¿Cuáles son las máscaras favoritas si de cine de terror se trata? Hay variadas y para todos los gustos. Ahora bien, ¿por qué suelen ser distintivas en este tipo de cine? ¿En un género cinematográfico que es, además de profundamente popular, habitualmente marginado? De esta manera, el cine de terror vuelve a ser temática de interés del crítico e investigador Marcelo Vieguer con La Máscara en el Cine de Terror, volumen 32 de la colección Estación Cine, que dirige Sergio Luis Fuster para el sello rosarino CGEditorial.
Con este libro, Vieguer continúa el trabajo iniciado en La Casa en el Cine de Terror (Estación Cine nº 26), en un análisis que tendrá correlato próximo con La Fiesta en el Cine de Terror. Para ese libro habrá todavía que esperar. Por lo pronto, bien vale indagar desde la mirada del autor en un género que atrae de manera constante el interés del público y manifiesta ciertas particularidades. De hecho, puede pensarse en la máscara como un aditamento no necesario pero sí tipificado dentro del género. Dan constancia de ello numerosas películas. Pero el libro de Vieguer no trata de ser un recuento de éstas o algo similar, sino que se propone pensar la razón instrumental y simbólica de la máscara, y en cómo el cine la adaptó a su propuesta estética y narrativa.
En primer lugar, el libro dirige la atención al uso que de las máscaras ya se hacía en los rituales, sea en occidente, oriente, o en los pueblos originarios; a través de funciones variadas como la representación de animales o la distinción superior de quien la portara. La puesta en escena del ritual lleva al texto a trazar la correspondiente relación con el teatro; como el autor dice: “Hay una relación entre el uso de la máscara en todo tipo de rituales y su utilización en el teatro griego, pues éste no era otra cosa, en aquel tiempo, que un ritual”. De esta manera, Vieguer desmenuza el uso de la máscara teatral en las diferentes culturas, con particular cuidado por la tradición japonesa. Antes de llegar al cine, el paso obligado del libro lo dicta el carnaval.
Todos y cada una de estos capítulos permiten ahondar en el desbroce de un camino que aclara el objeto perseguido. Una vez allí, la mención de ciertas películas permitirá ahondar en la trayectoria particular del cine de terror; pero la aparición de las máscaras será un tanto aleatoria durante las primeras décadas del cine. Si bien el cine de monstruos de la Universal, a partir de los años ’30, como el de la británica Hammer en los ’50 y ’60, ya ofrecían toda una galería de personajes de rostros “transformados”, como dice Vieguer, “no fueron más que prolegómenos de lo que se vendría básicamente en la década del 70”; y añade: “Podríamos decir que máscaras y antifaces hubo desde los inicios del cine, pero la más de las veces a modo de ocultamiento de identidad y en menor medida para presentar personajes de otro mundo”.
La alteración de lo ordinario y habitual es lo que distinguirá a la máscara en tanto representación de una otredad, de una maldad que pone en riesgo la vida, y que los protagonistas deberán enfrentar. Situados en este terreno, el accionar de la ley humana queda ausente y el victimario –dada su otredad– opera por encima de ella (¿qué puede hacer la policía frente a Michel Myers o Jason Voorhees?). En todo caso, se trata de una manifestación metafísica, de un pleito que el cine slasher supo poner en escena de modo específico. Como en el libro se aclara, el slasher es un subgénero habitado por asesinos con máscaras, cuchillos y objetos cortantes que presagian mutilaciones; entre sus títulos destaca el que es una obra maestra del cine: Halloween (1978, John Carpenter); y vale para el caso añadir otro libro reciente: Máscaras, Machetes y Masacres: Historia del Slasher (Cuarto Menguante), donde el periodista y escritor Roberto Barreiro repasa y analiza las principales películas del género.
Por su parte, Vieguer elige privilegiar unas pocas películas, cuyas máscaras y rasgos particulares permiten ejemplificar de modos diferentes. Así, desfilan las inevitables Halloween, The Texas Chainsaw Massacre (1974, Tobe Hooper) y Scream (1996, Wes Craven), junto a observaciones puntuales sobre films contemporáneos como The Hills Run Red (2009, Dave Parker) y Smiley (2012, Michael J. Gallager). En cada una de estas películas, Vieguer aplica una taxonomía de cuño propio, que divide a las máscaras en tres categorías: en cuanto a su Utilización (funcionales o cotidianas), su Representación (artificiales o naturales), y su Exclusividad (singulares o generales). La selección fílmica es lo suficientemente representativa como para invitar al lector a sumar otros títulos y a poner en juego sus propias reflexiones.
A manera de anexos, el autor se permite sumar tres textos tangenciales, en donde analiza el uso de la máscara en la literatura (Edgar Allan Poe), en la pintura (James Ensor), y en la ópera. Como corolario, corresponde citar una de sus observaciones finales: “Un personaje portando una máscara sonriente, con un machete en la mano manchado de sangre, no sólo es una cruel paradoja, sino que nos permite avizorar el futuro del personaje atacado de modo limitado a un escaso lapso de tiempo, y donde la proximidad de la muerte resulta poco menos que inminente”.