Ni Astor Piazzolla ni Horacio Ferrer hubieran creado jamás un tango que empezara así:
“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese 'qué sé yo'. Salgo de mi casa por Arenales, camino hacia Juncal y, de pronto, aparece él: mezcla rara de mediático con alienado fatal buscando sus 10 minutos de fama. Con una banderita que dice 'Lee Harvey Oswald' en la frente, un copito de azúcar en una mano y una pistola en el bolsillo. ¡Parece que solo yo lo veo! Me da el copito, me dice 'reconoceme, por favor' y, mientras va agarrando la pistola, susurra a media voz: 'Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao: yo miro a la Argentina por la televisión…”.
No, no, ellos jamás hubieran creado este mamarracho; ellos crearon un tangazo, “Balada para un loco”, inmortalizado por Amelita Baltar, Raúl Lavié y tantas voces queridas de nuestra música. Y, de haber creado el mamarracho, hubieran fracasado estrepitosamente, nadie les hubiera creído, el sentir popular lo hubiera rechazado de plano.
Si como obra de arte era inaceptable, si como delirio creativo era un bochorno, imagínense como realidad política. ¿Quién, en su sano juicio, puede escuchar una “explicación” semejante de un intento de magnicidio sin sentir bronca o en todo caso ordenar una pericia psiquiátrica urgente? Y sin embargo, lo dicen, lo afirman, lo sostienen, lo repiten como loros malos (aunque hasta los loros tienen ciertos límites éticos) y no dejan de autodenominarse (de creerse) periodistas, políticos, incluso científicos.
No voy a discutir la salud mental de quien/es ha/n cometido el intento de magnicidio, pero el fogoneo constante, el alimento desbalanceado de odio 24/7 (las 24 horas, los 7 días de la semana), son hechos tan tangibles que no tiene sentido insistir en ellos. Al encender el televisor o la compu, se encontrará le lectore con tres toneladas de pruebas, esta vez sí, contundentes. Pero, sin embargo, lo hacen igual. Bueno, claro, tienen escuela:
El 22 de noviembre de 1963 fue asesinado en Dallas, Texas, el entonces presidente de los Estados Unidos, JFK (vaya, vaya; qué coincidencia en las dos últimas iniciales...). Se le atribuyó el crimen a un "loquito suelto”: Lee Harvey Oswald, a quien, por las dudas, asesinaron también dos días después. Se decía que Oswald “actuó solo”, y que logró, con una sola bala, herir mortalmente siete veces al presidente Kennedy. Es que se trataba de la famosa “bala rebotadora” o “bala mágica”, explicaron algunas personas de alto poder enfermónico. Y la verdad verdadera nunca se hizo pública. Aunque 30 años después Oliver Stone filmara la magnífica JFK, donde muestran que “pasó otra cosa”.
No importa que sea increíble, indemostrable e inverosímil: en los papeles, Oswald actuó solo. Fue un loquito suelto.
Mientras tanto, y por suerte, parte del pueblo argentino sigue mostrando que la capacidad de tragarnos sapos tiene límites. Y que, aunque nos hagan creer que es lomo con salsa Strogonoff, el paladar nacional y popular sigue reconociendo el sabor del batracio.
Y seguimos cantándole a la morocha, "la más agraciada, la más renombrada de esta población", que siempre, pero siempre, "es la que al paisano... y a las barriadas... que no tienen nada... brinda un alegrón” (sepan disculpar Enrique Saborido y Ángel Villoldo, los autores).
Sugiero acompañar esta columna con el video “Angustia popular de mercado", de RS+ (Rudy-Sanz).