Luis Machín está viviendo días de gran plenitud profesional: además de Corte -que estrena el jueves 22-, el actor rosarino está involucrado en otras dos películas que lo tienen como protagonista, filmadas ambas en el interior y en las dos la presencia de los perros es central. Se trata de Perros del viento (estrenó el jueves) y Siete perros (estrena el jueves 22). En la primera, filmada en Rosario y dirigida por Hugo Grosso, Machín compone a Ariel, un guionista que vuelve de España a Rosario, su ciudad natal, a investigar el extraño caso del suicidio de perros en un parque lindero al río. Al regresar se reencuentra con su pasado, donde habitan entre otros Laura (Gilda Scarpetta), mujer a la que amó, y José María (Roberto Suárez), su mejor amigo, esposo de Laura. 

Perros del viento, de Hugo Grosso, se estrenó el jueves pasado.

Siete perros, en tanto, fue filmada en Córdoba y dirigida por Rodrigo Guerrero. Allí Machín es Ernesto, que vive con siete perros. Su solitaria rutina se desenvuelve en torno a las necesidades de sus mascotas, sus problemas de salud y sus limitaciones económicas. Los vecinos, en una audiencia de mediación, lo instan a sacar los animales de su vivienda, pero él no quiere separarse de sus perros y tampoco está en condiciones de afrontar una mudanza. "Ha sido pura casualidad, no fue buscado para nada, podría haber sido como una especie de intento de hacer una saga por el interior con perros, pero no (risas)”, dice Machín sobre sus dos películas con perros, que se estrenan casi en simultáneo. “De hecho, son proyectos muy distintos y que tienen a los perros también como ejes muy protagónicos, pero desde lugares totalmente diferentes", plantea el actor en la entrevista con Página/12.

Siete perros, de Rodrigo Guerrero, llega a salas este jueves.

-Como rosarino, ¿recordabas el mito urbano local sobre los perros suicidas del Parque de España que se cuenta en Perros del viento?

-Sí, de hecho uno de los primeros perros que se tiró ahí fue el de quien fue mi profesora de inglés durante muchos años. Hay cantidad de personas que lo sufrieron que, incluso, fueron entrevistadas por Grosso, el director, a propósito de la construcción de la película.

-¿Qué tan arraigado está ese mito en la población rosarina?

-Los rosarinos lo tienen muy presente. Yo me acuerdo perfectamente cuando todo esto empezó. Fue en los años '90 cuando se empezó a construir el Parque España y empezó a ser noticia a nivel nacional. Fue una noticia muy impactante porque era muy llamativo lo que sucedía. Después, a medida que nosotros fuimos avanzando con el guión e interiorizarnos más sobre este acontecimiento tan curioso, leí algunas cosas de otros lugares del mundo donde suceden situaciones parecidas. Si mal no recuerdo hay un puente en Edimburgo donde también los perros se suicidan. Y, a partir de ahí, se crea también el mito. Por ejemplo, cuando estábamos filmando, había colegas actores de Rosario que decían "Acá se corre muy fuerte la teoría de que Rosario es un portal a otra dimensión". Los rosarinos somos muy de autoelevarnos como centro de muchos temas. Es una característica bastante rosarina. Bueno, aparentemente, Rosario sería un portal a otra dimensión. Algunos sostienen esa teoría y que es por eso que los perros acuden a una especie de llamado de otra dimensión y van hacia eso.

-Hay otras teorías, ¿no?

-Sí, una es sobre el viento que se arremolina de una forma particular ahí, en la vera del río, y que sólo es perceptible a los oídos de los canes y que ellos acuden a ese sonido. Otros dicen que los perros van a cazar la presa, ven a la altura del horizonte volar un pájaro, corren para agarrarlo y se encuentran con que está ahí el precipicio. A partir de ahí, se empiezan a tejer un montón de posibilidades.

-El relato del mito es el punto de partida para contar una factible historia de reencuentro amoroso, ¿no?

-Sí, el guión tiene eso de atractivo porque juega en esas dos puntas: en lo irracional de los animales, en esta cosa que tiene que ver más con el instinto, en contrapartida a lo que es la racionalidad del ser humano y las cosas que hacemos por tratar de entendernos en diferentes situaciones. La película hace una especie de espejo entre estas dos posibilidades: esta cosa más instintiva y la cosa más racional. Ariel, el protagonista de esta historia, intenta resolver algo que le ha quedado en el pasado. Es como una especie de asignatura pendiente que viene a tratar de resolver con un condimento de mucho más interrogante que es la posibilidad de la paternidad y todo lo que empieza a jugarse por ese lado. Es un hombre de una edad media avanzada, como es la de este hombre, que curiosamente, es la misma edad que la mía. Y que lo lleva a momentos de mucha decisión: venirse de otro país, reencontrarse con su amigo, reencontrarse con su viejo amor, todas estas cosas en un viaje de corta estadía. En ese sentido, el guión acierta mucho a lo que es el comportamiento humano cuando decide empezar a definir qué va a hacer con el resto de su vida, cuál es el carril por el que va a intentar que se desarrolle la última parte de su vida.

-En relación al comportamiento humano ¿no creés que, a veces, es más salvaje que el de los animales en situaciones límite? ¿Acaso Ariel con el paso del tiempo no se va volviendo más instintivo, más animal si se quiere?

-Sí, en muchos aspectos los animales -que somos nosotros también-, pero los perros, los gatos, los monos nos superan ampliamente en lo sentimental en un porcentaje bastante alto. Lo veo en cómo ellos manifiestan la lealtad, la fidelidad. Nos llevan varios cuerpos y tienen mucho para enseñarnos. En ese sentido, Hugo Grosso hace con el guión esta especie de comparación. Y, de alguna forma, en la película queda en primer plano esa dualidad, en la que yo siento que los perros nos llevan bastante ventaja. El hecho metafórico del salto al vacío, casi poético del guión, es decisivo dentro de lo que es el desenlace del cuento: esta necesidad de abismarse y este espejo metafórico que se hace con el arrojo de los perros hacia esa otra dimensión. Vamos a ver a un Ariel que se lanza hacia esa otra dimensión que es la búsqueda del amor, un poco en lo que estamos también transitando los seres humanos como núcleo bastante central en el transcurso de nuestras vidas.

-Protagonizás también Siete perros, en la que tu personaje convive con esa cantidad de caninos. ¿Cómo te llevás vos con los perros? ¿Te gustan los animales?

-Sí, yo me crié con perros. Cuando me vine a vivir a Buenos Aires no volví a tener, pero sí lo hice cuando hicimos Perros del viento. En enero de 2020, antes de que empiece la pandemia, filmé Siete perros y en junio de 2021 filmamos Perros del viento. Cuando la estábamos filmando, nos vinimos con un perro, no de la película, pero ya nuestros hijos querían tener un perro hacía tiempo. Era un tema en la familia. Mientras filmábamos Perros del viento nos trajimos a Tato, que es el nuevo integrante de la familia, y ya hace un año que lo tenemos. Yo me crié con perros en Rosario. Así que fue retomar muy rápidamente el vínculo con ellos, que es extraordinario.

-Funcionó muy bien la química con los perros en la película. ¿Cómo fue ese trabajo?

-Una película hecha con tantos perros despierta curiosidad en cómo se filmó y me lo han preguntado. No fue para nada difícil. No eran perros adiestrados. Tenían su paseadora, un poco se conocían entre ellos y respondían a algunas órdenes que me enseñó la paseadora, pero no eran perros adiestrados para filmar. De hecho, la idea de Rodrigo Guerrero, el director de la película, nunca fue trabajar con perros adiestrados, sino que se vea lo que es una convivencia de perros de distintas familias. Todos tenían su lugar, pero no tenían un adiestramiento de filmación. Y eso en la película se ve. Se ve que son perros que podrían ser el tuyo, el mío, el de cualquier vecino.

-La película plantea el conflicto de un grupo de vecinos que se oponen a que Ernesto viva con tantos animales. ¿Te resultó curioso ese planteo o factible?

-Sí, de hecho, el disparador de la película es un caso real. Era un hombre que vivía con nueve perros. Fue una noticia que la guionista Paula Lussi leyó en el diario. El disparador fue la noticia real. No se tomó contacto con esta persona. Era alguien que tenía nueve perros y que tenía problemas severos con los vecinos. Es un buen punto de partida para contar lo que es la convivencia con la otredad, cómo mantenemos nuestro círculo íntimo, amoroso vivo, para que siga siendo parte del cotidiano en un escenario de dificultades. Varios vecinos hacen todo lo posible para que eso no suceda y lo que vemos es una especie de héroe del amor. Es alguien que está muy imposibilitado en lo vincular, alguien a quien le resulta muy complejo el vínculo con el otro, con la propia hija, una hija que está en otro país, y una nieta que no conoce. Es un hombre que ha quedado viudo, no sabemos por qué, pero que ha decidido estar ahí y que su vida sea eso. Y, de repente, se ve impelido a tener que desprenderse de estos animales que son su sostén cotidiano. Son los seres que lo hacen estar en esta vida. Hay que ver cómo él se las va ingeniando para tratar de eso que a él le hace tan bien no esté tan lejos. Toda esa peripecia hace entrañable al personaje.

-A lo largo de la historia se pueden ver los problemas que tiene Ernesto, pero también las soluciones. En ese sentido, la película parece aleccionadora: las soluciones muchas veces no son individuales sino colectivas. El conflicto pone a prueba los lazos de solidaridad. ¿Crees que es algo que falta en la Argentina?

-Sí, poder mirar al otro, aceptar la diferencia, tener en cuenta cuáles son las cosas que le hacen bien al otro, aunque, a veces, a nosotros nos incomode un poco. En ese sentido, es una mirada bastante contemporánea de convivencia. Estamos atravesando momentos de mucha intolerancia. Y eso nunca llega a buen puerto. La película es bastante aleccionadora de cuáles son las cosas fundamentales para la convivencia; es decir, poder mirar al otro de una manera comprensiva. Y Ernesto no es alguien que se ponga en un lugar de violencia, ni siquiera es alguien que, en apariencia, se moleste demasiado por lo que se lo acusa. Se lo acusa de hacer demasiados ruidos molestos en el edificio y él se encarga de encontrar una solución que le venga bien a la convivencia y que le haga bien a él en su cotidiano, que ha decidido llevar adelante así hasta el final de sus días: intentar que sus seres amados, que son los siete perros, no estén lejos de él. Y vemos cómo dentro de su dificultad y de su complejidad para relacionarse con los otros, él se las ingenia de una manera bastante amorosa para encontrar una solución. En ese sentido, la película es aleccionadora.

-Pascal decía que el corazón tiene razones que la razón desconoce. Hay algo también en esta historia en cuanto a la disyuntiva entre lo racional y lo sentimental... Es decir, lo que marca la realidad y lo que determinan los sentimientos. ¿Coincidís?

-Sí, hay que encontrar los puntos medios. No es una época para ponerse muy extremista. Hay que darle más carácter a lo que dicta el corazón. Si uno indaga más profundamente en los seres humanos, hay puntos de coincidencia amorosa que entre tanta oscuridad ha quedado medio tapado. Pero apuesto a que eso vuelva a reflotar. En algunas cosas soy escéptico. Creo que hay gente que va a ser muy difícil que cambie, pero nosotros, como artistas, tenemos un poco esa obligación de hacerle ver a la gente posibilidades. Estas películas apuntan a eso: a que miremos un poquito más. No nos centremos solamente en lo que nos pasa, en nuestro deseo, nuestra urgencia. Hay que abrir un poco. Cuidado con los impulsos.

-También el 22 se estrena Corte, donde interpretás a un psicoanalista en la historia de una artista que hace una película para sublimar a través del arte una situación compleja.

-Sí, ahí lo mío es una participación. La protagonista es mi mujer Gilda Scarpetta, que también es protagonista de Perros del viento. Es una historia bastante cercana a lo que es una parte de la historia de la directora, Guadalupe Yepes. Todo lo que cuente una historia personal lleva a la reflexión. En este caso, partiendo de una historia personal de la directora, se abre a lo que es la complejidad de las relaciones amorosas y que está muy bien contado en la película. Es muy difícil contar un acontecimiento personal y nutrirlo de los elementos necesarios para que la ficción lo tolere, lo soporte. Uno se puede poner demasiado autobiográfico y los rasgos que son necesarios para poder contar una historia no tenerlos muy en cuenta. No es el caso de Guadalupe, que eso lo hace muy bien. Gilda ha hecho una especie de alter ego de la directora que es notable.

Pospandemia sobre tablas

Luis Machín recorrió -y lo sigue haciendo- el interior del país presentando en teatro El mar de noche. Santiago Loza es el autor y Guillermo Cacace la dirige. Ambos definieron a la historia como “un grito ahogado que pone en escena el dolor de un hombre abandonado”. "Me sumo mucho a esa definición. Es una decisión teórica que en la obra queda muy plasmado en lo que sucede en el cuerpo de este hombre", dice Machín. Y profundiza en el "sustento teórico que resume bastante bien lo que le pasa a este hombre en su cuerpo cuando el amor ha pasado y lo ha dejado arrasado en la soledad", puntualiza. La define como una obra que apuesta mucho "a lo que sería una actuación muy poco monopólica". 

"Estamos acostumbrados sobre todo en pospandemia a pensar que lo único que se quiere ver en teatro son situaciones risibles, que nos permitan expansión en relación a lo que se vincula a la comedia. El mar de noche no tuvo esa apuesta. El tipo de actuación que se despliega ahí es totalmente implosivo. Insisto en la pospandemia porque hay como una especie de temática que se repite, de decir 'después de semejante tragedia, la gente quiere cagarse de risa'. Yo creo que no, la gente quiere reflexionar también y esto siempre ha sucedido. Ante tragedias planetarias, llámese pandemias, pestes, guerras, la gente también quiere salir reflexiva y poder construir algo mejor que no siempre tenga que ver con correrse del problema. Y esta obra es dramática", concluye Machín.


El atentado a CFK

Luis Machín vive este presente del país "con mucha preocupación". "Tenemos como una especie de última oportunidad. Que no haya salido esa bala fue una bendición de quien sea que haya sido: el destino, la casualidad, la suerte. Pongámosle el nombre que queramos, pero fue una bendición laica o religiosa, pero fue una bendición porque eso hubiera hecho definitivamente que la división ya no tuviera retorno", comenta el actor en cuanto al atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. "Siento que es una última oportunidad que tenemos los argentinos de mirarnos un poco a los ojos y decirnos: 'Che, hay que cortarla'. Y ver qué es lo que queremos como país definitivamente, ponernos de acuerdo en siete, ocho, diez temas que no se toquen, que se vaya para adelante sea el color que sea, el gobierno que esté, cuestiones de Estado en las que nos pongamos de acuerdo". 

Pero Machín no es muy optimista en esto: "Lo veo difícil. Sinceramente, lo veo difícil. Hay todo un sector de gente y de dirigentes que no aportan a que eso suceda. Me parece que nosotros como ciudadanos tenemos la obligación de hacérselos ver y de hacerlos entender. Además, nosotros tenemos que bajar varios decibeles y mirarnos más a los ojos, ver lo que queremos profundamente. Decirlo claramente, saberlo claramente, pero nunca en un estadio de violencia ni de tirantez como al que nos llevó toda esta situación, a tener la posibilidad de que maten a una vicepresidenta de un tiro en la cabeza". 

El actor también cree que no se tomado real dimensión "de lo dramático por lo que pasamos". "Nos va a llevar un poco más de tiempo. Todavía estamos como si nos hubiese tirado un baldazo. Como tuvimos suerte de que no suceda es como que pasó y cuando lo vuelvo a pensar y vuelvo a ver las imágenes digo: '¿Cómo llegamos a esto?' Por supuesto que hay respuestas a cómo llegamos a esto, pero ahora pensemos en las respuestas para salir de esto", reflexiona Machín.