“Carne rendida/hueso quebrado/nervio torcido” es una oración que Emelia recita para sanar (o vencer) el desgarro de algún músculo. “Una fotógrafa/una moto/un diario” es también una oración y una aventura que Jose Nicolini tramó para llegar al libro “Las que vencen”, editado este año por Metaninfas. Es un libro de fotografía y es un diario de viaje, es un procedimiento y un método. Y es también un tesoro.
“Las que vencen” es un objeto que invita a un saber y a un conocimiento que corre como el agua del río en las cocinas, las camas y las casas de estas mujeres litoraleñas que vencen o benzen, ya que la palabra deriva del portugués. Sus palabras se beben como pócima con el paisaje que Jose captura como si fuese la banda sonora que entre luces y sombras devela una maravilla.
En 2018, la autora del libro empezó a estudiar mecánica de motos en un Centro de Formación Profesional. Iba varias veces a la semana y era la única mujer del grupo: su idea era viajar por el litoral en busca de historias de las que ella en ese momento llamaba curanderas. Para eso, necesitaba tener su Suzuki GN 125 modelo 2015 a punto y saber como repararla cuando estuvieran sólo ella y su máquina en la ruta.
Si no tenés fe, no te vayas a la casa de ninguna
bruja por más bruja que sea
Emelia
“En mi familia había una historia de vencedoras” dice Jose en una esquina del barrio de Flores. La moto la dejó estacionada cerca de la feria en donde ya hay un par de ejemplares de “Las que vencen”, su primer libro. Es fotoperiodista y antropóloga. La moto que está estacionada cerca de la feria no es la misma con la que viajó durante septiembre de 2018 al litoral durante más de un mes sin más compañía que el rumor del motor entre las piernas, en busca de una historia y sin ni siquiera la sospecha de que eso pudiese terminar en este libro.
¿De dónde salió tu interés por estas historias de mujeres que sanan?
De mi familia. Después de que nació mi hermana Ceci, a mi mamá le agarró muy fuerte psoriasis y tenía que viajar a buscar el mismo ungüento que ahora yo voy a buscar al Centro de Psoriasis. Ella lo necesitaba para aplacar la picazón, en aquel momento no había centros de salud y los iba a buscar a la casa de la señora Rach que vivía en Junín, hacíamos 600 km desde Mar del Plata que era donde vivíamos.
El título del libro “Las que vencen” viene de un descubrimiento que hiciste cuando volviste a trabajar con el material ¿cuál fue ese descubrimiento?
Volví con la palabra “vencer” y ahí me doy cuenta, investigando, que la palabra “vencer” viene del portugues y que se escribe con “b” larga: Benzedura, que son las que bendicen, que sanan. Pero después nos pareció bien que se escribiera con “v” corta, esa polisemia es también lo que permite entrar a descubrir quienes son ellas.
Las vencedoras están acostumbradas a que llegue gente a sus casas en busca de curaciones, pero en tu caso ibas a sacarles fotos y a conversar ¿Cómo empezabas esas conversaciones?
Les contaba un poco de la historia de mi tía abuela, que tenía psoriasis y les decía que estaba buscando mujeres que sepan vencer porque en mi familia había una historia de vencedoras. Yo contaba mucho de mí, no iba con preguntas muy concretas más bien preguntas bien amplias. No fui a sacar información de una manera extractivista, sino a compartir. A ellas también les llamaba la atención que una chica estuviera viajando sola, les daba intriga. Pasaba también algo muy particular de las abuelas, como de querer cobijarme porque viajaba sola, porque soy mujer, porque me querían alimentar.
Hablando de supervivencia, en el día 27 del libro aparece una foto de tu moto caída…
Eso fue volviendo. Yo estaba muy cansada pero me habían dicho que el paisaje de la Gruta India en Misiones era hermoso. Así que fui por ese camino que eran como 6km y a los 4km la moto se resbaló. No me hice nada pero estaba toda empastada y había que limpiarla Entonces yo tenía que sacar el guardabarros, limpiar la rueda y la cadena que es algo muy trabajoso. Lo único que pude hacer fue sentarme a esperar.
Entonces aparece un camioncito de Prefectura, con dos personas muy jóvenes, que me preguntaron en que me podían ayudar. Primero me dieron un montón de mandarinas, después me regalaron una mochila llena de agua y al final me limpiaron toda la moto.
¿Qué significó la lluvia en este viaje?
Cuando decidí arrancar era temporada de lluvia pero no me importó. Estaba muy ansiosa por salir a la ruta. El mismo día que salí con mi amiga Dafna -que me acompañó en el primer tramo- había una tormenta tremenda. Durante todo el viaje me mojé mucho y pasé muchas tormentas, incluso con la moto en la ruta.
Me mojé mucho la entrepierna y el agua se filtraba por el traje de lluvia, terminaba empapada. Lo único que estaba a salvo era la cámara que la ponía en el baúl de la moto. En esa época, las lluvias eran muy intensas, ahora en la ciudad me pasa que odio andar en moto cuando llueve.
¿Cómo eran tus acampes?
La mayoría de las veces en campings municipales, como era fuera de temporada siempre estaba sola, no había nadie. Me gustaba mucho cocinar verduras al fuego y mirar. Es un tiempo que encontré en el viaje. La soledad me abrazó bastante. Eso me permitió escuchar el paisaje que se empieza a meter mucho más cuando estás sola.
¿Tuviste miedo?
Por momentos si. Me daba miedo leer un libro que me había llevado por equivocación, se llamaba “Una casa junto al tragadero” de Mariano Quirós, no lo podía leer.
En el libro, las mujeres trabajan mucho con la oración, el método y la repetición. ¿Tomaste algo de eso para el viaje?
Sin duda. Este proyecto se fue haciendo a medida que yo viajaba y en un momento me encontré con una rutina. A la hora de la siesta en general aprovechaba para hacer kilómetros. Tipo 4, cuando terminaba la hora de la siesta, arrancaba de nuevo a buscar mujeres y a hacer entrevistas. Y ya al atardecer buscaba donde acampar, donde dormir y qué cocinar.
Las fotos que fui sacando no son fotos que pueda sacar un día yendo a una reserva, fueron fotos que requerían tiempo. Porque me encontré con luces que nunca veo en paisajes así: la noche, los atardeceres o la salida del sol. Me acostaba y me levantaba muy temprano, ahí tuve una posibilidad que me dio el viaje. Saqué muchas fotos del tiempo y de la soledad.
Tuviste un momento bisagra en el que apareció este libro como proyecto, bien concreto ¿Cuándo fue?
Llega un momento que el cansancio y el material que vas teniendo te hace preguntarte por el sentido de lo que estás haciendo y yo en ese momento justo llegué a la casa de Emelia. Me agarraron muchos días de tormenta y ella me invitó a quedarme, con ella empezó a tomar mucha más forma el proyecto porque pudimos tener una charla más continua.
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Lorena Fernandez, artista y parte de Metaninfas acompañó a Jose en todo el proceso creativo y tuvo un rol fundamental en la edición: “pudimos encontrar ese “entre” el documento y la maravilla. El libro encontró la forma del diario de viaje porque nos parecía que tenía la cantidad suficiente de capas para todo esto que Jose había encontrado en relación al conocimiento y al saber. Lo que hace el libro es traer acontecimientos en donde se traman relaciones y ese fue el trabajo, encontrar una forma para que eso tuviera espesor, para que algo de esa experiencia que es única volviera a ocurrir cuando leyeras el libro” explica Lorena y confiesa que cuando cuando Jose llegó a su taller de Prácticas Artísticas con el proyecto de viajar se volvió loca: “Yo soy de Chaco, mi abuela era correntina y curandera, de alguna manera sentía que lo que estaba proyectando Jose tenía también que ver con volver a mi casa”, explica Lorena.
Además en el libro participaron Fernanda Nicolini en la corrección de los textos, Macarena Fatne en el diseño y Mariana Enriquez en el epílogo. El resultado fueron 400 maquetas que Jose tiene en su computadora.
¿Por qué tienen tanto protagonismo los objetos en el libro?
En los objetos hay algo de repetición que también estaba en las oraciones o en las simpatías. Como Emelia que repite Carne rendida/hueso quebrado/nervio torcido Carne rendida/hueso quebrado/nervio torcido rendida/hueso quebrado/nervio torcido, yo también descubrí objetos que se repetían, como se repiten también los mitos que van variando pero que conservan una una matriz común. Por eso también están los objetos en el libro: los cuchillos cruzados o las manchas de los granos de maíz. Que tal vez no entendes bien lo que es pero se va repitiendo dentro del libro y eso para mi es parte de entender las oraciones, los mitos o las leyendas.
En los métodos y en la trasmisión de las oraciones o las simpatías hay un riesgo grande de perder.
Para vencer hay fechas particulares, si no se hacen las oraciones en ese momento se pierde. También hay cosas que se pierden porque todo es por transmisión. Y también hay veces que las vencedoras están cansadas y no quieren vencer más. Como doña Pitina que ya no vence pero quiere hablar, ella me quiso contar porque sabe que es lo que le queda.
Me acuerdo que me dijo `lo último que puedo hacer es contar como lo último que puedo dar ya después de haber curado mucho tiempo. Lo que tengo para hacer es contar y si vos venís a preguntarme, yo te voy a contar todo lo que quieras´
Te estaba regalando su tesoro…
Fue un montón, son muchos muchos secretos, muchas de sus oraciones, mucho de lo que fue recopilando en su vida, en el arte de sanar y del curar y del hacer. Porque ellas no vencen por plata, lo hacen porque saben que es lo que tienen que hacer, hay algo del orden de lo sagrado. En un momento pensé en no hacer la foto, y ella me dijo ´sí, hacela´. Y esa que está en el libro es la única foto que le hice. Es esa foto. Me estaba yendo con un tesoro.
"Las que vencen" se presenta este viernes 23 de septiembre en LaTribu Mostra. Lambaré 873