Lucas Salas estrenó este año la obra Tengo tetas, tengo pito y talento, protagonizada por Rodolfo Berrondo y el año pasado llegó a la calle Corrientes de Capital Federal con Tres mujeres, antología de hembras. Obras teatrales independientes y autogestionadas que ponen en escena distintas realidades que conviven en nuestra sociedad. En esta charla con Catamarca/12, cuenta pormenores de sus obras y cómo es el trabajo que conlleva llevar estos textos a la vida.

¿Cómo es hacer teatro independiente en Catamarca?

Es complicado, aunque desde el punto de vista de la creatividad, es fácil, por la sapiencia que tienen los compañeros y compañeras, que tienen una cabeza impresionante para la denuncia, porque el teatro está hecho para eso. Para mostrar y denunciar todo lo que pasa en la realidad, no desde un sentido negativo. Lo único complicado que tiene, en realidad, es la llegada. Por ahí no se nos facilita tanto llegar al público como cualquier obra de teatro que se presenta en el Cine Teatro Catamarca. Estamos acostumbrados a trabajar con un público muy reducido. Aquí tenemos salas como La Casita, que tiene 25 localidades, La Ramona que tiene 20, la Osera que cuenta con alrededor de 30; por lo que siempre el público va a ser reducido. Por este motivo, nos ayudamos mucho entre nosotros, los elencos, ya sea prestándonos equipos -un cable o una luz- u otras cosas. Lo que nos salva, aunque no en mi caso, es el Instituto Nacional de Teatro, que cuenta con una línea de subsidios para la producción de las obras, perfeccionamiento, capacitaciones, etc. Estas líneas ayudan a que las obras se puedan montar.

¿Cómo es la autogestión?

En mi caso particular, yo elijo hacer teatro totalmente independiente y autogestivo. Yo me encargo de hacer los diseños, llevar los partes de prensa a los diarios, gestiono notas y entrevistas. Escribo mis propios productos, y ya desde ahí se marca otra cosa. Escribo lo que me gustaría ver y lo primero que arranco diciéndole a los actores es que están convocados para actuar y nada más que para eso, y no llenar a la persona de complicaciones y cosas que no corresponden. Todo lo que ves en la obra es autogestionado. Por lo general, siempre sale alguna mano amiga o pedimos ayuda a alguien y estamos tratando de conseguir dinero. Hay gente que nos pide que digamos que nos ayudó y otra que no, que sólo piden que les demos las gracias.

¿Cómo fue en el caso de Tengo tetas, tengo pito y talento?

En este caso, el vestuario, por ejemplo, pertenecía a Marcelo Moya uno de los integrantes del elenco de Egocentric Us, quien falleció hace alrededor de cuatro años y le dejó este vestuario a Rodolfo. Yo no sabía que Rodolfo lo tenía y cuando le presenté el texto de la obra, quedó fascinado y dijo, “tenemos que trabajar con este vestuario”. Por eso lo encaramos también como si fuera un homenaje, porque Marcelo ha sido un transformista muy importante hace 20 años o un poquito más en la movida LGBT de Catamarca, y entonces tenía otra carga emocional para Rodolfo, ya que ha sido su amigo entrañable.

¿Cuesta mucho encarar una producción teatral?

Es todo a pulmón, desde los vinos que damos en la entrada, los profilácticos, lo que entregamos por una cuestión de concientización y porque siempre tratamos de agradarle al público para que pase una experiencia linda, porque son 70 minutos que no los notas, porque te las pasas riéndote. Vamos a estar el sábado 15 de octubre, que será la única función en octubre y el sábado 12 de noviembre en el salón Calchaquí, ubicado en Sarmiento 450.

¿Cuál fue la respuesta del público a esta obra?

Altamente positiva, fuera de que el texto ha funcionado, yo lo atribuyo a que Rodolfo le ha puesto el cuerpo a este personaje que tiene que ver con nosotros, porque la obra está basada en situaciones reales. El personaje habla de un montón de cosas feas que le han pasado, desde violencia, discriminación, pero todo lo toma con humor porque le busca el lado positivo a las cosas y por lo general nos pasa a nosotros, dentro del colectivo, que hablamos de estos temas desde esa óptica, aunque sin minimizarlos, sino resaltando lo bueno. Nos pasa que hay gente que sale riéndose y muy emocionada con el final de la obra y se pregunta ¿de qué nos estuvimos riendo? Porque son cosas bastante heavys las que se tratan, pero es todo con humor. Todo el público ha tenido palabras muy lindas, y no solo amigos y conocidos que te dan una palmadita, sino de gente que vio la publicidad en el diario o las redes y nos saludan emocionados cuando termina la función. Por suerte, de las seis veces que nos presentamos, en cinco hemos tenido sala llena.

El año pasado con Tres mujeres, Antología de Hembras, les fue bastante bien.

Sí, con esta obra llegamos a Buenos Aires, estuvimos en el Teatro El Vitral, del circuito de teatros de calle Corrientes a sala llena y después nos fuimos, también a sala llena, a un teatro que queda en Palermo. En las dos salas se corrió la bola de que era una obra de Catamarca, por lo que el 30% de la gente en las dos funciones fue público catamarqueño que entendía totalmente de qué estábamos hablando, aunque los porteños también entendían, pero la obra tenía muchas características regionales. Estas dos experiencias fueron absolutamente vigorizantes y tuvimos muy buenas críticas.

Volviendo a Tengo tetas, la obra pone foco una realidad dentro de la comunidad LGTBQ+.

Tratamos de naturalizar el tema, aunque sin levantar ninguna bandera. Si bien, literalmente levantamos la bandera del arco iris al final de la obra, no es la idea en sí concientizar, aunque sí hablar acerca de las cosas que el colectivo ha pasado, porque el personaje pasa por diversas épocas, desde los ’80 pasando por los ’90 y los ‘2000 y hace un recorrido de lugares emblemáticos de la ciudad de Catamarca y el Valle Central. Por ejemplo, había un boliche donde ahora hay un gimnasio, y varios lugares de convergencia que en ese momento funcionaban de cierta forma y hoy son otra cosa. Lo importante era resaltar que a pesar de que pasa el tiempo, hay cosas que por desgracia no han cambiado y otras que por suerte, están teniendo otro tipo de apertura.

¿Cuáles son las cosas que no cambiaron?

Principalmente, la discriminación, que más que nada la ejercen las personas mayores, porque los chicos en este aspecto, la tienen súper clara, y lo ves en estas nuevas camadas. Ya no es la misma discriminación que sentía yo cuando iba a la secundaria o la que sentía Rodolfo, son otros tiempos y por suerte hay otro tipo de apertura.

Yendo a vos como autor. ¿Cómo empezaste a escribir?

Yo escribí desde siempre, desde que era chico. Empecé a leer cuando tenía 2 años y medio y a escribir a los 3. Mi familia siempre me fomentó la lectura y escritura. Yo era súper pesado en casa hasta que me compraron un cuaderno y no paraba de escribir cosas, que capaz que no tenían sentido. Después fui leyendo y me formé más con la lectura. Más tarde, entré a estudiar el Traductorado de Inglés y de ahí descubrí lo que era el teatro con el grupo Egocentric Us, de la mano de Claudio Soto y Fernando Uro y me dije, esto quiero hacer y largué al diablo el inglés. Habré hecho algún que otro curso sobre dramaturgia, pero explícitamente sobre cómo escribir teatro, no estudié. Trato de escribir de lo que yo sé y de lo que no, lo investigo. Con la otra obra de teatro, recibí algunas críticas que decían que al no ser yo mujer, no podía decir lo que decía en el escenario, pero la gente por ahí habla mucho. Yo no soy mis personajes, este puede que tenga un poco más de mí, pero no soy yo y esta es la raíz de todo; y puede salir bien o mal, y puede gustar a la gente más o menos, pero yo no estoy aquí para convencer a nadie, sino para mostrar y laburar.

¿Cómo es la cuestión económica? ¿Se vive del teatro independiente?

Uno no vive de esto. Yo tengo mi trabajo como delegado de Argentores, Rodolfo es contador y trabaja en el Estado, y el resto tiene sus trabajos. Esto no nos da el sustento que necesitaríamos para vivir cómodamente del teatro. Una entrada cuesta $700, que para el mes que viene ya se va a $800 (y que no a todas las vendemos, porque siempre tenemos algún que otro invitado especial, un amigo, pariente o funcionario o funcionaria). A eso lo dividimos dividir entre nosotros, lo que sumado a los gastos, la verdad no nos da todo lo que realmente quisiéramos. Si yo hubiera estudiado algo para que me dé estabilidad económica, no hubiera elegido el teatro, hubiera seguido con el Traductorado, pero, en definitiva, no estamos acá para hacer plata y hacernos millonarios haciendo teatro. Aparte no contamos con una cartelera artística como en Buenos Aires, donde tienen teatro de lunes a lunes. Por una cuestión demográfica, si hacemos cinco funciones seguidas, nos quedamos sin público.

¿Qué le dirías a alguien interesado en hacer teatro?

Que no lo piense demasiado, que haga lo que sienta y lo que le salga del corazón. Yo hago teatro para ser feliz, para mostrar lo que quiero mostrar y decir lo que quiero a través de mis personajes y los actores y actrices. El teatro es un buen espacio para la expresión, para sanar el alma y soltar las risas, entonces la persona que quiera hacer teatro, que lo haga, porque hay un montón de lugares alucinantes para aprender, desde talleres, hasta la Escuela de Teatro, el Instituto Superior de Arte y Comunicación, hay un profesorado en el Instituto Hood, y un montón de lugares con docentes completamente capacitados para llenarse de teatro.

¿Pensás que se va a acabar el teatro en algún momento?

No, porque el teatro es lo primero que existe y lo último que dejaría de estar. No hay nada como compartir, como el convivio entre el espectador y los artistas. La emoción que se siente no te las va a sacar una pantalla en tu casa, en el cine o un celular. Es un ritual, es un compartir y es el feedback que se da con el público.