La sola palabra evoca un tesoro de emociones. Las figuritas nos introdujeron en el universo del coleccionar, de obtener un conjunto valioso en el que se diferencian las piezas “fáciles” de las “difíciles”, en el valor de la constancia con la pretensión final de completar el álbum. También nos llevaron a iniciarnos en la actividad del canje, descubrir lo beneficioso del intercambio, participar del azar y también del juego, porque había figuritas que tocaban en “suerte” al comprar el paquete y otras que se ganaban o perdían en distintas competencias o habilidades. Y atrás de todo, el amor. El amor por las imágenes de aquellos jugadores que eran superhéroes, nos hacían vibrar, nos llenaban de orgullo, y de aquellos enemigos también poderosos que podíamos tener en nuestras manos.

El Mundial de fútbol es la meta de muchas emociones fuertes, guerra sin balas, oportunidad de unirse por la patria, exhibición de destrezas deportivas, es un gran entretenimiento, también un gran distractivo. El entretenimiento es tan necesario en la vida humana como la actividad “seria”: trabajo, estudio, producciones y cuidados varios. Es preciso concentrarnos y conectarnos, pero también distraernos y desconectarnos. Por eso dormimos, por eso soñamos, sostenía Freud y hablaba de la necesidad de “un aparato de protección antiestímulo”, tan importante como el aparato para recibirlos.

Que el Mundial sea utilizado como el circo actual para la distracción de problemas e inequidades es inevitable. También es la ocasión de fabulosos, medianos y pequeños negocios económicos. Y las figuritas esperan su momento estelar. Hace tiempo que niños y no tan niños aguardan el momento de enfrentarse a un álbum vacío pero lleno de expectativas, para vivir la pasión del coleccionista que se hace de este modo un poco dueño de la magia que promete el evento.

Pero algo está sucediendo. Este momento no llega, está obstaculizado, aparece el álbum y luego desaparece, aparecen las figuritas y luego faltan. Y la dialéctica de la oferta y la demanda se pone en marcha. Las figuritas se venden “al mejor postor”. El que paga más podrá participar, el que llega primero al puesto de venta que sorpresivamente ofrece el codiciado y magro bien se quedará con el premio. Son las reglas del juego, son las reglas del capitalismo. ¿Son las reglas?

¿Queremos estas reglas donde el llenar el álbum de figuritas dejó de ser una competencia colectiva donde se unían chicos y grandes, pobres o ricos para apostar a ganar? Ahora se trata de otra cosa, los kioskeros y los chicos están apesadumbrados. Parece haberse transformado en una lid de poderosos. Se trata de ganar más. ¿A qué precio? El precio de la exclusión, del privilegio para pocos. Lo salvaje del capitalismo llegó a las figuritas. Se acabó el juego.

 

Diana Sahovaler de Litvinoff es psicoanalista.