Siendo el disco que es, Ciudad de Pobres Corazones (1987) cifra muchas cuestiones. Nacido de la tragedia y un dolor sublimado, tras los asesinatos de la abuela y la tía abuela del músico, es uno de los trabajos indelebles de Fito Páez; aristas que el periodista Federico Anzardi indagó y atrapó bajo el título Hay cosas peores que estar solo. Fito Páez y Ciudad de Pobres Corazones (Gourmet Musical), el libro que presenta hoy a las 19 en Centro de Expresiones Contemporáneas (Paseo de las Artes y el río). Con entrada gratuita, el autor mantendrá un diálogo con Diego Giordano, y a continuación se proyectará la película Ciudad de Pobres Corazones (1988), de Fernando Spiner.
“Al libro lo comencé en 2017, a partir de una nota por los 30 años del disco. A medida que iba trabajando, hablando con gente y revisando archivos, me daba cuenta que era una historia muy profunda. Esa nota salió en el sitio web La Agenda, y la trabajé ya pensando un poco en un libro. En un principio, quise que fuera un libro de rock más clásico y convencional, pero a medida que investigaba y escribía, me daba cuenta que el tono no estaba bueno, me aburría. Y se convirtió en una novelita básicamente policial-musical, de no ficción, donde Fito es un personaje más. Como dijo mi amigo Roque Di Pietro, la ‘trumancapoteé’, ¡pero salvando todas las distancias!”, explica Federico Anzardi a Rosario/12.
La trayectoria de Anzardi, oriundo de Concordia, lo vincula a medios como Rock Salta, Mavirock, Soy Rock, Rolling Stone, Página/12; en 2015 fue finalista del Premio FOPEA al Periodismo de Investigación y vale destacar que Infobae eligió Hay cosas peores que estar solo como uno de los mejores libros de no ficción del año pasado. “El cambio narrativo quedó mejor, porque siento que es una historia que te atrapa gracias a varios condimentos: es un policial y es una especie de reivindicación personal de Fito. Si bien al final ya se sabe que agarran a los asesinos, todo cierra de una manera que parece guionada. Todo eso ayudaba al tono narrativo en tercera persona y simplificó la lectura; porque permite disfrutar tanto a un fan de Fito –hay mucha data, hice más de 80 entrevistas– como a quien no conoce su música y puede leerlo como una historia de principio a fin”, continúa.
-¿Cuándo escuchaste el disco por primera vez?
-Al disco lo conozco hace como 25 años, fue en el 96 o 97 y a través de mi hermano Javier, que me lleva diez años. De entrada me dijo de qué iba, así que siempre supe que el disco estaba atado a una tragedia; y me pareció fascinante cómo lo hizo Fito, en tan poco tiempo. Luego de investigar supe que fue todavía mucho más rápido de lo que yo pensaba. “Ciudad de pobres corazones” la tocó en vivo dos semanas después de sucedidos los crímenes, y el disco salió como un vómito rápido, en un corto tiempo. No se me ocurre otro artista de ese nivel que haya pasado por algo así y además lograra un disco tan importante.
-Seguramente debiste despegarte de tu fascinación para poder escribir.
-No quería hacer un libro de fanático, que fuera chupamedias o evitara ciertas cosas. Uno de mis primeros objetivos fue no ser morboso, pero me había puesto demasiado cuidadoso. Hice un taller con Josefina Licitra y ella me decía: “acá no me estás mostrando los cuerpos”, cuando contaba cómo los vecinos entraban a la casa de Balcarce luego del crimen. Yo no los describía en mi afán de no ser amarillista. “¿Qué están viendo?, ¿una casa vacía?”, me decía ella. Tuve que buscar cómo contarlo. Fue un triple crimen, en el cual matan a dos ancianas y a una mujer embarazada, pero ¿cómo contás eso sin caer en el mal gusto? Además, como periodista tenía que terminar de contar esa historia, cómo fue la investigación y qué pasó cuando los agarraron. Por eso hablé con el exgobernador José María Vernet, con sus asesores, y con gente del entorno de Fito. Por eso digo que es un policial-musical, pero para hacerlo tuve que sacarme al fan.
-Y venirte a Rosario a investigar, ¿cómo fueron esas visitas?
-Cuando estuve la última vez caminé por calle Balcarce, preguntando a uno por uno: “¿usted vivía acá en el 86?”. Hasta que un señor me dijo que su mujer sí. Luego ella me contactó con otros vecinos y fui recreando ese momento, y cómo era la cuadra. Hablé con el yerno del profesor de piano de Fito, el viejo Scarafia, yerno que todavía vivía enfrente. A todo eso le fui sumando archivos y testimonios, y de a poco se fueron armando los textos. Pero viajar fue fundamental.
-¿Y el diálogo con Fito?
-Lo entrevisté una sola vez, en 2018, y hablamos una hora y pico. Él siempre estuvo lo más predispuesto, y le aclaré que no me interesaba el morbo sino contar cómo se había hecho el disco. No le pregunté dónde estaba cuando fueron los crímenes, ya lo sabía –estaba en Río de Janeiro, en un hotel– y era algo que podía reconstruir con otras voces. Pero hablé mucho sobre cómo surgió el disco y de su viaje a Tahití, algo que no estaba contado; además de la película, que es importante también, porque su historia es también policial.
-¿Cómo fue esa historia?
-Fernando Spiner, Marcelo Figueras y Fito, fueron los principales ideólogos; grababan en U-matic y a los casetes los iban guardando en la casa del editor, Pablo Mari. Cuando faltaba un día para terminar el rodaje, les chorean los master. Fito siempre cuenta que cuando el Negro Olmedo dijo en su programa “devuélvanle los videos a Fito”, aparecieron. Pero en realidad fue más turbia la cosa, implicó dealers, coimas a la policía. Es ridículo, divertido y trágico, todo lo que pasó. Así que hay tres historias: la de los crímenes, la de Fito y sus vicisitudes a partir de la tragedia, y la de los videos. Y las tres cierran en la misma semana. Es increíble todo lo que pasó en un año, es ése el lapso de tiempo que abarca el libro.