Para conmemorar los 25 años de Buena Vista Social Club, el sello disquero británico World Circuit lanzó en 2021 una edición especial que, además del repertorio original, incluyó otro disco con temas inéditos. Sin embargo, el álbum que volvió a poner a la música afrocubana en el panorama mundial, al igual que a sus leyendas, salió a la venta el 16 de septiembre de 1997. Así que técnicamente el viernes se cumplió el primer cuarto de siglo de este trabajo. Pero al otro lado del Zoom se encuentra Nick Gold, productor ejecutivo del disco e ideador del proyecto, para que explique qué es lo que en realidad se festejó el año pasado.
“El disco se grabó en 1996, de manera que eso fue lo que celebramos”, dice desde Londres. “La edición especial que lanzamos por la ocasión contiene canciones que se grabaron para el álbum, pero que al final no entraron. Tuvimos que esperar mucho tiempo para incluirlas. Ya de por sí es un disco largo”.
-¿En qué consiste el resto del repertorio inédito?
-Las otras grabaciones son ensayos. Durante las sesiones, que se llevaron a cabo en seis o siete días, dejamos abiertos dos micrófonos ambientales para que registraran todo lo que pasaba en el estudio. Creo que esa atmósfera increíble se puede percibir. Esas canciones no tuvieron mejor definición ni entraron en el repertorio final porque el proceso de producción fue muy rápido, y no nos alcanzó el tiempo. Se hicieron muchas grabaciones en cada sesión, y tal vez lo que necesitábamos eran dos o tres por día. Pero no quisimos desaprovechar que teníamos en un mismo estudio a varias glorias de la música cubana.
-Se suele decir que ese disco es un hermoso accidente. ¿Qué fue lo que pasó en realidad?
-Mi idea original no sucedió: juntar a músicos de Malí con artistas de Santiago de Cuba para hacer un disco. En teoría, necesitaban visas para ir, y el lugar más cercano para tramitarlas era Burkina Faso. Al parecer, los pasaportes se perdieron en el camino. Más tarde nos enteramos de que no necesitaban visas para ir a Cuba, a lo que se suma el rumor de que había un mecenas maliense que dicen que les pagó para que se quedaran. Tiempo después pudimos llevar adelante ese proyecto, junto con el músico y productor Juan de Marcos González, bajo el nombre de Afro Cuban All Stars.
-Cuando te enteraste de que los músicos africanos no llegaban, ¿qué hiciste? La última palabra la tenías vos…
-Ya estaba jugado. Necesitaba encontrar algo para grabar. Cuando supe que el proyecto que planificamos no se podía concretar, me puse a escuchar cintas con grabaciones de músicos cubanos. Y le pregunté a Juan Marcos González si podíamos hacer un disco con eso. Entonces me advirtió que no era música de Santiago de Cuba. A lo que le respondí: “No me importa. ¡Me encanta! ¿Podemos hacerlo?”. El dijo que sí, y seguimos adelante. Originalmente, estos músicos no estaban en nuestro radar. Ese ensamble fue una consecuencia del destino. Demasiada casualidad. Para contestar a tu pregunta sobre qué pasó, simplemente improvisé para que sucediera.
Grabado en los míticos estudios EGREM, de La Habana, Gold tuvo como cómplices en este laboratorio sonoro afrocaribeño a dos consecuentes cómplices: el ingeniero y productor británico Jerry Boys (trabajó con iconos musicales que van desde The Beatles hasta R.E.M., pasando por Ali Farka Touré y Shakira) y el músico, compositor y productor estadounidense Ry Cooder (tiene una sustanciosa obra en la que destacan bandas de sonido como la de la película Paris, Texas). A los que se sumó Juan de Marcos González. Nick lo conoció en 1994, mientras el guitarrista y cantante cubano era parte del grupo Sierra Maestra, que hizo para World Circuit un tributo a Arsenio Rodríguez. Esto decantó en el interés de ambos por llevar adelante una grabación (al estilo de las big bands) con leyendas de la era dorada de la música cubana. El resultado fue el álbum A toda Cuba le gusta (1997), firmado por Afro Cuban All Stars y devenido en el primer antecedente de Buena Vista Social Club.
-¿Creés que sin la participación de Juan de Marcos González la historia hubiera sido distinta?
-El fue muy importante en todo el proceso. Su conocimiento de la música es tan increíble que puede hacer que las cosas pasen. Es todo un catalizador. El entendía muy bien el concepto de traer a los músicos africanos para mezclarlos con los músicos de Santiago de Cuba. Cuando ese plan no salió, generó tranquilidad. Nos dijo: “Esto puede pasar, no te preocupes. Sé cómo hacer para que lo demás suceda. Conozco el estudio”. Y comenzó a buscar a los músicos.
-Al principio, algunos de esos músicos se negaron a participar.
-Queríamos darles a todos algún tipo de participación porque fue una sorpresa para nosotros que esos músicos vinieran. Ibrahim se acercó dos días después de que Juan de Marcos lo fuera a buscar.
Buena Vista Social Club vendió ocho millones de copias en todo el mundo, recibió un premio Grammy y hasta generó un documental homónimo dirigido por el cineasta alemán Wim Wenders. No sólo eso: el proyecto ocasionó que artistas como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, Rubén González, Orlando “Cachaíto” López y Eliades Ochoa sacaran sus discos solistas y tuvieran sus propias giras. Sin embargo, antes de que se transformaran en un fenómeno universal, estos cubanos septuagenarios se encontraban jubilados, culturalmente abandonados o sumidos en el olvido. Al igual que esos clásicos en clave de son, bolero, trova, danzón y guajira. La rabia y la frustración acumulada eran tanta que Compay Segundo en un primer momento rechazó la convocatoria, lo mismo que Ferrer, que en ese entonces se ganaba la vida lustrando zapatos y haciendo anotaciones en la lotería clandestina. Aunque no fue el caso de Portuondo, quien sí se mantuvo cantando.
-Aparte de Omara Portuondo, ¿tuvieron en mente a otra cantante?
-Intentamos con Celina González, pero ella no quiso. Me dijo que debía consultarle antes a su santera, y en la lectura de los caracoles salió que no debía hacerlo. Insistí otra vez, y nada. No hubo manera de convencerla. Juan de Marcos encontró a Omara por casualidad en el estudio de abajo, y la invitó a subir a donde estábamos nosotros. De hecho, casi no graba porque al día siguiente tenía que salir de viaje. Por eso tuvo tan poca participación en el disco.
-¿Cómo surgió el repertorio?
-Lo eligieron los propios músicos. Ellos tocaron sus canciones favoritas. Cada uno sugería lo que quería hacer. En el caso de Ibrahim, él quería interpretar sus temas (lo mismo sucedió con Compay Segundo y Cachao López, por lo que el repertorio alterna sus composiciones con clásicos de la autoría de María Teresa Vera, Isolina Carrillo, Guillermo Portabales, Sindo Garay y Faustino Oramas). Si bien teníamos una lista en mente, al final esa idea no sobrevivió. Como pasamos mucho tiempo en el estudio, Ry Cooder y Juan de Marcos supieron comprender y darle salida a las propuestas que hicieron los músicos.
-No deja de ser curioso que esos clásicos de la música cubana volvieran a tener una segunda oportunidad.
-Siguen sonando muy genuinos, a lo que le agregaría la inmediatez con que se hicieron. Esa adrenalina se percibe. Aunque lo que te digo parte de mi punto de vista.
-Convengamos que esas reversiones tienen ese matiz oscuro propio de Ry Cooder, productor musical del disco. Suenan a un Caribe taciturno.
-La versión que se hizo de “Chan chan”, por ejemplo, no es tan alegre como la original. Ciertamente, es más oscura. Ese sonido se debe en parte a que quisimos grabar con pequeños grupos de músicos. No queríamos tener junta a toda la sección de percusión. Ni tampoco mezclarla con los caños. A esas grabaciones les sumamos los registros que nos dieron esos micrófonos ambientales. Tratamos de crear una sensación de intimidad, de que eras parte del grupo. Como si estuvieras sentado entre los músicos. Y, por supuesto, Ry toca en cada canción. Es bastante subliminal su participación, pero le agregó un sabor diferente al procedimiento. Jerry también fue muy importante al momento de hacer el acabado final.
-¿Qué historia hay detrás de la icónica foto de la tapa?
-Es de Susan Titelman. La hizo en el segundo o tercer día de grabación. Ahí aparece Ibrahim Ferrer yendo al estudio. Está muy bien vestido, con sus zapatos blancos, porque siente que es un momento importante para él. Es una fotografía increíble.
-A pesar de que World Circuit es un sello disquero independiente chico, el trabajo de marketing que hicieron fue impecable.
-Lo que deseábamos hacer básicamente era contar la historia de la grabación. Junto con Anne (Hunt) y Mary (Farquharson), nos encargamos de eso, y nos ayudaron algunos distribuidores independientes. Incluso la manera de comercializarlo fue muy artesanal. Hicimos que se viera hermoso porque pensamos en la música. Sin embargo, se trató de un proceso lento. Y trabajamos muy duro. Al principio nos costó difundirlo. Enviamos varias copias, y no nos prestaban atención. Pero insistimos porque sabíamos que era un proyecto importante. Cuando conseguimos que los músicos comenzaran a venir, se destrabó todo. Aprovechamos cualquier oportunidad para que hicieran recitales y o actuaciones en la televisión. La gente se terminó enamorando de ellos.
-¿Cuánto conocías de la música afrocubana antes de embarcarte en el proyecto?
-Conocía lo suficiente. Cuando te embarcás en un proyecto, aprendés bastante. ¿Viste que te hablé de Celina González? Lamenté que no se quisera sumar al proyecto de Buena Vista Social Club porque en 1987, con World Circuit, publicamos su disco Fiesta guajira. Ahí conocí a Barbarito Torres, porque tocaba con ella. También había oído hablar de Rubén González y de Ibrahim Ferrer.
-Más allá de que The Beatles flirteó con el bolero en sus inicios, ¿qué tanto se sabía de este tipo de música en el Reino Unido? Una de las pocas referencias que existe se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando el venezolano Edmundo Ros puso a bailar incluso a la entonces Princesa Isabel. Preferían su orquesta antes que a la big band de Glenn Miller.
-Tengo que admitir que gracias a que trabajo en un sello discográfico con características muy puntuales pude conocer este universo musical tan fascinante. Lo que sí sé es que este tipo de música tuvo una popularidad increíble en los años veinte y treinta. Si bien me parece que no hay una referencia tan específica, las melodías de sus canciones quedaron dando vueltas en el inconsciente colectivo de los ingleses. Así que es una música familiar para nosotros.
-¿Sos consciente de la felicidad que le diste a todos esos músicos? Los que ya murieron no lo hicieron en el anonimato.
-Fue difícil llevar sus muertes porque trabajamos
muy de cerca. Nos convertimos en una familia. Lo que me queda a mí es el
privilegio de haberlos conocido y de estar allí. Fueron momentos muy hermosos.
Creo que eso es lo que más orgullo me da.
Un sello para el mundo
El sello World Circuit fue creado en Londres en 1986 por Anne Hunt y Mary Farquharson, y se especializa en música afrocubana y del Este de Africa. Nick Gold se sumó al poco tiempo, mientras militaba en una organización de música para colegios. Le recomendaron que fuera a conocerlas porque, al igual que ellas, sentía que la música pop debía pegar un volantazo. Nunca había trabajado en un sello disquero ni tampoco con músicos. La experiencia más cercana era su melomanía y el haber sido empleado de una disquería.
En aquellos tiempos se puso de moda la etiqueta “world music”, y la compañía que representaba encajaba perfectamente en ese esterotipo. Pero ellos hicieron lo imposible para escapar del lugar común. Al menos él se sentía afín a la curaduría conceptual de los creadores de otras disqueras, entre los que destacan Alfred Lion (Blue Note), Ahmet Ertegun (Atlantic) y Manfred Eicher (ECM). Aunque en el camino fue encontrando su propia identidad, la misma que lo animó a probarse igualmente como productor musical.
Las perlas ocultas
Luego de la edición del box por los 25 años de Buena Vista Social Club, lanzado en 2021, la celebración de semejante ofrenda a la música sigue adelante. Y por cortesía de su sello disquero. El 23 de abril pasado salió a la venta (en formato de vinilo) el EP Ahora me da pena, que se encuentra compuesto por tres canciones inéditas y una rareza. Esta última es “Chan chan”, que acá aparece con el subtítulo de “Monitor mix”. Se trata de una maqueta cuyo audio tiene como peculiaridad una de las perspectivas técnicas en el registro de estudio. Así que no es tan completa como se escucha en el álbum, aunque su aporte testimonial es fundamental.
En tanto que los otros tres temas son una
toma alternativa de “Macusa”, “Saludo Compay” y la canción que le da título a
este trabajo, que además cumple la condición de corte promocional en las
plataformas digitales. En Spotify fue puesta en ciruclación el 23 de junio.
Para este conjunto de temas, Eliades Ochoa presta su voz, al igua que Compay
Segundo. Ibrahim Ferrer se dedica a hacer coros.