Carlos Salim Balaá Boglich, fallecido este jueves a los 97 años, fue un "artista del pueblo irremplazable", según la definición de Pipo Pescador en una de las tantas despedidas volcadas en Twitter. La definición se ajusta incluso a los orígenes de una trayectoria de más de medio siglo: este hombre inventor de un lenguaje, autor de frases célebres como "sumbudrule" y "¿qué gusto tiene la sal?", que logró conectar con y marcar para siempre a varias generaciones invitándolas a reírse y jugar, dio sus primeros pasos haciendo humor en los colectivos cuando apenas sobrepasaba los 20 años y quería sacarse de encima el miedo a los escenarios. Fue en el transporte público que se convirtió en "Carlitos" y fue ahí donde empezó todo: en el recorrido se volvió humorista, actor, músico, animador infantil. Icono del cine, la radio, el teatro, el circo, el entretenimiento. Toda una parte luminosa que coexiste con lados oscuros del personaje que hoy muchos prefieren dejar a un lado para no opacar el recuerdo y el dulce sabor de la nostalgia. Por ejemplo, el hecho de haber protagonizado en los setenta películas complacientes con la dictadura, dirigidas por Palito Ortega.
Quien confirmó la noticia de su muerte fue su nieta Laura Gelfi. El viernes por la mañana expresó: "Estamos devastados pero unidos y así se fue él, con la familia unida y mucho amor". El deceso ocurrió el jueves por la noche. Balá estaba internado en el Sanatorio Güemes, adonde había llegado horas antes con dolores y mareos. El velatorio se lleva a cabo el viernes en la Legislatura porteña, que lo distinguió como ciudadano ilustre en 2017, mismo año en que lo reconoció la Cámara de Diputados y uno después de que el Papa lo reivindicara como Embajador de la Paz.
En rigor, respecto de los orígenes de su carrera, hay que ir todavía más atrás en el tiempo que al humor desplegado en la cotidianidad del transporte público. De pequeño inventaba obras de teatro parado sobre cajones de verdura en la carnicería de su padre. "Soy una persona tímida, pero como soy actor trato de disimularlo lo más posible", le explicaba a un incrédulo Silvio Soldán en 1975, en Grandes Valores del Tango. "Como la timidez no me dejaba subir a un escenario porque temblaba como una hoja, exteriorizaba mi vocación de actor cómico en un lugar donde no fuera un escenario: la calle, una fiesta familiar, un colectivo, un tranvía, un ómnibus."
Nacido el 13 de agosto de 1925 en el barrio porteño de Chacarita, hijo de un inmigrante libanés y una argentina descendiente de croatas, brindó sus primeros shows de monólogos y chistes a bordo de la Línea 39, que se dirigía hacia Barracas y La Boca. Su presencia era tan magnética que había quienes se pasaban de su recorrido y los conductores se peleaban por llevarlo.
El entrañable vínculo con la 39 perduró hasta el final. La línea de colectivos lo homenajeó hasta en su último cumpleaños. Desde hace poco más de un mes, por iniciativa del Grupo Octubre y la empresa de transporte, la obra Carlitos Balá iluminado, de Alejandro Marmo, quedó instalada en la esquina porteña de Jorge Newbery y Guevara. Marmo definió al actor como un "Charles Chaplin con perfume argentino". Antes la empresa había colocado calcos en su homenaje en varias unidades. Tenía un vínculo fuerte también con Chacarita, el club de sus amores, que en varias oportunidades colocó en las tribunas una bandera con su rostro. En 2018 Jorge Pagliano le dedicó un mural sobre un paredón del estadio.
El carnicero Mustafá Balaá pretendía para él la continuación del negocio familiar, por eso es que al primer concurso que ganó como humorista se presentó con seudónimo: Carlos Valdez. De la familia, quien lo estimulaba para que se dedicara al teatro era su hermana menor, Norma. A nivel mediático sus primeros pasos fueron en radio, en el ciclo La revista dislocada, contratado por Délfor Amaranto. En 1958 conformó un trío cómico junto a Jorge Marchesini y Alberto Locati, presentado por Antonio Carrizo en Radio El Mundo.
En televisión apareció primero en La telekermese musical (1961, Canal 7) y tres años después tenía su propio ciclo: El soldado Balá (Canal 13). El programa más emblemático y recordado fue, indiscutiblemente, El show de Carlitos Balá (comenzó en 1979 en ATC, el intervenido canal estatal). Fue en este marco que popularizó célebres frases que, con el tiempo, pasaron a formar parte de la identidad y la cultura argentinas, transmitiéndose oralmente de generación en generación. "¿Qué gusto tiene la sal?", "Angueto, quedate quieto", "Sumbudrule", "Ea, ea, ea, pépé", "Un kilo y dos pancitos", "¡Mirá como tiemblo!", su clásico "gestito de idea"... y la lista sigue. También en El show... creó El chupetómetro, un contenedor de dos metros de largo en el que niños y niñas depositaban sus chupetes para despedirse de ellos. "Nunca los conté, ojalá lo hubiera hecho, hubiera entrado en el Guinness. Dos, tres millones, qué sé yo."
El flequillo que lucía desde 1955 y se cortaba él mismo y aquellas frases fueron sus sellos característicos. Estas últimas, la máxima expresión de un humor blanco y absurdo que comunicaba muy bien con ese estado puro del absurdo que es la infancia, como escribió Eduardo Fabregat en una nota publicada por este diario. Un humor a veces tildado como vacío, poco educativo, carente de sustancia. De algunas de esas frases se conoce la historia, como es el caso de "¿Qué gusto tiene la sal?", que surgió de un intercambio con un niño en sus vacaciones en Mar del Plata en 1969, donde tenía un departamento.
Otra historia que se conoce es la de Angueto, el perro invisible. La idea nació en Estados Unidos, cuando visitó una tienda en Disney y vio una correa rígida. Enseguida se le ocurrió el chiste. “Un turista que estaba al lado se asustó y me gustó la idea porque pensé que podía ser un buen personaje”, comentó en una entrevista. Llamó así al can por su hija Laura a quien de chica llamaban "anguetita". Otros de sus grandes personajes fueron Indeciso, Petronilo -a quien Argentina le queda chica y tiene que comprar dos números más- y Miserio, "un caso serio, que se pasa el día buscando hacer la máxima economía".
En 1963 debutó en la obra teatral Canuto Cañete, conscripto del siete. De este personaje surgido en la TV emergieron tres películas: Canuto Cañete, conscripto del siete, Canuto Cañete y los 40 ladrones, y Canuto Cañete, detective privado. En 1967 filmó La muchachada de a bordo, dirigida por Enrique Cahen Salaberry, con Leo Dan, remake de un film de 1936. Tito Lusiardo encarna el mismo personaje en ambas películas.
Toda la ternura y la inocencia que se desprenden del personaje se desvanecen al repasar su rol dentro del cine nacional en la época de la dictadura militar, contexto en el que proliferaron ficciones políticas “escasas, estéticamente pobres y temáticamente limitadas por la censura y la autocensura”, como consigna Fernando Varea en su libro El cine argentino durante la dictadura militar. En un momento en que muchos directores se exiliaban, Ramón "Palito" Ortega -con su productora Chango Producciones, creada en el mismo año del golpe de Estado y en funcionamiento casi exclusivamente durante toda la dictadura- produjo, dirigió y protagonizó, junto a Balá, películas que hacían alusiones positivas a las Fuerzas Armadas, con espíritu de propaganda, como Dos locos del aire (1976) o Brigada en acción (1977). Balá protagonizó, además, el anuncio del Mundial '78, parado delante del Monumental, cerca de la ESMA.
La publicidad muestra a dos chicos que encuentran un pasaporte alemán, dudan si quedárselo y deciden ir a la Embajada, un gesto que el actor celebra porque "hay que demostrarle al mundo cómo somos los argentinos". En 1978, en Las locuras del profesor, de Ortega, un joven se va de la casa a vivir con unos linyeras y un policía pregunta a sus padres: "¿sabe con quién se junta su hijo?". Carlitos Balá se ha ubicado en dos extremos de la emocionalidad argentina. Y cada quien elige hoy el polo con el cual prefiere quedarse de acuerdo a las resonancias que dejó en la propia vida.