Era necesario establecer un orden, algo había que hacer, las discusiones entre caballeros nunca terminaban mal pero llevaban mucho tiempo del juego. La taberna de Freemason's en el sur de Londres en el año 1863, fue el lugar elegido para acabar con las disputas. Es cierto, taberna, Londres al sur y discordia nos invitan a caminar por las calles victorianas a la espera de "Jack The Ripper" o esperar a los pestilentos del pobrerío industrial dispuestos a disparar su Cooper Pocket Double Action y después preguntar. Nada de eso ocurrió. Se trataba de numerosos Sir o Lores que fueron a pactar cómo había que divertirse con una pelota, acto mítico que devora el principio de placer pero calma a la horda primitiva.
No fue tan difícil el asunto. Los tipos estos eran representantes de los primeros clubes y colegios que practicaban el deporte del "piepelota", y sin tanto anverso y reverso fundaron la Asociación Inglesa de Football, y dieron letra a las primeras reglas de juego.
El primer signo de admiración va de la mano de la inexistencia de la figura del árbitro. Los límites eran necesarios sólo para marcar las puertas al desborde. El hombre de negro recién dice presente en 1891, con funciones acotadas pero precisas, como precisos fueron los "nicknames" provenientes de las Islands, "cuervos", nada más bello que esos pájaros oscuros dispuestos a levantar la carroña, en este caso del juego. El poder de cada decisión era inapelable, parieron a un verdugo para que en cada grito los bípedos inflen sus membranas, porque ahora pertenecen a una manada que tiene colores y escudos.
Los fascículos para producir la metamorfosis del amor al odio ya estaban en marcha, el "odioramiento" llegó para quedarse. La Internacional Board Asociation fue el brazo encargado para repartir legalmente su peste por el mundo de la mano de los piratas.
A mediados del siglo XIX el emporio británico ya se había encargado de distribuir por las tierras del sur alrededor de 50.000 migrantes, invitándolos a participar de los "british business". Trampa mortal para ellos y para todos, aunque un 22 de junio de 1986, Dios entró en sus cadáveres y le hizo la más cruel de todas las trampas, the god's han fue ejecutada a la perfección por un petiso burlón.
"Nothings compares to you", suena de fondo la bellísima voz de Sinead O'Connor. Y ella lo sabe, nada se compara entre un irlandés o escosés o galés y un inglés; todos han matado por hambre, sólo uno lo hace por el elegante placer de la sangre triste.
En las coordenadas 32º 57'S 60º39'O aparece un sitio en el mundo llamado Rosario, que allá por el 1886 recibe la llegada del primer tren que une el ramal Buenos Aires‑Rosario. Los tentáculos del monstruo se expandían sin pedir permiso, y allí estaban, invitados a participar de los beneficios, sólo que a fuerza de pico y pala y mentiras necesarias. Un escosés llamado Colin Calder olió la necesidad de recuperar algo del principio de placer en 1889 y junto con un grupo variopinto de empleados ferroviarios (argentos‑escoceses‑ingleses) fundaron el Central Argentine Railways Club, que desde 1903 pasó a llamarse Club Atlético Rosario Central. Raíces obreras y férreas abrazaron a estos tipos.
A principios del siglo XX, también en Rosario, nace hijo de un señor inglés que hasta tenía colegio propio, en la calle Entre Ríos al 100 y oculto detrás de altos paredones, el Club Atlético Newell's Old Boys. Los "chicos‑viejos" de don Isaac Newell's; hasta con un oxímoron nacieron, allí ya había un glamour propio que los otros hijos del sudor de los rieles no tenían.
Algo nació mal parido en las riberas del Paraná. El pueblo versus la élite, el espíritu agonal griego allí no dijo presente; y las tablas de Moisés creadas allá por el 1870 no iban a alcanzar nunca. Shakespeare y su Hamlet lo sabían: algo huele ha podrido aquí y allá, "something smells rotten in Denmark".
La intensa búsqueda de lo puro y de la pasión me recuerda al F³rer y la religión aria. Y las décadas fueron llegando en tren, y fueron partiendo en aves cada vez más veloces, y los muertos llegaron y no se fueron nunca. Son 319.
Al otro no hay que vencerlo, hay que poseerlo, devorarlo con la lengua y los filos del aliento (de guerra) ‑si es cadáver rápido mejor. Pero ¿por qué? Porque son unos muertos no essisten, voo no essistís (con "ese" marcada y clarita), y además porque son ¿homosexuales?, nooo, en realidad: ¡putos, son! ¡todos putos!
Si tenés la sangre manchada de azul y amarillo o rojo y negro, y estás del lado equivocado sonaste, empezá a contarte entre los que ya partieron, a beber de los recuerdos que nunca fueron y de las historias de esos tipos ya estaban muertas antes de nacer.
La muerte no hace pactos con estos tipos, son ciegos que escupen su miseria por un "fucking corner", 40000 soledades unidas en una ficción podrida, como decía don William, en una pureza muerta al nacer. No hay juego donde el fuego no desfigure las máscaras, aunque sean de piedra. Y a pesar de los pesares, el gran Teatro Verde siempre es bello, el verde inglés es mágico aquí y allá, en el Old Tratfford y en el Gigante, nada lo detiene si es la casa de una pelota que busca caricias.
El pacto es inviolable y el hueco de los ingenuos renace cada domingo, como renacen las cuentas de los dueños del circo. Scorsese buscó grandes actores para dar vida a sus "padrinos", en estas tierras brotan tipos infectos como los Angel Fácil‑Easy llici, los Huguitos "todo camino mío mío" Moyano, los abuelitos de Heidi con banda roja en el pecho Don Ofri, los Marcelo "rating Vaticano"; no les alcanzan las manos para llevársela. Ahora ya no hay pan para todos, no hay circo para todos, hay ausencias para todos y excrementos para todos; ¿no te gusta? I'm so sorry gordo, se terminó la anestesia, entrále al arsénico que para el hoy ayuda.
Fusilamientos‑fantasmas‑paredes‑tragedias más tragedias asesinan al placer y atraviesan de sangre la garganta de Roberto Basile; y las balas azules son para el pibe Scaserra, y la "palomita" que revienta los sesos de Emanuel Balbo, un sábado soleado del 2017 en Córdoba; y sin saber cómo, éste renace en cada jugada, en cada camiseta celeste que frena el viento. La puerta tiene el número 12 y se lleva puesto 79 tipos y no pasa nada.
Quizás en la taberna de Freemason's aquel día bíblico, aturdido y confuso de tanta niebla londinense, Samael estuvo presente y como buen padre de la mentira maldijo los triunfos que ya nadie gana.
No saben que están muertos; los muertos como nosotros, no tienen paz.