El psicoanálisis está conmovido por el fallecimiento de Néstor Braunstein, toda una generación se ha formado con sus enseñanzas, sus libros, su compañía, su enorme inteligencia y agudeza. Tantas manifestaciones de cariño, en cada reunión y charlas de psicoanalistas, amigos y amigas, compañeros de ruta; muchísimas personas escribieron palabras y recuerdos sobre él, su última carta “Addio” se multiplicó pues además de ser su despedida, se trata de una enseñanza y una transmisión conmovedora. Una crónica, donde cuenta la decisión, siguiendo la tradición socrática, de llevar a cabo el acto final sobre la vida y la “propia” muerte.
“Después de oír y ver no pocas óperas llegué a la conclusión de que con harta frecuencia eran un largo espectáculo que conducía a la palabra final: “addio”, dicha en diferentes idiomas según el compositor. Me toca ahora decir lo mismo acerca de las vidas humanas comenzando por la mía propia”.
Lo primero es leer la carta, a la que se puede acceder aquí. Ninguna palabra, de lo que es posible decir, puede ni siquiera rozar el tremendo acto de enseñanza que nos ha dejado a lo largo de su vida y también en la decisión sobre el momento final. ¿Qué hace un psicoanalista en plena responsabilidad de sus actos cuando decide que el goce de la vida está oscurecido no solo por los malestares de la ancianidad sino por una enfermedad crónica y crecientemente inhabilitante?
“He ganado el derecho a morir a mi modo, de manera incruenta, en Barcelona, la ciudad que amo por sobre cuantas he conocido, en el momento que he elegido, pudiendo haberlo anticipado o postergado, en soledad para que nadie pueda ser acusado de haber participado en una acción que, a pese a recientes modificaciones legales, impide la acción directa e imponen trámites burocráticos que estorban la voluntad del suicida”.
Braunstein debate con el discurso de la jurisprudencia y, desde un posicionamiento diferente, vive y muere en la ciudad que ama y con el discurso en el que ha ganado más que derecho, la responsabilidad de seguir peleando para que el psicoanálisis sea una práctica que no se atenga a los cánones y leyes “bien” establecidos por una época. Discute con aquellos que piensan que el acto suicida es patologizable en todos los casos, que la única muerte es la cristiana “que acaba en dolores insoportables y en una reclamación al padre (“eli, eli”). Esta frase en arameo se traduce como: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” El psicoanalista elige sus tradiciones, Braunstein como Hegel compara la enseñanza de Jesús con la de Sócrates, y elige esta última, “quien bebe la cicuta sin amargura, sin reclamaciones, sin quejas, rodeado del círculo de amigos y discípulos... Eligió su propio camino preparándose para “soportar la vida” y acabarla con serenidad (Gelassenheit)”.
Se trata del sosiego, ha dejado la vida alguien rodeado de amigos, afectos, en el momento que ha decidido, dejando una carta que, como crónica, implica una manera de transmitir, disputando con otros discursos y trasmitiendo una enseñanza. Sus palabras ponen el acento en la necesidad de debatir con los discursos dominantes: el jurídico, el médico, sobre todo el psicológico patologizante al sostener “el suicidio premeditado, decidido en diálogo con otro u otros capaces de escuchar y deliberar con el sujeto que resuelve quitarse la vida sin esperar lo que el destino le depare, es un acto pleno de sentido; no el abandono ante un impulso irracional, un 'pasaje al acto' como con frecuencia se le nombra en los casos trágicos”.
Y como un persona comprometida con su tiempo, ha estudiado no sólo los distintos momentos históricos que le tocó vivir y como psicoanalista los diferentes modos de presentación del goce. Él mismo lo recuerda al final de su carta de despedida: “Nada cabe agregar: como escribí en 1990 (Goce), el suicidio es la forma más rotunda de la a-dicción. De ahí el obligado paso a la escritura aquí rubricado con mi signatura”.
En nuestra época caracterizada por el discurso de los mercados y de diferentes tipos de adicciones, Néstor sigue creyendo aún, en su última decisión, en la firma, en la letra, en ese objeto “a” lacaniano que es causa de deseo, que propulsa, que marca en la memoria de todos y todas los que amamos el inconsciente y sus manifestaciones en el cuerpo erogeneizado y sus derivas orográficas que seguimos como antropólogos del alma.
El infinito de su fecha de muerte es porque su carta seguirá retumbando en enseñanzas a multiplicar, en su crónica que no deja de estar presente ni aun después de sus últimas palabras. Nos dice, y nos conmueve más allá del alma, que aún le espera volver a revisar por última vez esta carta, semejante acto de ternura con las palabras nos emociona para siempre y hasta escribe una ironía final pues está apurado para ponerle una fecha para que la fecha no se adelante a la firma. Su preocupación es que charlando tan íntimamente con la muerte se entretenga demasiado con las palabras. A pesar de todo, resulta necesario el tiempo del acto, un tempo de a-dicción, un espacio desconocido donde no hay palabras aunque pocas veces la muerte de un psicoanalista ha dejado tantas y con tantas enseñanzas.
Por eso, los amigos y amigas, los discípulos, los que no lo conocieron, los que se acercarán a su obra que seguirá viva, no dejamos de despedirlo, amamos a ese psicoanalista con su sonrisa que se escapaba de su cara, por su amor por la práctica psicoanalítica, y por la pregunta acerca de la vida, el goce y la muerte, quizás por eso el infinito es tu fecha de muerte porque seguirás jugando la última carta, tu despedida, le has puesta fecha pero la seguirás revisando pues siempre hay algo más por decir o algo que todavía tenemos para decirte, seguirás presente en todos nosotros y nosotras que ya te extrañamos.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.