Desde Madrid

Lo que emerge de inmediato es el pensamiento de una derrota ideológica que, sin embargo, se experimenta con la mayor felicidad. Desfilo sin pudor por el Paseo del Prado, llevando en alto el retrato de Evita sobreimpreso en la nueva bandera del Orgullo lgbtiq+, en medio de multitudes que festejan el recorrido detrás de las vallas, comparsas de sambódromo, un carro de bomberos, cientos de policías. Me digo: esto es la tumba de la rebelión. Algo se ha muerto, y no por un atentado terrorista. Que se trata, en realidad, de una caminata funeraria como en solfa, la de un movimiento libertario sometido para siempre a la voracidad de los mercaderes del barrio de Chueca. Cincuenta y cinco carrozas bien pagá de comercios y afines, aunque también de partidos políticos, sobre las cuales los cuerpos anabolizados son su mejor propaganda. La publicidad de un modelo triunfante que debe producir envidia. Qué más pedirle a la democracia liberal que ser una parte suya privilegiada, la que por obra de lo súper gay la reviste de alegría y de olvido; la que funciona como compensación de la eugenesia capitalista.

Muchos preguntan por qué Evita; los más jóvenes solo la asocian al musical. Yo en tanto gozo, aunque a regañadientes, del aparente funeral. Me repito, sin cuestionar la fe del crítico (que no por serlo deja uno de repetirse), que estamos traicionando la historia primigenia de un movimiento desestabilizador, su estridente aparición pública en los setenta, su lucha desigual por el reconocimiento. Obtener el título de colectivo ilustre en una “Madrid orgullosa, una Madrid libre” seguramente, pienso, nos debe estar alejando de ese origen.

El activista chileno Víctor Hugo Robles, el Che de los gays, camina a mi lado con un cartel que dice Desvío: “Mira marica, nuestra performance se podría llamar Evita Desviada marcha por Madrid”. La consigna imaginaria me recuerda el relato de Néstor Perlongher, Evita vive. Aunque enjoyada, nuestra Eva no deja de ser grasa, actual, de bajo fondo, lesbiana (hay una leyenda que la hace amante de Libertad Lamarque en su temprana juventud y en un conventillo porteño), defensora de maricas y de travas. Porrera y migrante. En fin, explicarlo era todo un Manifiesto y la escena requiere velocidad. El Che se decepciona pronto, porque “nuestra propuesta no es traducible en el contexto de esta Marcha”. Vamos detrás del cartel anfitrión, muy aplaudido, del colectivo VIHisibles, en un momento en que la lucha contra el VIH Sida empalidece frente a tantos corpazos mariclones que parecieran justificar el olvido de la gesta de los inmunodeprimidos. Otro inmenso cartel desmiente la vida cómoda: se insta a la despatologización de las personas trans en España. Si se ha avanzado hasta lo impensable, lo que resta es tan inmenso como esa leyenda.

Cuando llegamos a los discursos, el escenario es un universo conciliado en sí mismo. Están los líderes partidarios. Los que durante cuarenta años han estado, pero también por primera vez algunos del Partido Popular. Hay que ver qué dirá su aliado el clero cuando hasta la derecha rotunda les da la espalda. Por unas horas todos se han prestado al consenso y las palabras quieren borrar de un plumazo décadas de oprobio y exterminio jurídico. Habrá una Ley de Igualdad que tendrá efectos penales por discriminar a cualquier grupo social precarizado. Las personas trans no deberán conseguir el sello clínico para cambiar de sexo. La diputada trans Carla Antonelli advierte a los políticos que cumplir con el 50% de lo prometido es, simplemente, incumplir. Se impulsarán políticas educativas y nuevas campañas de concientización frente al VIH-Sida (algunos exigen el acceso gratuito y universal a la pastilla que evita la transmisión del virus, hasta ahora solo destinado a los taxi boys y prostitutas). Eso se anuncia, qué se yo. El consenso partidario se imprime a la vista mediante una conga que reúne a la Alcaldesa aliada de Podemos con los otros representantes. Me pregunto entonces si no es demasiado decretar la muerte del movimiento libertario.

Amigas, la vigilancia de los discursos, la crítica al modelo asimilacionista, todo aquello ha sido justo y necesario en estos días del WorldPride, pero no creo que esto sea la derrota definitiva del espíritu del origen. La aparición de un colectivo que quiere dejar atrás el estigma obliga al juego de la política en común, y sin estrategias no hay resultados que le hagan la vida más fácil a quienes más lo sufren. Durante las celebraciones, se entregó uno de los pocos premios a la figura de Carlos Jáuregui. Semejante evocación no trajo el olor de un muerto al evento, sino su inteligencia militante que da sentido político a la aparición de nuestros cuerpos vivos en el debate y en la calle. Se me preguntó hace poco qué propondría hoy Carlos. La pregunta, aunque absurda, alimenta la imaginación. Se me ocurre que tendría en claro la necesidad de una alianza con otros cuerpos que conocen de memoria la violencia y la injuria. Que nunca habrá acuerdos políticos suficientes que las borren, es cierto, pero que mientras exista la representación parlamentaria seguirá siendo tan útil la vigilancia crítica del propio devenir como la astucia digestiva para sacar provecho del contexto.