Tomándose una pausa en la filmación de una película a fines de los años sesenta, Richard Harris contrató un avión privado para un vuelo charter. El actor y su entorno viajaron a Hamburgo para visitar prostíbulos y luego se fueron en un viaje de un día a Irlanda, donde pasaron toda una tarde en uno de los pubs favoritos de Harris. No estuvieron sobrios un solo momento de la excursión, que fue retratada en una crónica por un fotógrafo que fue invitado a participar del viaje.
La historia de sus payasadas se cuenta en el nuevo documental que dirigió Adrian Sibley, The Ghost of Richard Harris ("El fantasma de Richard Harris"), y que tuvo su premiere mundial en el reciente Festival Internacional de Cine de Venecia. Lo que es más extraordinario sobre este episodio particular es que no aparecía como algo por fuera de lo ordinario para la estrella nacida en Limerick, Irlanda. Hacer zig zag a través de Europa en búsqueda de aventuras, sexo y alcohol era para Harris simplemente -al menos en ese estadio de su vida- lo que hacía habitualmente.
Sus varias amantes pueden también dar testimonio de eso. El documental de Sibley alude a un breve romance que el actor puede haber tenido con la princesa Margaret, un rumor que él mismo nunca confirmó. "Aunque Richard era un 'espadachín' al modo de Erroll Flynn, no era alguien que siento que pudiera ser cuestionado por el movimiento #MeToo. La gente podía desaprobar su conducta en la vida, pero siempre fue muy galante y respetuoso en su actitud hacia las mujeres", dice Sibley. "Me gusta la nobleza del hecho de que, aunque él había conquistado el bastión del Castillo de Windsor acercándose a la hermana de la Reina, lo que se siente como si un irlandés plantara bandera... nunca reveló nada de eso."
Es una tentadora, aunque algo lasciva, mirada íntima a la vida amorosa de Harris. Pero la historia sobre la princesa Margaret también remarca por qué las audiencias contemporáneas siguen sintiendo tanta confusión sobre el actor, quien falleció en 2002. Han habido otras películas y libros sobre Harris; títulos como el documental del realizador irlandés Brian Reddin A Man Called Harris (2020) y la biografía publicada en 2014 por Michael Feeney Callan han intentado desentrañar el misterio detrás del hombre. Pero una pregunta queda flotando: ¿qué significó Harris?
Los públicos más jóvenes recuerdan mejor a Harris por dos dos notables performances en la última etapa de su carrera: como Marco Aurelio junto al Máximo de Russell Crowe en Gladiador, de Ridley Scott (2000), y como Dumbledore en las primeras películas de Harry Potter. Uno no esperaría en primera instancia encontrarse a Harris en el saludable mundo de Hogwarts, pero su nieta -como millones de otros lectores juveniles- amaba los libros de J. K. Rowling, y Harris sabía reconocer una franquicia exitosa cuando la veía.
Otros lo ubican junto a Peter O'Toole, Richard Burton y Oliver Reed: una de esas galerías rebeldes integrada por agotados, alguna vez brillantes protagonistas del cine de los sesenta que se convirtieron en abonados a las columnas de chimentos, tan renombrados por sus costumbres alcohólicas, peleas y malas conductas como lo habían sido por sus dotes actorales.
Harris tuvo carreras paralelas como cantante pop (e incluso disfrutó del éxito de su balada de 1968 "MacArthur Park", que entró en el Top Ten) y como poeta. En la cumbre de su fama tomó un tiempo sabático de su trabajo de actuación en la pantalla para trabajar como bartender en el pub neoyorquino de su amigo Malachy McCourt. "Harris servía con descuido y sin medida, y nunca pareció tomar dinero de nadie de la clientela", escribió McCourt en sus memorias. El dueño del pub se horrorizó de escuchar, por parte de "una pareja de alegres y bastante ebrias señoras mayores" que el apuesto y joven bartender se había negado a recibir un pago por su botella de champagne Dom Perignon. Harris, de todos modos, tomó nota de todos los tragos gratis que entregó y, cuando dejó el trabajo, le dejó a McCourt un cheque para cubrirlos.
Esa clase de anécdotas hacen ver a Harris levemente absurdo, un petimetre irlandés que no se tomaba a sí mismo demasiado en serio. Los financistas públicos del Reino Unido, incluyendo al British Film Institute, se negaron a apoyar a The Ghost of Richard Harris porque (según cree Sibley) sentían que el actor era "grosero y sexista", una reliquia de otra era. Esos financistas olvidaron que hubo un período temprano en la carrera en pantalla en la que Harris, gracias a la crudeza y salvaje intensidad de su estilo de actuación, era lo más cercano que el cine británico tenía a su propio Marlon Brando.
En una encendida reseña del diario The Observer sobre la película El llanto del ídolo, dirigida por Lindsay Anderson en 1963, la crítica Penelope Gilliat escribió: "Nunca he visto una película inglesa que le haya dado semejante expresión a la violencia y la capacidad para el dolor que hay aquí en el personaje inglés". La periodista la definició como un film "estupendo" que "golpeaba como un puño", y cantó loas a la "magnificencia" de Harris. Había una obvia ironía en sus palabras, ya que Harris era un orgulloso irlandés, pero tenía razón. El actor lucía excelente en ese rol, que le valió el premio al Mejor Actor en el festival de Cannes.
Allí Harris interpreta al profesional de la Liga de Rugby Frank Machin, y entrega una aguda performance como el pesado, machote norteño avergonzado por su lado suave y vulnerable. En la película, Machin tiene una relación enfermiza y destructiva con su casera, Mrs. Hammond (Rachel Roberts). El verdadero romance, de todos modos, floreció entre el director Anderson y su estrella Harris, quien se volvió objeto de su obsesión.
"Su mezcla de ternura y simpatía con la violencia, e incluso con la crueldad, es asombrosa", escribió en su diario Anderson sobre su protagonista. Más tarde le dijo al historiador del cine Brian McFarlane que Harris era "tremendamente ambicioso", pero "también, de muchas maneras, falto de confianza, lo cual lo volvía un actor difícil de manejar, pero siempre bien elegido en el casting."
Mientras crecía en Irlanda, Harris había soñado con jugar al rugby para su país. Era un joven jugador muy promisorio, pero cualquier esperanza de alcanzar la gloria deportiva se derrumbó cuando contrajo tuberculosis y fue confinado a una cama durante meses. Parece algo en cierto modo típico del siempre contradictorio actor, que en su juventud era a la vez un atleta y un inválido. Del mismo modo, era un tipo muy gregario pero pasaba largos períodos en soledad.
Harris era un tipo malhumorado y rebelde, y aún así venía de un respetable entorno de clase media (parte de una alguna vez próspera familia dedicada a la molienda de harina). Era un tipo algo rabioso y caótico que se convertía en un absoluto perfeccionista cuando creía en un proyecto. Vivía por su arte, pero también buscaba el dinero y la fama. Adoptó un romántico nacionalismo irlandés, y apoyó al IRA antes de sentirse alejado de la violencia del grupo. Pero eso no lo detuvo a la hora de retratar a Oliver Cromwell de un modo empático en la biopic realizada en 1970 por Ken Hughes sobre el soldado y político inglés, quien sigue siendo una de las figuras más odiadas en la historia irlandesa.
En sus primeros trabajos en la pantalla, Harris tenía a la vez intensidad física y vulnerabilidad. Era mercurial e intenso de un modo que otros actores británicos de ese momento no podían alcanzar. Como acostumbraba bromear, era considerado "inglés" si ganaba premios, pero "irlandés" toda vez que era arrestado por una pelea de pub.
Harris puede haberse hecho un nombre en los dramas "de cocina", y en películas de cine arte como El desierto rojo de Michelangelo Antonioni (1964), pero con una familia que sostener pronto puso proa a Hollywood para protagonizar lucrativas películas de acción y westerns como Los héroes de Telemark (1965) y Juramento de venganza, de Sam Peckinpah (1965).
Entonces llegó el éxito musical Camelot (1967), donde interpretó al Rey Arturo junto a la Reina Guinevere que encarnaba Vanessa Redgrave. Esto le trajo un nivel de éxito mainstream que nunca había alcanzado en Europa. De manera bizarra, capitalizó su creciente celebridad reinventándose como estrella pop. "La escena pop no es un negocio cerrado. Cualquiera puede ir e intentarlo. Además, no hay nadie igualmente calificado más allá de Tom Jones", dijo de manera arrogante Harris al Daily Mirror el 28 de diciembre de 1967, tras firmar un contrato para hacer seis discos en tres años.
Harris, de todas maneras, era una figura mercurial con una tendencia a pelearse aun con sus más cercanos colaboradores. Jimmy Webb, el joven compositor detrás de "MacArthur Park", se puso furioso cuando Harris se echó atrás en un acuerdo para entregarle su Rolls-Royce Phantom V si la canción se convertía en un éxito, que fue lo que sucedió. Los directores a menudo terminaban exasperados con él. Tomaba demasiado y podía ser monstruosamente ególatra. También era, como le informó una vez a un periodista, "un bastardo extremadamente calentón".
"Que se jodan todos", le respondió Harris a Feeney Callan cuando este llevaba a cabo la investigación para su biografía y le comentó la hostilidad que mostraban hacia él algunos de sus antiguos colegas. El disfrutaba de irritarlos. La carrera del actor en pantalla es en extremo inestable. Hay un montón de basura allí, películas para televisión largamente olvidadas, films bélicos a medio cocinar, thrillers de ocasión. En los ochenta, Harris recibió una Golden Raspberry por su espantosa performance como el padre de Jane en la igualmente espantosa versión con Bo Derek de Tarzán, el hombre mono (1981). En la filmación escandalizó a sus coprotagonistas paseándose desnudo por los sets en la jungla.
Pero cuando le daban la oportunidad, de todos modos, Harris era capaz de hacer un trabajo asombroso. Algunas de sus mejores performances llegaron ya avanzada su carrera, cuando sus detractores ya lo habían desechado como una cosa del pasado. Estuvo superlativo en el brutal western de Clint Eastwood Los Imperdonables (1992), donde interpretó a English Bob, el maduro pero apuesto pistolero que vive de sus glorias pasadas y es humillado por el sheriff del pueblo encarnado por Gene Hackman. Era un papel de reparto, pero Harris le dio la misma crudeza y masoquismo al papel que había puesto en juego tantos años atrás para su Frank Machin en El llanto del ídolo. Aun podía lucirse en el retrato de grandes hombres cuyas ilusiones e inseguridades quedan al desnudo.
Hubo aún más redención para él, que llegó en la forma de una película de Jim Sheridan, Esta tierra es mía (1990). Harris solo llegó al papel protagónico cuando Ray McAnally, el actor elegido originalmente, murió de manera sorpresiva. Harris tuvo que trabajar duro para conseguir el papel, y había un considerable escepticismo de que pudiera lograrlo, pero nunca suavizó su acercamiento al rol. Estaba interpretando a un personaje extraño, obstinado, y estaba determinado a ser igualmente extraño y obstinado en el set, lo más que pudiera.
De todas maneras, su performance como el entrecano viejo jugador Bull McCabe, sosteniendo a duras penas una existencia en la Irlanda rural, le significó una nominación al Mejor Actor en los premios de la Academia de Hollywood. Este era un Harris en atronador y sanguíneo modo Rey Lear e incluso Sheridan, muy cauteloso sobre algunos aspectos de la aproximación de su protagonista al personaje, en última instancia quedó conmovido con él.
Veinte años después de su muerte, Harris sigue siendo objeto de fascinación y desconcierto. Dado su historial, uno podría esperar que su historia terminara mal, pero no fue así. No murió olvidado o en la pobreza, o lleno de resentimiento. Pero tampoco llegó a sentirse pleno del todo. De todos modos, no hay que cometer el error de pensar que desperdició su carrera. El salvajismo y la temeridad con la que asumió su vida fuera de la pantalla fue algo que precisamente lo convirtió en una presencia tan magnética en sus mejores roles para el cine. Se alimentó de su propia jactancia. Como le dijo su colega actor Joe Lynch a Feeney Callan: "Tenía tal cuello que simplemente le perdonabas todo."
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.