Inmediatamente después del atentado contra la vicepresidenta Cristina Kirchner, desde diversos sectores del oficialismo nacional se puso sobre la mesa la violencia instalada desde hace varios años en el debate público y se echó mano a un concepto que, con el correr de los días, generó una serie de acusaciones cruzadas.
¿Pero las agresiones verbales y descalificaciones pueden ser calificadas como discursos de odio?
En este sentido, un ejercicio interesante lo realizó hace unos días la creadora de contenido Marisin (Marisol de Ambrosio): durante un streaming en su canal de Twitch, la youtuber tipeó "discursos de odio" en el buscador de Twitter. Y luego hizo lo mismo con "discurso de odio", en singular.
En la primera búsqueda aparecieron diversos tuits que sugerían que, de forma indirecta, algunas intervenciones recientes (y no tanto) por parte de la oposición fueron las que derivaron finalmente en el intento de magnicidio contra la Vicepresidenta (el mensaje de “ellos o nosotros”, del diputado nacional Ricardo Lopez Murphy, fue repetido hasta el hartazgo). Además aparecieron exigencias para aplicar la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, más conocida como “Ley de Medios”. En la segunda búsqueda, en cambio, el resultado arrojó como ejemplos de discurso de odio algunos mensajes de funcionarios del kirchnerismo que insultaban a usuarios, periodistas y figuras de la oposición.
En el chat, un seguidor de Marisin resumió el problema: “Ya está lavado el concepto y ni lo terminaron de estrenar”.
¿Por qué es importante definir el concepto correctamente?
En uno de los últimos episodios de su podcast, Anaconda con memoria, que realiza para FM La Patriada, la periodista y comunicóloga Mariana Moyano se propuso desandar de qué hablamos cuando hablamos de discursos de odio.
“Odiar no es un discurso de odio”, explica Moyano, durante un tramo del capítulo. La diferenciación entre lo que pueden ser “decires odiosos” y discursos de odio, aclara, radica en la comprensión de que cuando hablamos de discurso no hablamos de un decir, sino más bien de una construcción narrativa que justifica la eliminación de determinado grupo social como única salida ante determinado fin (por ejemplo, x grupo social es el causante de todos los males de una sociedad, y por consiguiente, para progresar, debería eliminarse).
Consultada por Página/12, Moyano agrega que en estos casos es clave remitirnos a la prueba penal: probar la construcción de un discurso de odio, es decir, la justificación para la eliminación física de un grupo social, es infinitamente más complejo de lo que parece. “Básicamente, porque a diferencia de lo que se cree, no se trata de gente hablando. Un discurso social es una construcción entre tres: quien emite ese discurso, lo dicho y un tercero, que es la interpretación. Entonces no es una persona que dice una frase, sino una construcción social”, amplía la autora de Trolls S.A (Planeta, 2019).
En esta línea, Moyano recuerda tres ejemplos significativos en los que se logró probar con un corpus teórico jurídico la legitimación del odio en los medios de comunicación: el de la revista alemana Der Stürmer, durante los juicios de Nüremberg, en el fin de la Segunda Guerra Mundial; la revista Kangura, en Ruanda, que justificó el genocidio de los tutsis durante la guerra civil de ese país; y, en el ámbito local, el diario bahiense La nueva provincia, en el que escribía una columna el represor Ramón Camps.
“No hablamos de un individuo, sino de una narrativa. De una gramática política que argumenta para el asesinato en masa. Estamos hablando de disparar palabras que construyen luego una argumentación para un genocidio”, sigue Moyano en su podcast, basada en la teoría veroniana de los discursos sociales, un texto que cualquier estudiante de Comunicación leyó alguna vez.
Días atrás, el sociólogo Ezequiel Ipar también reflexionó sobre el tema en AM750. En su opinión, no ve mal que exista una discusión alrededor del concepto, y que incluso la sociedad civil se lo apropie, en una primera instancia, de manera confusa.
Sin embargo, destaca dos acepciones históricas del término: “Una viene de la historia normativa, sobre todo de los tratados de Derechos Humanos -y muy específicamente, el Tratado de Derechos Civiles y Políticos 1966-, que describe en qué casos se limitaría la libertad de expresión, y menciona la incitación a la guerra o la incitación al odio racial o nacional”.
La segunda acepción pertenece a los campos de la sociología, la lingüística y la psicología, en donde existe un interés por entender fenómenos de legitimación de discriminación y deshumanización. Allí, el concepto hace referencia, otra vez, no a lo que dice una persona puntual que odia, sino a un discurso que conecta con la historia trágica de formas de violencia masivas y con el esfuerzo por superarla. “Se trata de cualquier estrategia discursiva que vuelva necesario, urgente, el exterminio de algún grupo social”, detalla Ipar.
La política, en stand by
Moyano sostiene que la política, en este caso, llegó tarde: “Es una construcción más subterránea, y como ahora tenemos un problema serio, un intento de magnicidio, queremos una respuesta rápida e inmediata, entonces proponemos modificar el Código Penal o una regulación”.
Si bien aún la investigación judicial está lejos de aclarar la magnitud detrás de la organización de los agresores de la Vicepresidenta, a los efectos del debate esto no modificaría el análisis. “No podemos comprender cómo pasó, no es que hay un malo que se despertó y le quiso disparar a Cristina. Haya o no una organización por detrás, es algo que viene de hace mucho tiempo, y la sorpresa de muchos es por no haber querido ver lo que venía pasando. Que a la política le sorprenda habla bastante de lo poco que conocen la sociedad en la que estamos viviendo”, sentencia Moyano.
Los medios de comunicación, el último eslabón
La siguiente pregunta que se desprende del debate es qué pasa en los medios de comunicación tradicionales. ¿Pertenecen ya al “mainstream” los discursos de odio?
Para Mariana Moyano, los medios son el último eslabón de la cadena, a donde llega el final de eso que nos molesta que se diga. “El tema es el aval anterior”, argumenta, antes de poner el foco en las redes sociales. “Hoy la calle no es tanto la calle, sino el territorio digital, y ahí no se termina de mirar bien. De hecho, en la causa que investiga el atentado contra Cristina Kirchner muchas pruebas o indicios son posteos en redes sociales. ¿Qué estaba haciendo la política? No los servicios de inteligencia ni las fuerzas de seguridad, la política: sigue mirando los medios en lugar de las redes sociales, entonces cree que la disputa está ahí. Lo que ven de los medios es el final del camino, pero antes hubo un proceso de organización en redes sociales. En Estados Unidos tomaron el Capitolio, ¿por qué no iba a pasar algo así en Argentina?”, se pregunta.
De ahí que no tenga sentido, en su opinión, el pedido de aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. No es en los medios de comunicación donde se están permitiendo la organización y legitimación de los discursos de odio.
Sumado a esto, Moyano también desestima cualquier tipo de regulación en general. ¿Quién sería el árbitro de la discusión pública? ¿Quién sería el o la designada para decir “esto puede decirse y esto no”? ¿Qué penas le caben a qué discursos?
Un ejemplo de esta disyuntiva podría ser el de Nicolás Lucero, quien en 2017 fue detenido por tuitear contra el expresidente Mauricio Macri. El joven de 20 años debió presentarse a la Justicia porque su mensaje en esa red social fue considerado como “intimidación”. En 2018, finalmente, fue declarado inocente.
“Siempre ponen el ejemplo de Alemania. Que alguien me explique, si es tan efectivo, por qué en los últimos 20 años la excanciller Angela Merkel y otros gobiernos han tenido que lidiar y hasta negociar con las extremas derechas. Evidentemente ahí tiene que haber una lección”, reflexiona, por último, Moyano.
Sobre este punto, la periodista vuelve a hacer hincapié en el debate político: “Cuando la política expulsa, y en el último tiempo los discursos identitarios han expulsado a enormes mayorías, van a construir su propio discurso. La política es bastante más compleja que una regulación”.
Sin embargo, lejos de llamar a la resignación, Moyano aclara: “La esperanza que tengo es que esto nos haga reaccionar. Que quienes vienen hace diez años dormidos, pensando que estamos en 2012, comprendan que el mundo es completamente otro. Si no, la realidad te caga a trompadas, y uno no se puede pelear con la realidad. No alcanza con tener razón, hay que modificar las cosas”.