Quiero empezar hablando sobre Colombia, un país que está intentando quebrar un ciclo de cincuenta años de violencia. Una violencia que empezó siendo política y luego fue social y generalizada. Que tuvo infinidad de activistas y dirigentes muertos, pero también infinidad de campesinos, jóvenes, mujeres y personas sin ninguna filiación política que fueron masacrados.

Gustavo Petro y Francia Márquez son el combo más notable de este momento en la región. La articulación más potente que dio este territorio: él, un cuadro político formado rigurosamente, con experiencia militante y también de gestión, y ella, una activista provista de excelentes herramientas intelectuales y al mismo tiempo la voz de las negritudes, de las mujeres, de las disidencias, de los cancelados, y un lazo con valores ancestrales. Y los dos, bandera de paz, porque de lo que se trata en Colombia es de gestionar un gobierno viable pero fuerte y soberano, bajo el concepto de una Colombia para todos. Que nadie sobre.

Los dos hicieron una campaña a la que no cualquiera se anima. Fueron más que dos candidatos: fueron dos luchadores. Aparataje de custodia, chalecos antibala, escudos de metal preparados para cubrirlos en caso de movimientos sospechosos, que los hubo y sin embargo no dispersaron ningún acto.

Petro intenta una política de paz que va a la par de una cultura de paz. Ayer trascendió que ya se pusieron en marcha cincuenta encuentros repartidos por todo el país, en los próximos dos meses, a los que irá Petro en persona a debatir y escuchar a los ciudadanos, para entender mejor cómo deben ser las bases para una nueva Colombia en paz.

Mientras Colombia, que enfrenta desafíos de proporciones para llevar adelante ese proyecto, parece haber llegado a la necesidad de una refundación democrática para aislar a la violencia, aquí entramos en ella de una manera pasmosa, con buena parte del arco político negándose a repudiarla. La ultraderecha, concentrada en proto organizaciones integradas por extremistas vomitadores de odio irracional, e ideadas y financiadas por los verdaderos ideólogos de la violencia, cuyos nombres necesitamos conocer, hizo su entrada en escena de un modo intolerable: con un intento de asesinato televisado. Un golpe de efecto de paralización colectiva, que trae al recuerdo aquellos videos del ISIS de degüellos convertidos en propaganda intimidatoria. Terrorismo en estado puro. Cuesta mucho imaginar el trauma irreparable de millones de argentinos y argentinas si la bala salía.

El surgimiento de grupos neonazis o neofascistas es una peste en el mundo. Desde Italia, donde Fratelli d´Italia tiene chances de ganar las próximas elecciones, el filófoso Bifo Berardi escribe un extenso trabajo (Cuadernos de crisis: Del fascismo futurista al gerontofascismo, disponible en purochamuyo.com) en el que describe el origen del fascismo en la primera mitad del siglo pasado. Describe su promesa, su crueldad, su fascinación. Y lo compara con los fascismos o neonazismos nacientes, a los que caracteriza como gerontofascismos. 

Es aplicable a cualquier latitud, incluida ésta, donde surgen grupos que hacen culto a la muerte y la toman como una herramienta política. Pero ya sin promesa, ni falsa promesa, ninguna promesa. No hay horizonte en el odio fascista actual: no es un odio expansionista ni expendedor de imágenes gloriosas, sino apenas una evacuación de frustraciones, un hechizo fanático el que los hace combatir al enemigo que les inventó el establishment: sus argumentos son los frutos envenenados de las noticias falsas.

“El fascismo está en cada rincón de la escena italiana y europea: está en el retorno de la furia nacionalista, en la exaltación de la guerra como la única higiene del mundo, en la violencia anti obrera y anti sindical, en el desprecio por la cultura y la ciencia, en la obsesión demográfico-racista que quiere convencer a las mujeres de tener hijos de piel blanca para evitar la gran sustitución étnica, porque las cunas están vacías y la nación envejece”.

Dice Berardi que estos fascismos son una reacción a ese envejecimiento que corre en paralelo con la saturación del planeta y a una demencia senil del capitalismo de mercado. Por eso es imprevisible, porque es un fascismo con rasgos de alzheimer, aunque lo protagonicen muchos jóvenes: son jóvenes que no tienen registro de la historia, y eso los hace más peligrosos porque lo que es una repetición a ellos les parece una novedad. 

 

“Cien años después la expansión acabó, el ímpetu conquistador fue sustituido por el miedo a ser invadidos por migrantes extranjeros. Y en lugar de un futuro glorioso ahora tenemos en el horizonte la extinción inminente de la civilización humana”.