El capitalismo de consumo no es más que un capitalismo de seducción. El capitalismo clásico explotaba a los asalariados; el neocapitalismo explota a los consumidores: es preciso que las mayorías acumulen cosas para que las minorías acumulen capital. Ingenioso. Para el mercado es la cuadratura del círculo. Ese gérmen de excentricidad kafkiana de no saber si consumimos o somos consumidos.
Las zapatillas “Air” Jordan de Nike son caras, exclusivas, y muy codiciadas. Se roba y se mata por ellas. En especial, en los barrios pobres y degradados de las comunidades afroamericanas de Estados Unidos. Les inocularon ese hiperconsumo “marketiniano” desaforado que llega al fondo de lo que pretende: la dependencia masiva de las obsesiones y los deseos que les inyectan.
En la década de los '80, Nike descubrió que el principal consumidor de calzado deportivo estadounidense era el adolescente, y el baloncesto el deporte que más llegaba a las masas. El 15 de abril de 1985, la firma sacaba al mercado su primer par de “Air” Jordan. Su estrategia comercial se cimentó en la escasez. Era imprescindible que cada lanzamiento quebrara, hasta agotarse, las existencias de las tiendas. Más adelante, se reponían el “stock” paulatinamente, pero alejado del grueso de la demanda. Con las “Air” se creó un sentido de inmediatez, de urgencia, que alimentó su aureola de exclusividad. Se empezaron a producir largas colas frente a los negocios que consolidaron el concepto de objeto elitista. En paralelo, floreció un mercado negro donde las piezas llegaban, en ocasiones, a multiplicar por diez su valor inicial. Fue entonces cuando se empezó a matar por ellas.
El primer documento gráfico se publicó en la prestigiosa revista Sports Illustrated que recogió, en una de sus su portadas de 1990, la imagen de unas “Jordan” colgando de una pistola: “Tus zapatillas o tu vida”, rezaba el titular. El informe se centró en Michael Tomas, un adolescente de 15 años, estrangulado por el robo de unas “Air” por un compañero de su equipo de baloncesto, James Martín. Este lo asfixió, lo descalzó y lo enterró en un bosque cercano a su casa.
Hace unos meses, más de treinta años después, se cometía el último asesinato. “Mi hijo no es el primero, ni será el último”, declaraba a los medios Dianne Willians, madre del fallecido Joshue Goots, que salió del centro comercial Willonbook Mall de Houston, Texas con tres pares de zapatillas, y no llegó a su casa. Cuatro hombres lo siguieron, le cruzaron el auto, y le dispararon en la cabeza. Fallecía tiempo después. El incidente se hizo viral porque Michael Jordan se negó a asistir al funeral, invitado por la familia. Por el contrario, envío un par de “Air” número 28, negra y lima, de regalo a la hermana del fallecido. “Cuando las recibí todavía no estaban en las tiendas. Si me las hubiera puesto tal vez me hubieran matado a mí también”, declaró. El abogado de la familia se sumó a la indignación al manifestar que “Jordan y Nike tienen los brazos manchados de sangre hasta los codos”, por ser conocedores, desde hace tres décadas, de esta violencia generada por sus zapatillas.
La estrella de la NBA no respondió a las insinuaciones. El ex baloncestista a tenido numerosos encontronazos con las asociaciones de derechos civiles. Desistió de apoyar al candidato negro Harvey Gantt, frente al racista republicano, Jesse Helms, en las elecciones al Senado de Carolina del Norte. Se disculpó expresando que: “Los republicanos también compran zapatillas”. Unas zapatillas manchadas de sangre, de pobres que se alimentan de abismos. Unos, fabricando sus zapatillas en el sudeste asiático en un estado de “cuasi” esclavitud, y otros matando y muriendo por unas “Air” en los bolsones de pobreza del primer mundo. Es que Mike es Mike, con ese enorme talento frente a la canasta y esa admirable habilidad humana para edificar desigualdades.
(*) Ex jugador de Vélez y campeón Mundial Tokio 1979.