El ciberespacio le ha permitido a Cupido posibilidades antaño impensadas para conectar gente, establecer diálogos, compartir encuentros, sexo y afecto. De hecho, son muchas las parejas constituidas merced a las aplicaciones dispuestas en los celulares para que dos personas por fin se encuentren e intimen. También es cierto que sólo algunos de los que se sirven de estos dispositivos quieren formar pareja mientras que otros buscan un partenaire con quien contar de manera puntual y acotada en el tiempo, a veces aunque sea para charlar. Por último no faltan aquellos que buscan en las redes alguna aventurita para distraerse un rato de la pareja que, a su vez, también consiguieron en las redes, tal como atestiguan las aplicaciones que ofrecen encuentros furtivos sin que corran riesgo los vínculos ya constituidos. En fin, como se ve, el juego de oferta y demanda en las redes varía tanto como las particularidades de quienes se sirven de las mismas, más allá del sexo anatómico, el género y la imagen elegida para mostrarse en una aplicación. A la hora de lograr un encuentro que comprometa algo de intensidad erótica lo que cuenta son las palabras, las que se dicen, las que se callan y sobre todo las que se insinúan.

En este punto se hace por demás pertinente abordar la noción de semblante, esa categoría psicoanalítica cuya riqueza y utilidad clínica crece día a día conforme la diversidad sexual y los feminismos interpelan el sentido común que hasta ahora regía las coordenadas amorosas entre las personas, en este caso a través del perfil expuesto en el particular espacio que brinda la dimensión virtual y cuyo alcance va más allá de la mera imagen. En efecto, esa verdad mentirosa que se vuelca en la edad, los gustos, la profesión, el oficio, el empleo, las frases representativas, las expectativas, el género y el objeto anhelado, forman parte de la presentación de quien dice buscar algo en una aplicación. Aquí el diálogo entre el psicoanálisis y la diversidad sexual que postulan algunos feminismos amerita cierta elucidación que las redes actualizan de una muy particular manera. Se trata de delimitar diferencias para rescatar el horizonte ético que ambas perspectivas comparten en su particular estrategia por una sociedad más digna y respetuosa de las diferencias. 

Entre las muchas aristas que se ofrecen al análisis elegimos como punto de abordaje la confrontación entre las nociones de género y la propia del semblante. Por empezar, el género auto percibido desconoce al Otro, eso mismo que la concepción de semblante -por incluir el goce- incluye. En efecto, el primero resulta de una construcción discursiva que otorga consistencia al Ser, en tanto que la segunda comporta un velo simbólico imaginario que tapa, cierne y tramita esa nada que la alteridad agita en el nudo de nuestra intimidad. En otros términos: si el género es fruto del discurso, el semblante vela al tiempo que alberga su estructural inconsistencia: aquello que el discurso no puede nombrar. De esta manera, así como el “género” privilegia la relación entre el sujeto y el sentido, el semblante hace lo propio entre el sujeto y el goce: ese exceso de satisfacción que el Otro imprime en el inconsciente sin que ninguna auto percepción alcance a domeñarlo.

Aquí el goce desvía al auto hasta hacerlo chocar con las palabras, sobre todo las que no se dicen en el siempre imprevisible y enigmático encuentro con el Otro. Me refiero a esos dichos que, lo sepan o no ambos interlocutores, trasuntan un decir cuya singularidad traiciona el universal elegido para hacerse conocer: vegano, espiritual, emprendedor, divertido, intelectual, compañero, amante de los animé, del fútbol, de Los Redondos, de Madonna, del Rubius o de Netflix. 

Eso que se vehiculiza en el monitor de un celu más allá del binarismo digital hace posible la factibilidad de un encuentro. Aquí cuentan los silencios, el espacio entre una y otra comunicación, la alternancia entre el humor y la seriedad, de la misma forma que entre las preguntas que se responden y las que se evaden, las fotos que se muestran y las que se niegan, transcurre la fina sintonía de la seducción: esa verdad mentirosa capaz de transmitir un efectivo interés. 

Por otra parte, si bien el rechazo en las redes –presentido o efectivamente expresado- suele no ser tan doloroso como en el encuentro efectivo de los cuerpos, el consultorio testimonia que la búsqueda de un partenaire en las redes puede ser duro, sobre todo para aquellos que se acaban de separar tras largos años de matrimonio o convivencia, Quizás por eso, tal como en Her -aquella película en que la voz de Scarlett Johansson interpretaba a una computadora que sostenía seiscientos diálogos a la vez-, quien se sirve de las aplicaciones acostumbra a entablar múltiples diálogos hasta que, de manera fortuita e imprevista, algo de lo singular es tocado y ya no da lo mismo quién está del otro lado de la pantalla o del monitor. 

De hecho, resulta llamativo escuchar por boca de algunos pacientes dichos nostálgicos sobre personas que jamás conocieron personalmente, pero cuyas palabras sabían sintonizar una clave íntima y especial. Quizás se trata de esa mixtura entre Eros y Filía por la cual algo de la confianza permite esa entrega por donde la herida del amor encuentra un hueco para hacerse sentir. Esas palabras capaces de hacer una historia por más breve que ésta sea. En este punto, resulta por demás llamativo constatar que cierto uso de las aplicaciones no hace más que evidenciar el rasgo que distingue a nuestra época en que la metáfora se desvanece a manos de un insensato empuje de satisfacción. 

En efecto, el consultorio testimonia el sufrimiento de esos sujetos, en general varones, cuyos encuentros vía aplicaciones sólo operan para mantener un sexo puntual sin expectativa alguna de relación con el Otro. La soledad, la abulia y el aislamiento que padecen estas personas testimonian que, para estos casos, bien podría hablarse de aplicaciones para evitar el amor. Cruel paradoja de nuestro tiempo sometido al ritmo digital, la facilidad de acceder al semejante sólo para verificar que el Otro no existe: una suerte de garantía de satisfacción que anula toda aventura, expectativa y contingencia. Bienvenida entonces la tecnología digital y los instrumentos dispuestos para el encuentro entre las personas. Con todo, la posibilidad de que los mismos estén al servicio del lazo social reside en la capacidad del discurso para transmitir esa vulnerabilidad por la cual el deseo del Otro constituye al ser hablante.

 

* Psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.