-19 y, sobre todo, las restricciones y cuarentenas aplicadas por buena parte de los gobiernos en todo en el mundo dispararon hasta límites insospechados los niveles de paranoia de la extrema derecha, al tiempo en que comenzaron a proliferar los relatos de tipo conspirativo a partir de preguntas muy simples: ¿por qué los gobiernos nos quieren encerrar en nuestras casas?, ¿qué es realmente lo que nos están ocultando? o ¿quiénes son los que realmente se están beneficiando con todas estas medidas?
Así, congregarse en movilizaciones cuando imperaba la política de distanciamiento social, el rechazo a medidas sanitarias como la vacunación, y más aún, la quema pública de barbijos y tapabocas, operaron como verdaderas epopeyas de “resistencia” para grupos minúsculos que, con poco, obtenían enorme repercusión y visibilidad pública en medios de comunicación, en distintas ciudades en todo el mundo.
Hoy la extrema derecha, en sus distintas vertientes, aflora a la superficie en países como Estados Unidos, donde anteriormente prefería operar en las sombras. Pero todo cambiaría en 2016 con la campaña presidencial de Trump, en la que se empoderaría una “derecha alternativa” (alt-right) que tuvo como a uno de sus máximos representantes al publicista Steve Bannon.
Desde el gobierno no existió mayor inconveniente en convalidar la actuación abierta de organizaciones neonazis y de ultraderecha como Proud Boys, Oath Keepers y el movimiento Boogaloo, entre muchos otros, además del tradicional Ku Klux Klan.
La campaña de 2020, que enfrentó a Trump con Joe Biden, tendría además una novedad con la participación activa de QAnon, una organización de creciente importancia para sustentar al gobernante republicano en su lucha contra el “Estado profundo”, las organizaciones de izquierda y el Partido Demócrata, al que consideran una red internacional dedicada a la pedofilia. La conocida denuncia de fraude electoral y la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021 no hicieron sino fortalecer las tesis conspirativas de estos sectores.
Por otra parte, y en Europa, distintas organizaciones de extrema derecha conforman los gobiernos en Hungría, bajo la presidencia de Viktor Orban, y de Polonia, con la hegemonía de Ley y Justicia (PiS): en ambos países imperan políticas autoritarias, xenofóbicas, antiislámicas, y contraria a los derechos de género.
En otros casos, como en Alemania, principalmente con Alternativa para Alemania (AfD) y, todavía más, en Francia, con Agrupación Nacional (ex Frente Nacional), la disputa por el poder ha llevado a candidaturas exitosas, como ha ocurrido con Marine Le Pen, quien en 2017 y 2022 accedió al balotaje en las elecciones presidenciales. Resta por ver si Georgia Meloni se convierte en la próxima premier al frente de Hermanos de Italia.
En España, Vox ha tenido un crecimiento notable en los últimos años, en gran medida, debido al desapego del electorado tradicional de derecha del Partido Popular (PP). Resultan inquietantes sus intentos para conformar una verdadera “internacional del odio” a partir de los puentes establecidos entre organizaciones y referentes de la extrema derecha europea y latinoamericana.
Y ya en nuestra región, la radicalización de la derecha, y su consecuente desprecio por la izquierda y especialmente por el PT han nutrido ideológicamente al actual gobierno de Jair Bolsonaro. Pero el de Brasil, no es el único caso en Sudamérica: entre otros, también debe contemplarse al partido “Cabildo Abierto”, socio en el gobierno de Luis Lacalle Pou en Uruguay, o la candidatura de José Antonio Kast, heredero del pinochetismo, en las pasadas elecciones presidenciales de Chile.
Ya sea en internet, en las redes sociales, y en el inframundo de la democracia, o bien como organización ya establecida, incluso conformada a nivel partidario y con fuerte capacidad electoral, la extrema derecha vuelve a agitar la escena política cuando muchos pensaron que ya estaba extinguida.