Figura clave de la música popular argentina, a través de su obra Gustavo “Cuchi” Leguizamón da testimonio de una “salteñidad” que supo reivindicar a los personajes de la calle, al tiempo que aportó a la renovación del folklore. De los grandes poetas con los que trabajó, su dupla con Manuel J. Castilla fue la más trascendente. En su número de septiembre, que estará este domingo en los kioscos opcional con Página/12, Caras y Caretas homenajea a esta gran dupla creativa.

En su columna de opinión, María Seoane recuerda su regreso del exilio mexicano. “Nunca supe con total certeza, hasta el 19 de febrero de 1984, cuando casi de madrugada y la niebla espesa del verano sobre Buenos Aires retardaba en las pistas de Ezeiza su repliegue, que una canción nos podía anclar la vida”. Se refiere a “Zamba de Balderrama”, de Leguizamón-Castilla: “La voz de Mercedes Sosa cayó sobre mi corazón como un rayo: ‘Lucero, solito/ brote del alba/ ¿dónde iremos a parar si se apaga Balderrama?’ Repetí el estribillo en voz alta mientras el ruido de las turbinas lo inundaba todo.”

En su editorial, Felipe Pigna refiere que Leguizamón conoció a Castilla en los años 40 “y nació esta dupla inolvidable. En alguna noche salteña fueron felizmente a parar a lo de Balderrama, aquel boliche que habían abierto, allá por 1954, los tres hijos de Antonio y Remigia, que se convirtió en una peña legendaria. También juntos recorrieron Jujuy en busca de un mítico asador, el hachero chileno Maturana, gran cantor, como se sabe, que sangraba antes que el quebracho que iba a voltear, como dice Castilla. Quién no hubiese querido acompañar al poeta y al músico en esas recorridas casi antropológicas, de admiración por la gente de la tierra”.

Desde la nota de tapa, Sergio Pujol sostiene que “las coordenadas de las creaciones de Leguizamón-Castilla están perfectamente definidas. En ellas habitan seres de carne y hueso. Eulogia Tapia, por ejemplo, esa joven campesina que sembraba alfalfa con su padre y que en tiempos de carnaval descollaba como coplera en el almacén La Flor, del pago de La Poma, una localidad salteña a tres mil metros sobre el nivel del mar. Allí la conocieron Manuel José Castilla y Gustavo ‘Cuchi’ Leguizamón. Hoy Eulogia tiene 74 años. El Cuchi y Castilla ya no están entre nosotros. Paradójicamente, el motivo de la canción sobrevivió a sus autores”.

Mariano del Mazo escribe sobre Leguizamón como compositor e intérprete, y sobre su obra, que constituye un aporte ineludible a la música popular argentina. Marina Amabile da cuenta del trabajo de recuperación histórica de las partituras del Cuchi, pues nunca quiso grabar discos, por lo que sus composiciones se trasmitieron de boca en boca. En tanto, María Malusardi aborda la poesía de Castilla, y cuenta la singular historia del grupo La Carpa, conformado por escritoras y escritores del noroeste argentino en los años 40.

Con el profundo conocimiento musical que lo caracteriza, el músico, cantante y compositor Litto Nebbia –uno de los fundadores del rock argentino–, y el documentalista Claudio Koremblit, aportan su mirada sobre la vida y la obra de Leguizamón.

Cristian Vitale escribe sobre el Dúo Salteño, compuesto por Néstor “Chacho” Echenique y Patricio Jiménez, que fue la voz que necesitó la música de Leguizamón para completar una tríada de perfección. Gabriel Plaza trabaja sobre las influencias de la música del Cuchi en otros artistas, y también de las músicas que lo nutrieron. Y aporta una crónica en primera persona de un encuentro que tuvo con el Cuchi en su casa de Salta, cuando el artista cumplió 80 años. Laura Santos, por su parte, reconstruye la vida familiar y privada, los amores y los amigos, las pasiones de Leguizamón y de Castilla. Nadia Fink hace una semblanza de Martina Silva de Gurruchaga, heroína de la independencia y familiar lejana del Cuchi Leguizamón. Damián Fresolone pone a debatir el legado de la dupla Leguizamón-Castilla entre músicos y poetas de distintas generaciones. Y Ricardo Ragendorfer aporta la crónica negra “Dos tipos audaces”.

El número de este mes se completa con entrevistas con Lorena Astudillo (por María Zacco), Néstor “Chacho” Echenique (por Claudia Regina Martínez), José María “Moro” Leguizamón (por Adrián Melo) y Leopoldo “Teuco” Castilla (por Vicente Muleiro). Una edición imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.