A veces la microviolencia puede colarse en los detalles: a modo de chiste, en un comentario al pasar, o en gestos y miradas. Poner la lupa sobre eso (así como cuestionar aquello que en ciertos contextos podría pasar desapercibido), es lo que propone Flor Yadid con El blues de Tití, una obra de teatro escrita por Daniel Roy Berlfein y que ella dirige.

“En El blues de Tití la micro violencia aparece en pequeñas cuotas”, expresa Yadid. Primero, “es un comentario al pasar del que todos nos reímos, incluso el público”, relata. Luego -agrega- “aparecen ciertos razonamientos que suenan como ‘antiguos’, y algunos comentarios que ya no nos causan tanta gracia. Se encuentran esos ‘chistes’ que escuchamos toda la vida. A veces molestan, pero la mayoría de las veces están tan naturalizados que parecen ‘un comentario más’”, describe.

En la obra se puede ver cómo Nilo (Martín Gallo) y Boris (Dani Surasky) son dos amigos que, a través de los recuerdos, hilvanado el presente con el pasado, traen a su actualidad situaciones que los ponen en jaque y que tensionan su vínculo. En ese entramado, es la presencia de Violeta (Natasha Zaiat), quien saca el velo y echa luz sobre sus relaciones. “El Blues de Titi es una historia sobre la lealtad de los amigos, el pacto tácito y la complicidad entre varones, y un amor que no pudo ser”, sintetiza Yadid sobre la puesta.

Para la directora, el gran desafío era el de no caer en el lugar esperado. “Cuando se habla de violencia se piensa en acoso sexual, en una violación, o en un insulto directo. Sin embargo, hay actitudes, comentarios ‘graciosos’ o simplemente mandar a la mujer a ‘hacer las ensaladas’, que también son otras formas de violencia”, reflexiona.

-¿Cómo llega el texto de Daniel Roy Berlfein a vos?

-Un año atrás, él se acercó a mi con la obra escrita: “Leela- me dijo-. Estoy buscando una directora”. Cuando leí el texto algo me atrapó inmediatamente. Enseguida le dije a Danny que contara conmigo y ahí empezamos a gestar lo que es hoy El blues de Tití. Sentí que era un texto muy interesante para trabajar y un desafío enorme para poner en escena.

-¿Qué te interesó del texto para trabajarlo?

-La obra mostraba el vínculo de Boris y Nilo, dos amigos de toda la vida, y sus idas y vueltas en el tiempo. Planteaba un universo simple, pero de vínculos complejos. Lo que mostraba el texto era que la violencia está tan naturalizada que por momentos nos parecía que “no pasaba nada”. Sin embargo, la relación de estos dos amigos tenía aristas graciosas, leales, de mucha complicidad, que se pone en jaque cuando aparece Violeta, la novia de uno de ellos.

-¿Cuál es tu mirada sobre la cofradía y ese "pacto" que todavía se genera entre varones?

-Creo que la sororidad, una palabra que aprendimos recientemente, y que se refiere únicamente a vínculos entre mujeres, existió desde siempre en los varones. Sólo que no se mencionaba. Pactos silenciosos con códigos que no hacía falta ni remarcar. “Yo tengo códigos” dice Nilo, orgulloso, durante la obra. En esta época en que la deconstrucción nos atraviesa a todes, el trabajo de los varones es desandar y hablar de esos pactos. No está mal que existan, el tema es en función de qué. Creo que sin dudas hay una cuestión generacional también. Tengo hijas de 20 y 17 años que escuchan mucho más y mejor lo que a otres nos cuesta reconocer.

*El blues de Tití puede verse los domingos de septiembre a las 16 en Jufré Teatro Bar (Jufré 444).