El sol del equinoccio de primavera emerge radiante entre los cerros, calentando lenta pero constantemente la geografía de Yungas en la localidad de La Caldera. Jesús Flores espera con mate listo, dulces caseros y algo de queso recién cortado. El mantel de aguayo se funde con el entorno natural, entremezclándose con las obras artísticas que abundan en La Casa de los Pájaros, su morada, galería y taller, que también, y centralmente, es un lugar de encuentro y creatividad.
“Vivir acá tiene una dinámica donde se pueden apreciar bien los ciclos del año: el verano es muy verano, llueve mucho; en invierno, es muy invierno, hace mucho frío. Pero creo que el transitar eso, te ubica en el reloj biológico”, comenta Jesús, agregando que desde siempre quiso vivir cerca de la montaña, lo que, luego de diversas búsquedas, lo llevó a afincarse en La Caldera, distante 25 kilómetros hacia el norte de la ciudad de Salta.
Aquel niño del barrio Lamadrid, en la zona norte de la capital salteña, quizás nunca imaginó este presente en su casa-taller, pero reconoce que la creatividad era un rasgo en las infancias salteñas de principios de los años 90. “Recuerdo el jugar con mis amigos en la calle, éramos muchos chicos, inventábamos cosas, teníamos márgenes de libertad. Cuando llovía eran ríos que se formaban, la creatividad sobre todo estaba ahí presente, en esa niñez muy de barrio”.
Hijo de padre bicicletero y madre todo terreno, Jesús se crió en el turbulento contexto social y económico de los años 90 y, contrariamente a lo que se pueda pensar, no guarda un registro vinculado con lo artístico desde la infancia, el recuerdo está asociado a la creatividad y a un crecimiento que, aunque con algunas carencias, generó en él aprendizajes que lo acompañarán hasta hoy, “creo que el vivir en un contexto familiar no muy ameno, con problemas económicos, hicieron que esté presente en mí una cuestión de repensarme constantemente”.
Un estudiante en constante búsqueda
El artista salteño reflexiona que quizás su ingreso a la Escuela de Arte Tomas Cabrera obedecía más bien a una necesidad de que puediera permanecer más horas fuera del hogar ganando autonomía. Sea como fuere, es en aquel lugar donde comenzó un primer acercamiento al arte. “Me acuerdo que estaba siempre muy enganchado, tenía que elegir un taller, y yo iba por todos, trataba de hacer un poco allá, un poco acá, o sea, siempre tuve esa dinámica de encontrarme compartiendo con otras personas en un proceso creativo”.
Finalizado el secundario, intentó ingresar a la universidad, pero rápidamente se dio cuenta de que no era aquel su camino. Fue entonces el profesorado docente el que por un lado lo contuvo y por otro le generó nuevos interrogantes y conflictos internos, “Estaba transitando cuestiones emocionales muy diferentes y también conflictos muy fuertes con la construcción del rol docente. Ahí se formaba un docente que requería ciertas características de conocimiento, pero también espirituales. Se formaban personas que piensen y sientan de determinada manera. Esto no iba conmigo, aunque sí disfrutaba las prácticas en los colegios, eso me encantaba, la dinámica de poder transmitir una idea y de estar al servicio”.
Para solventar sus estudios, Jesús trabajaba en un café ubicado dentro de una estación de servicio. “Estuve tres años, y la única dinámica que encontraba trabajando ahí era dibujar, hacía carteles, dibujaba cositas mientras atendía, limpiaba el baño y hacía de todo. Pero recuerdo un día que fue bisagra, una situación horrible de maltrato: me dijeron que el café estaba quemado, le dije que lo hacía de nuevo, y me siguió tratando mal, lo miré, y fue como una voz interna que me dijo ‘¿qué haces acá loco?’, agarré mi mochila y me fui, no fui a cobrar el mes que me debían, tiré el chip de mi celular y listo”.
Nace Walpaq
“El último tiempo en el café ya estaba colaborando en una galería de arte, haciendo curadurías y cosas del estilo. Así que un poco todo se fue volcando a esa parte”. Sin embargo, continuaba aflorando con fuerza el pensamiento inquieto y disruptivo, “Nosotros estudiábamos en Bellas Artes, o sea, las bellas artes, que vienen de una definición bien occidental, pensada y sentida desde otro lugar, desde otras raíces identitarias, de otras raíces sociopolíticas”.
En este camino, “con un grupo de compas hicimos un trabajo de investigación andina. Eso implicaba estudiar la astronomía, la semántica, la semiótica, la geometría y la matemática. Entonces cada uno tenía un área una de trabajo. Empezamos a investigar y, mientras en la escuela seguía pintando, comienzo a tener contacto con comunidades (indígenas), sobre todo con el Tata Maidana que es un abuelo referente, un historiador y escritor, una persona mágica. Voy entonces a un encuentro en San Antonio de los Cobres para empezar a compartir espacios, y esto a nivel emocional fue modificándome. Preguntarme de dónde vengo, quién soy, hacia dónde voy y empezar a involucrarme con la identidad”.
“En esto de compartir con comunidades, empezar a transitar la cosmovisión y reconocerme, sale el nombre Walpaq, que en quechua sería algo así como 'volar bajito', como una característica de la persona. El nombre aparece en una ceremonia y empieza lentamente a ser parte de mí... tardé unos años en asumir que me estaba siendo otorgado”.
Aquel nombre, con el que hoy se reconoce, fue calando hondo en su personalidad y en su forma de ver y recrear el mundo a través del arte. “En esta característica de volar bajo me encuentro, es la que me hace sostener este ideal totalmente abstracto del arte, que es muy romántico, pero volando bajito, porque así el suelo me hace sentir que puedo tocarlo y volver a la realidad, y decir ‘bueno, no es solamente esta atmósfera del arte, sino también hay otras realidades. Creo que de ahí sale el compromiso comunitario a través del mural, encontrar la dinámica que sucede en la calle”.
El muralismo
La conjunción que le dio el transitar y hacer carne la cosmovisión andina, junto con la conciencia de elegir transitar espacios y caminos independientes, alejándose de la idiosincrasia occidental y elitista de las bellas artes, hacen que el surgimiento de Walpaq sea congruente con la idea de explorar el muralismo como forma de expresión y lienzo popular para sus obras.
“Empiezo entonces a transitar espacios no formales, que son lo que están abiertos. Porque los espacios oficiales estaban totalmente cerrados, de alguna forma se nos impuso pintar la calle. Recuerdo que teníamos estrategias para convencer al vecino, la más compradora era decirle ‘¿viste que tenés una pintada política ahí en tu casa?, bueno, nosotros te pintamos un mural y no van a pintarte más', eso funcionaba. Ahí empecé a transitar una nueva experiencia que es la de armar un discurso para ir al encuentro del vecino”.
Casi como una acción propia de un egresado de trabajo social, Walpaq comenta su método de intervención comunitaria, “Vamos al diálogo, escuchamos al vecino, pensamos en conjunto, y si no le gusta, abrimos más el juego pensando una dinámica que no sea solamente del yo, sino del nosotros. Y eso se ve reflejado en el mural, porque perdura”.
Dentro de esta exploración, en conjunto con otros artistas cooperativos emprenden el camino de la “Comunidad Mural”, una serie de intervenciones artísticas en distintas provincias argentinas, que tuvo, y tiene, su materialización salteña en uno de los bloques de edificio del barrio Parque Belgrano.
“Fue un proceso muy largo, de más de un año de hablar con todos los vecinos, los inquilinos, dueños, pedir los permisos y llevarlo adelante”, comenta Walpaq, manifestando gratitud por el trabajo en conjunto y la apropiación que el barrio pudo lograr con la obra. Hoy, las autoridades gubernamentales convirtieron aquel barrio en el “Distrito Mural”, pero ya sin Walpaq, del que tomaron la idea, intentando presentarla como propia y novedosa. Lejos de sentir rencor por aquello, el artista señero reflexiona, “se celebra que en el barrio haya más arte, pero también me marca la distancia en relación a donde quiero estar. Me acrecienta la certeza de saber que el camino más largo, muchas veces es el más lento, pero es el más llevadero, no sé si exitoso ni nada por el estilo, sino más llevadero, y así lo voy transitando día a día”.
Pensarse en el mundo
La musa inspiradora es una expresión trillada entre artistas de elite y postulantes a ello, aquella idea que cae luego de estar horas pensando casi de forma abstracta en el vacío. Walpaq logra romper con esa tradición que reconoce, venía impregnada en sus estudios académicos artísticos, y logra resignificarla. “Para mí la inspiración viene del contexto en el que estoy. Reconozco que son dos instancias diferentes cuando estoy en el taller, que es más conmigo mismo, que en la calle, donde necesito tomar elementos del lugar. En el momento de pintar en la calle, se abre el juego a la participación, la gente se acerca y colabora, muchas veces de manera indirecta, con un sándwich, con una gaseosa y de ahí sale la charla sobre lo que estás haciendo, la temática, puede ser del entorno natural, de la protección de los animales, del desmonte… ahí empieza el intercambio que resulta interesante para las personas, no quizás en un principio, pero luego se reconocen en ella”.
Casi como una constante en su trayectoria, Walpaq, convertido en referente del muralismo, vuelve a patear el tablero, “Hoy ya no sé si digo que soy muralista. En un momento el muralismo siento que fue mi especialidad, pero hoy en día critico el concepto de embellecer. Muchos municipios en toda la Argentina dicen ‘vamos a pintar todas las paredes con murales’, se sacan la foto, todos contentos, pero después del otro lado del muro la vida sigue igual. Hay una cuestión de moda con el ‘pintemos todo’. Entonces hay que tener bastante criterio para para elegir en qué proyecto sí, y qué proyectos no”.
Y en cuanto a proyectos y proyecciones, La Casa de los Pájaros, su morada, surge con la idea de forjar un lugar de encuentro, de intercambio e inspiración entre artistas, “por cómo lo vengo experimentando, todas las experiencias artísticas suman como agua para el manantial. El escribir, la música, tocar algún instrumento... hemos trabajado con poetas, fotógrafos. Siempre está presente ese espíritu de compartir y que el proceso creativo pase de lo individual a lo colectivo”.
En este sentido, Walpaq llevó adelante una experiencia transformadora, “Empecé a invitar muralistas, y así pasaron 14 de países diferentes, desde Francia hasta casi toda Latinoamérica. Era una invitación a vivir dos semanas juntos y pintar murales en comunidad”.
Su casa, la cual construye con sus propias manos, ingeniería y ayuda mutua, cobra vida en cada encuentro. “La casa, que viene resultado una necesidad de espacio, también está acompañada de toda una idea de lugar para compartir, y la autoconstrucción, fue algo que también me hizo transitar otras cosas que en el arte no estaban presentes. Entonces generar un espacio en donde la gente visite y que puedan mirar mi trabajo o sentirse en un ambiente en el que nos reflejamos, eso plantea otra dinámica. Me imagino una instancia donde poder brindar un espacio para artistas, que les interese la cosmovisión andina sobre todo, y también el trabajo comunitario”.
Desde 2009, cuando lo contactaron por redes sociales para participar de un encuentro internacional de arte público en Mendoza, Walpaq comenzó a recibir múltiples invitaciones, convirtiéndose, con su singular estilo, en un artista de referencia, ya no solo para norte del país, sino para Latinoamérica, y porque no, hasta el otro lado del océano.
Uno de sus lemas es “sumar a la tierra”, y si hay algo que Jesús Flores, aquel niño creativo del barrio Lamadrid hoy logró, es que ya transmutado en Walpaq, sus obras puedan resplandecer en las calles como un gran lienzo mural que invita a disfrutar y reflexionar sobre los colores, texturas, e imaginación de nuestra América profunda.