¿Qué elementos de juicio tienen los bienpensantes colegas psi para aseverar que estamos frente al obrar de un loco, con voces oídas o por efecto directo de discursos sugestivos? A su vez, ¿por qué quienes se presentan críticos de lo anterior no pueden igualmente abstenerse de poner al delirio, sea individual o seudo social, como única causalidad posible? ¿No se percatan que están avalando lateralmente el ideario de la locura como peligrosidad, simplificando así la violencia, el odio y el exterminio? ¿Las opciones son “o border o conspiración”, “o individuo o contexto”?
El estigma que asocia locura y la peligrosidad, al tiempo de ontologizar un asunto que es necesariamente relacional, reduce la complejidad de un suceso multideterminado. Así como resulta ética y conceptualmente justo afirmar que los discursos de odio seducen a los violentos y no a los “locos”, es igualmente reduccionista pensar que dichos discursos son causa suficiente de un magnicidio. ¿Dejaría acaso de ser un hecho de violencia política y quiebre institucional, con derivas conspirativas inimaginables, si estuviese involucrado algún elemento más acá de la neurosis, la normalidad o la cordura?
¿Por qué nadie plantea que el magnicidio intentado incluye también lo atroz del feminicidio, esto es, violencia política con connotaciones de género?
No fue ni un intento ni fallido: fue una amenaza consumada. ¿Qué otro acto es sino el de gatillar? “Simulacro de fusilamiento” es un oxímoron: se trató de la consumación espectacularizada de una amenaza, tal como lo fueron las bolsas mortuorias y guillotinas en diversas marchas antiperonistas. Hablamos del abismo entre expresión y ultraje, entre manifestación y silenciamiento.
¿No se les ocurre a estxs colegas asumir que estamos frente a un acontecimiento incalculable, con una complejidad inusitada que hace reventar cualquier marco teórico? ¿No perciben que, tratándose de un magnicidio, no hay posibilidad de explicaciones unicausales, responsabilidades individuales o meramente contextuales? ¿Ni en un momento así pueden atreverse a descompletar y hacer vacilar sus seguridades epistémicas?
Sea la simplificación individual como hecho mórbido y monstruoso de quienes “se cortaron solos”; sean las teorizaciones anticonspirativas con sus certezas de autoatentado o pantomima; sea una lectura correcta aunque apresurada que atribuye lo sucedido a un clima más o menos difuso de odio, que al tiempo de mostrar una lamentable verdad la eleva a fundamentación contextualista: en los tres casos se omite o eventualmente encubre la trama política que indefectiblemente representa un magnicidio.
El clima de odio, sumado a los componentes estrictamente misóginos y gorilas hacia Cristina, son indudablemente caldo de cultivo; el asunto a problematizar es que dichos elementos pueden ser utilizados a posteriori como coartada encubridora. Me explico: lo que pareciera ser explicación satisfactoriamente causal se convierte en justificación, confirmación y resolución de un hecho que, por prudencia y experiencia histórica, debiera operarse como una gran incógnita para, así, ir hasta las últimas consecuencias respecto a todos los niveles de responsabilidad, incluida la intelectual. El sujeto que perpetra un magnicidio no es nunca individual, así como tampoco lo es su víctima: Cristina, conductora del movimiento nacional justicialista.
Los psicologismos/psicoanalismos no tienen ideología, ya que representan una común: el apoliticismo. La pereza y cobardía moral encuentran en el furor diagnosticandis su modelo. Diagnosticar, objetivar, es también afirmar lo que no es: una afirmación que enmudece, cancela el pensamiento, la movilización y la lucha por la verdad y la justicia.
No hay seriedad intelectual, ni mucho menos política, al momento de suponer una concepción de sujeto pasiva, víctima de un contexto y/o de una interioridad patológica. Que el perpetrador y la situación del atentado puedan pensarse como analizadores de un clima social determinado no debe cancelar precozmente una lectura harto compleja, ya que tampoco admitiremos válida la premisa hipnótica donde el multimedio de comunicación influencia directa y literalmente la conducta pública y privada de las personas.
Tengamos prudencia, inteligencia y evitemos que el repudio --necesario-- a los discursos del odio no termine simplificando o sobreexplicando un atentado que debe ser investigado hasta sus últimas consecuencias. Por ello es que los psicologismos y psicoanalismos son inadmisibles: al llevar el asunto a la mitología individual terminan coincidiendo con el sentido común necropolítico de una Bullrich, una Granata o un Tetaz.
Julián Ferreyra es psicoanalista. Docente en Salud Pública/Mental II (Facultad de Psicología, UBA).