“El viaje, como metáfora universal del vivir y de su verdadero significado: en el retorno al hogar, a la patria, adquieren todo su sentido las revelaciones de los forasteros cuando dicen que la provisional extrañación de lo local y la familiaridad con lo lejano permiten, al regreso, descubrir los elementos originales, universales, necesarios para iniciar la reconstrucción del mundo que nos merecemos vivir…”
La cita, que pertenece a un amigo con el que compartíamos una charla, es perfecta para animar a cualquier estudiante de arquitectura a conocer otras ciudades y que le permita, por oposición, conocer la suya.
Los estudiantes del Taller de Diseño Arquitectónico 2, de la carrera de Arquitectura de la Facultad de Tecnología y Ciencias Aplicadas de la Universidad Nacional de Catamarca, visitaron hace un par de semanas la ciudad de Rosario. El objetivo del viaje consistía en tomar contacto con otra realidad para entender cómo afrontar los problemas de diseño arquitectónico. Al situarnos en otro contexto y, al aplicar la lógica del pensamiento proyectual, a la vuelta en Catamarca, resulta más simple pensar estrategias proyectuales para nuestros problemas.
Al recibirnos, el decano de la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño de la Universidad Nacional de Rosario, arquitecto Adolfo Del Río, planteó un problema recurrente y preocupante de las ciudades en estos tiempos que nos toca vivir: la ciudad formal versus la ciudad informal. Esta idea, deslizada por el profesor, nos alerta sobre cómo nuestras urbes crecen en población de un modo acelerado produciendo una gran exclusión social en la informalidad. Los habitantes de una ciudad tienen derecho a la vivienda, el equipamiento urbano y los espacios públicos.
Los gobiernos socialistas que gestionaron la ciudad de Rosario a lo largo de las décadas pasadas, desarrollaron la idea de recuperar la costa del río Paraná (que estaba negada a la trama urbana), creando un extenso parque lineal desde el Monumento a la Bandera hasta el puente Rosario-Victoria. Esto constituye un gesto: el de intentar incorporar a los habitantes a la idea de la ciudad formal. Y los estudiantes tuvieron la oportunidad de comprobar las tres condiciones necesarias para que esto ocurra: la vivienda colectiva, el equipamiento urbano y el espacio público.
Comenzando con la primera condición, tenemos que señalar que la imagen actual de la vivienda individual, repetida en la gran extensión del territorio, probablemente irá cambiando en los próximos tiempos. Vamos al paradigma de la vivienda colectiva, para compartir espacios de uso común de la vida social o productiva comunitaria, con lotes más ajustados para la vida familiar introspectiva. Por lo tanto, estamos en presencia del desafío de repensar resilientemente cómo habitar el patio en nuestra realidad, para tomar empuje en busca de la sustentabilidad.
Siguiendo por la segunda condición que acerca al vecino a la ciudad formal, nos acerca a la idea de cómo los equipamientos urbanos han tenido históricamente un papel fundamental como espacios que permiten a los ciudadanos ejercer el derecho a la ciudad, según lo señalan Ángela María Franco Calderón y Sandra Zabala Corredor, en la publicación Los equipamientos urbanos como instrumentos para la construcción de ciudad y ciudadanía. Ellas se interrogan: ¿Cómo la arquitectura y el urbanismo contribuyen a garantizar ese derecho? ¿Cómo los equipamientos favorecen la construcción de ciudad y ciudadanía mediante una mejor integración con el entorno?
En Rosario, el desarrollo de nuevos e importantes equipamientos urbanos, sumado al mejoramiento de infraestructuras existentes, ha permitido reducir una “deuda social” acumulada. Esto se percibe en sus hospitales, escuelas y centros deportivos. Sin embargo, quedan muchos retos en el camino hacia el fortalecimiento de los procesos de inclusión social y para lograr el funcionamiento óptimo de estos espacios en su relación con el entorno.
La tercera condición para que el vecino habite la ciudad formal, tiene que ver con el espacio público. Éste debe medirse no sólo en cantidad de metros cuadrados, sino en calidad. En Rosario, se concreta con ejemplos como el Paseo del Caminante, el Balneario La Florida, el Parque de España, la Isla de los Inventos, por citar algunos espacios que conforman un verdadero sistema integrado a lo largo de la costa. Pero esto no se ve en la totalidad de su Área Metropolitana para hacer realidad la ciudad formal.
Enrique Larrañaga en su publicación El derecho a la ciudad habla muy claramente del aspecto democrático que trae aparejado pensar los espacios públicos en una ciudad: “la constitución de la república también pasa por la reconstitución de la dignidad de cada uno de los espacios en los que ejercemos nuestra condición de ciudadanos, para celebrar, desde tales ámbitos la vivencia cotidiana de convivencia civil y civilizada”.
Los estudiantes de Arquitectura de Catamarca que tuvieron la oportunidad de visitar la ciudad a orillas del Paraná y compartir charlas con sus pares de Rosario, tendrán muy presente lo útil que resultó tomar contacto con otra realidad para entender cómo afrontar los problemas urbanos y arquitectónicos, entendiendo que es necesaria una interpretación sistemática del hábitat como una unidad sustentable. Y que hay tres condiciones que hacen posible la ciudad formal, a la que todos tenemos derecho: la vivienda colectiva, el equipamiento urbano y el espacio público.
*Arquitecto