ALEMANIA

Lo lesbiano no quita lo xenófobo

Desde su lugar de lesbiana blanca y centroeuropea, el motivo de la candidata a las elecciones parlamentarias Alice Weidel para justificar su islamofobia es que en Alemania “se importa” gente intolerante con parejas del mismo sexo. En los últimos dos años su país recibió 1.200.000 refugiados, hecho que suscitó un brote anti-inmigratorio que por supuesto encarnó también esa fracción de la comunidad lgbti reaccionaria, que representa Weidel. Para ella es literalmente “ridículo” el salvataje de los inmigrantes náufragos. Fue veloz su ascenso por la empinada verticalidad del ultraderechista AFD, partido al que se afilió en 2013, cuando tenía 34 años: desde la anonimia casi total -excepto por su carrera como economista-, pasó a encabezar la lista de las próximas elecciones de septiembre. Su identidad sexual fue utilizada a modo de refresh marketinero, ya que el AFD andaba necesitado de una figura capaz de representar su ala más liberal. Del otro lado de este partido queda Bjorn Hocke, candidato que acaba de calificar como “monumento de la vergüenza” al que homenajea en el centro de Berlín a los judíos asesinados en el Holocausto. Es muy fácil parecer liberal al lado de Hocke, que en sus declaraciones se niega a identificar a Adolf Hitler con el mal absoluto. Para Weidel, madre de dos hijos junto a su actual pareja, su elección sexual no es incompatible con el AFD, aunque entre otras cosas éste sea contrario al matrimonio igualitario. Con las anteojeras puestas, sigue adelante escudada en que su intimidad nada tiene que ver con su trabajo. Es que esta rubia encamisada de ojos de hielo parece querer desconocer que su filiación ideológica partidaria va en contra de su propia vida. El programa electoral que el AFD presentó da miedo, sus principios, que apuntan a la conservación de la familia tradicional -en total incoherencia con la historia de Alice-, afirman que “la escuela no debe convertir a nuestros hijos en un juguete de las inclinaciones sexuales de una minoría ruidosa”.


IRLANDA

La nueva derecha G

A diferencia de Xavier Bettel, el premier de Luxemburgo, cuyo esposo, Gauthier Destenay, se muestra siendo un consorte más en la foto de las primeras damas, el descendiente indio, médico y actual primer ministro irlandés Leo Varadkar, parece haberse preocupado en tranquilizar a la sociedad avisándole que su homosexualidad no sería factor de influencia para sus decisiones políticas y que además no esperaba que Matt Barrett, su marido, lo acompañara a los actos oficiales. El contexto de su conquista electoral es el de una Irlanda que al tomar distancia de la Iglesia Católica tras la seguidilla de escándalos por abusos sexuales, ha dejado lugar para el surgimiento de un líder proabortista como él y la sanción de nuevas leyes como la de matrimonio igualitario, votada por consulta popular por primera vez en la historia. Pocos meses antes de este referéndum, en una entrevista, Leo había salido del closet mediático: “No es algo que me defina: no soy un político medio indio, ni un político médico, ni un político gay -dijo en clave de ni-. Es simplemente parte de mí. Supongo que es parte de mi carácter”. Varadkar ha decidido presentarse como un candidato objetivo y “desideologizado”, pese a su filiación al partido conservador Fine Gael. “Mi dificultad con la construcción de la derecha y la izquierda es que no describe la política moderna. Si tuviera que definirme, me situaría como social y económicamente liberal, que es estar a la izquierda del centro en asuntos sociales y a la derecha del centro en asuntos económicos”. Este “Taioseach” (primer ministro gaélico) democristiano, asumió el 14 de junio pasado con 38 años. Es hijo de un padre migrante nacido en Bombay, y en 2008, en un éxtasis racista, propuso que lxs extranjerxs desempleadxs pagaran sus propios pasajes de regreso a sus países. Sus ideas aparentemente incongruentes, por un lado retrógradas y por el otro progresistas, hablan de nuevas configuraciones de un poder que cruza las identidades sexuales y de género con un neoliberalismo ultra voraz que para conquistar votos se disfraza de abuelita. 


CANADÁ

Bombón con sorpresa

Si se googlea su nombre, aparecen titulares con noticias esperanzadoras: “El joven ministro que frenó a los conservadores de Canadá”, o “Justin Trudeau invitó al Papa Francisco a pedir disculpas por los abusos de la Iglesia contra los aborígenes”. Por donde se la mire, la performatividad del primer ministro canadiense apunta a romper el molde: sus opiniones feministas, su defensa (aparente) de los pueblos originarios y de la diversidad sexual, el elogio a la multiculturalidad son algunos de los tips con los que Trudeau montó esa imagen progre que lo distingue entre los políticos del primer mundo. Vuelta de hoja (aparente) del cascote trumpiano, este señorito elegante de 45 años, con un bícep tatuado con el emblema de una tribu india, se saca fotos cancheras y descontracturadas a bordo de un velero y se manifiesta a favor de la legalización de la marihuana. Cualquiera diría que Justin es lo que andamos necesitando, pero este amigo de Mauricio Macri también tiene otra cara. Uno de los niños mimados de su gabinete es el ministro de defensa Harjit Sajjan, que entregó prisioneros de guerra al gobierno afgano para que sean torturados y ayudó a los EEUU en secuestros de prisioneros de guerra. Sin duda, su designación no es un gesto inocente del contradictorio Trudeau que, entre otras cosas, en 2015, antes de las elecciones, dijo que los pueblos indígenas debían disponer de un derecho de veto sobre los proyectos mineros. La propuesta quedó en nada y lo que terminó aprobando fue la construcción de un oleoducto. Este bomboncito con sorpresa permitió que se firmaran acuerdos con empresas que, a cambio de inversiones, obtuvieron concesiones en materia de salarios. Su gobierno bate récord en la venta de armas a países en dictadura. Justin es un juguete neoliberal que no es gay, pero es cool y presenta una cara humana y súper friendly que en bambalinas se transforma en Mr. Hyde.