A Santiago Garat (Rosario, 29/4/74) lo esperaba la escritura como un destino premonitorio. Su abuela paterna Haydée creaba versos sobre cualquier papel, a mano, como su nieto. El eslabón que los une es Eduardo, el hijo de esa mujer. Abogado y docente peronista, la dictadura lo desapareció a los 32 años, el 13 de abril de 1978. Había sido detenido por el gobierno de Isabel Perón cuando pegaba afiches y, ya en prisión, también a mano, empezó a redactar su ensayo sobre la Constitución de 1949 que completaría después. El autor de Nos espera el mar, editado por la cooperativa que integra – La Masa – y Cadena Informativa, sigue la misma costumbre. Como un fruto más caído de su árbol genealógico, cuenta que cuando escribe, lo hace con birome y papel: "No puedo en la computadora porque paso muchas horas con ella y entonces prefiero que sea a mano sobre cualquier hoja en blanco o en cuadernos”.
Los primeros recuerdos de Garat con la escritura los ubica en la escuela Primaria: “Las maestras me felicitaban por las cosas que escribía. Te tiraban un tema y había que hacerlo. A los 14 y 15 años no me animaba a mostrar lo que producía, pero conservé los textos. Un día le mostré a un amigo lo que era una suerte de poesía. Él tenía una banda y terminó haciendo un tema al que le pusieron música. Yo no pensaba que eso podía ser la letra de una canción. Pero fui entendiendo con el tiempo que escribir es una manera de exorcizar algunos monstruos que uno tiene y también tratar de pescar recuerdos que perdí de cierta edad. Deben estar, pero todavía no puedo rescatarlos”.
Nos espera el mar contiene 43 relatos breves en prosa y poesía con una impronta autobiográfica. Habla del barrio Domingo Matheu al sur de Rosario y de Miramar, adonde su familia escapó, pero también de lugares imaginarios y de personajes entrañables que se adivinan en la infancia de Garat ocupando un lugar central. Sus abuelos Carlos y Angel, su madre Elsa Martín, su padre al que le publicó un extracto del poema que cierra el libro y que escribió en la cárcel en diciembre de 1974, sus amigos, compañeros de fútbol, seres reales y de ficción que viajan en un mismo colectivo donde hay lugar para todos.
La historia de Santiago está surcada por miedos que compartió con sus hermanas, Florencia y Julieta -Fernando es el restante, pero hijo de la segunda pareja de Elsa – y él se los sacude cuando toma la lapicera y un papel. Afloran en el cuento "El patio de atrás", que arranca con influencias de Horacio Quiroga y su cuento "El almohadón de plumas". “Eran unos bichos horripilantes, negros, viscosos, con venas como ríos de mapa. Se movían torpemente y olían a muerte putrefacta…”, escribe Garat, y atribuye a sus lecturas y la vida misma esos miedos que turbaron su infancia.
“Creo que esos miedos pueden venir de La metamorfosis de Kafka o de películas que a uno le daban miedo de chico, pero evidentemente tienen que ver también con la asociación que hago con esa etapa de mi vida a la que tanto me cuesta volver o tener recuerdos. Me cuesta mucho esa edad después que pasó lo de mi papá. Yo tenía 4 años y recién a los 11, 12 empecé a tener recuerdos más nítidos. Es evidente que hay una cuestión que obviamente la laburo, pero está presente”.
Garat presentó su libro en el bar Eternautas que funciona en la Casa de la Militancia de H.I.J.O.S, en la ex ESMA. Llegó a Buenos Aires acompañado por una nutrida delegación rosarina integrada por familiares y compañeros de la cooperativa La Masa y la publicación El Eslabón, donde escribe con habitualidad. No hubo lugar ahí para la formalidad de un acto convencional y sí para desparramar sentimientos sobre la mesa, hablar de su libro y de los 30 mil que faltan.
Uno de sus relatos, "Rebotá y andá", fue leído desde una pantalla por Norberto Ruso Verea y terminó en aplauso cerrado. Siguieron los integrantes del panel, Giselle Tepper de H.I.J.O.S, los periodistas Guillermo Blanco y el autor de esta nota, y el cierre a cargo del escritor. Pero faltaba una sorpresa para el final: la voz de Hernán Cucuza Castiello. El cantor y compositor compartió tres tangos, con uno en especial que despertó el espíritu maradoniano que sobrevuela en cada reunión donde circula literatura futbolera: "El sueño del pibe". Aquel que cantara Diego en televisión y que empieza “Golpearon la puerta de la humilde casa/ La voz del cartero muy clara se oyó/ Y el pibe corriendo con todas sus ansias/ Al perrito blanco sin querer pisó”.
Hincha fanático de Rosario Central, Garat heredó la pasión por el club de Carlos, su abuelo paterno. Algunos de sus relatos transcurren en espacios donde pica una pelota, los barrabravas se torean y hasta conviven en tensión con jugadores como "El 8 que llegó de Instituto", uno de sus cuentos. El Petiso Corvalán -de él se trata- saborea la venganza de un gol que corre a festejar hacia donde estaba el Goma, líder de la tribuna, para putearlo porque sus acólitos le dieron una paliza el partido anterior. La descripción de su escape tiene humor bizarro: “Desarma el teléfono, le saca el chip, la batería y la tarjeta de memoria, se tira a la fosa y nada hasta Punta Mogotes, donde se transforma en raba y se sirve con salsa tártara en un plato hondo, de porcelana blanca, en la mesa 8 del bar del Casino, cerquita de los lobos marinos que extrañan el mar”.
Nos espera el mar es el segundo libro libro del rosarino; el primero fue El sol era la pelota, publicado en 2018. El escritor dice que devoraba la literatura de un hincha tan canalla como él: “Fontanarrosa es el principal y por lejos. Mi primera lectura fue la del gol de palomita de Poy. Me contó mi abuelo que había un cuento y lo conseguí (se llama "19 de diciembre de 1971"). La manera de contar las cosas del Negro siempre me fascinó. Soriano también me encanta; más acá, Sacheri me alucina; y generalmente los que escriben de fútbol me entran muy rápido. Y sobre todo cuentos. No tengo dudas de que lo que más me gusta leer son cuentos”.
Para Garat el acto de escribir empieza cuando “en algún momento me sale algo, generalmente a la noche". "Juro que no tengo idea dónde va a terminar. Empiezo a escribir de la infancia, de lo que viví, aparece un recuerdo y también, de repente, muy rápido un final y no me autoimpongo escribir más”.