“Te canto las que me faltan porque es más fácil para mí. Mirá, me faltan la 3 y la 5 de México, la 7 y la 9 de Brasil, la 15 y la 16 de Inglaterra”, enumeran a coro un padre y su hijo, que intentan conseguir las figuritas que les faltan en una mañana a pleno sol en el Parque Rivadavia. A medida que transcurren las horas, cada vez son más las personas de diferentes edades que se acercan al punto de encuentro, en el límite con los tradicionales puestos de libros. En los márgenes, casi en la vereda de la avenida, los vendedores exhiben sobre tablas todo su potencial: tienen paquetes, álbumes y hasta combos que, para los que no gustan de poner a prueba su paciencia, permiten llenarlo en apenas unas horas. Al lado, una clase de zumba para adultos mayores completa el escenario en un día indiscutiblemente primaveral.
El 24 de agosto el álbum salió a la venta y a partir de allí no hubo más retorno: la emoción por Qatar parece no tener techo. La maravilla por la Selección que obtuvo la última Copa América y no para de ganar, el último Mundial de Messi, las expectativas por un conjunto local que cada vez está más sólido, representan condimentos que contribuyen a que la espuma siga levantando.
Lo interesante del intercambio de figuritas es que se teje una red de socialización y comunicación que se sobrepone, al menos por unas horas, a la mediación de las pantallas. En el Parque, el canje es realizado por personas de carne y hueso. Basta con estacionarse un segundo en medio de la marea de gente para recibir el tan amable como ansioso: “¿Quéres cambiar?” A pesar de que está la chance de anotar en una aplicación o en el propio celular, la mayoría, casi como una reivindicación de tiempos mejores, circula con lapicera y papel y tacha a mano alzada las que se van obteniendo. Y lo bueno es que están todos: los que se pasean con sus pilones y, con cierto aire de superioridad, seleccionan con quién intercambiar, las niñas que tienen poquitas y recién arrancan, los padres e hijos que buscan como sabuesos tratando de olfatear, finalmente, aquellas caras que escondan las figus necesarias para llegar a la meta. Se constituye una suerte de ingeniería adulto-infantil, una inteligencia aplicada a la más antigua de todas las prácticas: el trueque, una forma que en el fondo parece cuestionar (al menos hace cosquillas) al sistema capitalista.
En este marco, las personas no sonríen. Más bien permanecen serias, porque completar el álbum es cosa por la que --también-- vale la pena preocuparse. ¿Y el disfrute? Por momentos parece estar en otro lado: en la señora que pasea el perro, en el joven que hace ejercicio, en las niñas que corren entre los árboles y se esconden de sus padres.
Los que venden y los que cambian
Orlando trabaja en el Parque Rivadavia desde 2014. Aunque se consideraba “un usuario más”, como en aquel entonces tenía tantas repetidas, le empezaron a pedir que las vendiera y encontró el negocio. “Vendemos tanto figuritas actuales como otras más antiguas. Históricamente, este fue un lugar de encuentro de coleccionistas. De manera que me fui adaptando a la demanda y hoy vendemos un poco de todo; de Mundiales, fútbol local, copa América, Pokémon, lo que venga”, relata. Su puesto es de los más grandes y es reconocido entre sus pares como un referente, “como uno de los que más saben”. El paquete de las figuritas de Qatar 2022 lo vende a 250 pesos, con el propósito de hacer una diferencia. También comercializa figuritas sueltas: las “básicas” están 50 pesos y las brillantes arrancan en 300; el podio de las más codiciadas lo lidera Messi, a 3 mil pesos, y siguen Ronaldo a 2 mil y el escudo de Argentina a 1.500.
Y, según cuenta, se pasa todo el día en el parque “porque le rinde”. En época mundialista, el horario es completo: de 8 de la mañana a 22, en total, 14 horas a las que busca sacarle el jugo. “Si bien es cierto que para todos los Mundiales se vende más, la venta nunca comenzó tan temprano como en este caso. Según mis propios cálculos, en 2018 hubo algo así como un 30 por ciento más de coleccionistas con respecto a 2014 y ahora hay casi un 150 por ciento más de coleccionistas en relación al Mundial pasado”.
Del otro lado, están los que compran y la heterogeneidad brilla como una característica que define un fenómeno transgeneracional. Belén y su novio están equipados con mate, desayuno y almuerzo. Desde que se lanzó el álbum a fines de agosto, viajaron desde Ramos cada sábado y se los observa expectantes porque solo necesitan 30 figuritas para completarlo. “Es la primera vez que juntamos. Le regalé el álbum y a partir de ahí comenzamos a comprar con el objetivo de llenarlo”. Luego continúa con una anécdota: “Está lleno de gente y es muy lindo, solo hay que sentarse, cruzar miradas y empezar a canjear. La semana pasada cambiamos figuritas con una señora de 70 años que se vino desde Ituzaingó para ayudar a su nieto que no podía conseguir las que le faltaban. Y nos quedamos hablando un rato”.
Muchas de las personas que se acercan al Parque Rivadavia también recorren, a lo largo de todo el día, otros puntos estratégicos en la Ciudad. A través de las redes sociales, se comunican mensajes que informan sobre la existencia de lugares de venta e intercambio. En Parque Centenario, en Once, pero también en la calle Florida o Avenida La Plata, las personas se agolpan en filas interminables con tal de cumplir el objetivo.
“La excusa es traer a mi primito que quiere cambiar figuritas, pero en realidad soy yo la que quiere venir”, dice Graciana entre risas. Después halla una respuesta ante el fenómeno de ansiedad: “El error principal lo tuvo Panini que sacó muchos álbumes para muy pocas figuritas. El problema es que hizo una preventa que desesperó a la gente. Todo el mundo quiere conseguirlas y eso repercute mucho”.
Nadie se lo quiere perder
A 56 días del mundial, en Argentina se vive una explosión pocas veces vista. La gente se convoca a partir de las redes sociales, canales que amplificaron el tradicional boca en boca. El interrogante, sin embargo, es: ¿por qué en medio de tanta tecnología las personas se apasionan tanto por intercambiar figuritas?
Frente a este interrogante, están los que hallan respuestas más terrenales y contextuales: confluyen aspectos únicos como el último mundial de Lionel Messi, una Selección doméstica que marcha a paso firme desde que Lionel Scaloni es su técnico y la última Copa América obtenida con autoridad. No obstante, también están los que se ponen más analíticos y hallan en el síndrome FOMO el argumento principal. En inglés “fear of missing out” se define como el miedo a perderse algo. De este modo, el hecho de no participar de la fiebre mundialista podría generar una situación individual de malestar. Un vacío imposible de llenar.