Los presuntos casos de dopaje de los jugadores de River Plate en partidos de la Copa Libertadores en curso manifiestan el creciente fenómeno de la tecnologización deportiva. Este fenómeno se liga habitualmente al afán por lograr la victoria a toda costa, que parece ser un rasgo distintivo del deporte contemporáneo. En su afán por lograr la victoria (y las recompensas que la acompañan), los deportistas se encomiendan a todo tipo de procedimientos que puedan proporcionarles una mejora del rendimiento. Nos confundiríamos si pensáramos que este afán por ganar es único de nuestra época. En la antigua Grecia, por ejemplo, los deportistas recurrían a sustancias como los testículos de diferentes animales asumiendo que les proporcionaban una ventaja añadida en la competición. No obstante, lo que sí resulta único de nuestra época es que la mejora del rendimiento se busca a través del estudio científico y su aplicación tecnológica.
La tecnologización deportiva no es un fenómeno nuevo, pero sí lo son los procedimientos disponibles para mejorar el rendimiento así como sus efectos sobre los deportistas. Hace ya treinta años, Roberto Fontanarrosa expuso magistralmente las perplejidades de este fenómeno en su cuento “El record de Lauven Vogelio”. Vogelio es sometido no sólo a insólitos y cruentos adiestramientos sino también a deformantes intervenciones quirúrgicas y tratamientos químicos en procura de convertirlo en el mejor velocista del planeta. El día en que lo demostraría, Vogelio estalla en plena carrera y se pulveriza en el aire. Su grotesco aniquilamiento muestra la cara más atroz de la tecnologización deportiva.
Tanto el deporte como su tecnologización (de la que el dopaje es una manifestación persistente), así como sus riesgos y potencialidades, deben comprenderse como frutos de la modernidad. Por un lado, los permea una racionalidad secular, instrumental, burocrática y perfeccionista centrada en la superación de records, la especialización y la cuantificación. Todo ello basado en la explicación científica de los mundos natural y humano así como su dominio. Por otro lado, los permea un espíritu emancipador, basado también en el conocimiento científico y el dominio de las fuerzas naturales y humanas.
Como toda práctica moderna, el deporte conlleva la posibilidad de liberación y al mismo tiempo de su condena. Se podría argumentar, por ejemplo, que el dopaje ejemplifica el carácter contradictorio de la modernidad, ya que la tecnologización desmedida jaquea el potencial emancipador del deporte.
La obra de Bernard Suits, uno de los fundadores de la filosofía del deporte, ofrece un camino elocuente para limitar el impulso racionalizador moderno sin poner en peligro su espíritu emancipador. Según Suits, el deporte consiste en la imposición voluntaria de obstáculos para lograr un fin. De este modo, la actividad deportiva se caracteriza por una “lógica de la gratuidad”, que aleja a los individuos de las necesidades y dificultades de la vida diaria para sumirlos en un mundo de problemas artificiales, que si bien son innecesarios, están ligados a aquello que nos define como seres humanos. Por un lado, el ejercicio de autoimposición de obstáculos innecesarios es un acto de libertad, o aún mejor, de generación de un espacio dónde desarrollar la libertad. Por otro lado, el intento por superar los obstáculos innecesarios inherentes al deporte posibilita el desarrollo de habilidades físicas (y también de otra índole), excelencias y virtudes a partir de la creación, innovación y expresión individual y colectiva, que no se ejercitan con asiduidad en otras actividades humanas. Lo cual dota al deporte de un carácter humanístico.
Así pues, podría afirmarse que la lógica de la gratuidad subyacente al deporte ofrece un marco para poner límites al impulso racionalizador moderno a partir de elementos típicamente modernos: emancipación y desarrollo de nuestra humanidad.
La propuesta de Suits es una crítica a la modernidad que salvaguarda, realiza y pule lo mejor de ella. El uso de la tecnología, o de la llamada “razón instrumental”, obviamente tiene lugar dentro del deporte. No obstante, ésta debe estar limitada por la lógica de la gratuidad. Cuando la tecnologización deportiva pone en peligro la estructura de la artificialidad deportiva, dicho uso debe ser prohibido o, al menos, regulado. Esta es la situación con los casos de dopaje que menoscaban los obstáculos innecesarios a superar en el deporte.
Evidentemente, no todos los procedimientos utilizados para mejorar el rendimiento tienen tal efecto, pero nuestro rechazo más inmediato está basado en esta alteración. Se dice frecuentemente que aquellos que se dopan son tramposos no sólo porque desobedecen las normas sino porque, al utilizar medios prohibidos para superar los obstáculos innecesarios, participan en una actividad distinta a la de los otros deportistas. Cuando esto sucede, se corrompe la práctica deportiva y simultáneamente se le niega su carácter emancipador. Si el deporte es una actividad que proporciona un espacio de libertad a través de la superación de obstáculos innecesarios, eliminarlos a través de la tecnologización deportiva supone negar aquello que nos permite desarrollarnos como sujetos libres. Esta crítica del dopaje sitúa el rechazo de la tecnologización desmedida del deporte en un nivel muy distinto al de las típicas críticas, que se basan en argumentos relacionados con la justicia, la coerción o la salud. Así, ante casos como el de los jugadores de River Plate, hemos de pensar en qué tipo de deporte queremos practicar y promover. De no hacerlo, tanto el deporte como los deportistas corren el riesgo de sufrir muchos de los padecimientos de Vogelio o la pobreza deportiva.
* Doctor en filosofía e historia del deporte.
** Doctor en filosofía.