Lecturas ofendidas, llamados a boicots, febriles debates públicos, bruscas cancelaciones: ¿qué hacer con el autor (de libros, de cine, de música) que dice o hace algo que consideramos va más allá de nuestro nivel de tolerancia? Esto dicho tanto en términos personales, grupales (las redes) o colectivos (la sociedad en su conjunto). ¿Da lo mismo la opinión que el hecho aberrante, el delito penado por la ley incluso? ¿La conducta privada de un autor debe incidir en la apreciación de su obra? ¿El comentario misógino, o racista, o antidemocrático, o en perjuicio de grupos desfavorecidos, hecho en círculos reducidos, tiene el mismo peso que su difusión masiva? ¿Qué debe primar en estos casos, la defensa de principios comunitarios e incluso etarios o la libertad de expresión? ¿La sociedad debe protegerse, o hay que preservar el derecho a opinar antes que nada?
Alrededor de estas cuestiones gira ¿Se puede separar la obra del autor?, el libro de la filósofa y socióloga francesa Gisèle Sapiro, editado por Capital Intelectual. En el libro Sapiro toma algunos casos notorios --el de Roman Polanski, su condena por pedofilia y la relación con su obra, el antisemitismo en Richard Wagner y Louis Ferdinand Céline, el nazismo en Heidegger, las provocaciones islamofóbicas de Michel Houllebecq, entre ellos-- para abordar el tema, del que opina, como deja claro en la entrevista que sigue, que lo primero que debe hacerse es poner la obra en contexto, eventualmente publicarla con advertencias preliminares o fajas sobre su contenido. “Es mejor explicar la violencia simbólica que transmiten ciertos clásicos que borrarlos”, sostiene. “Pero no estoy a favor de volver a publicar todo”.
--¿Qué piensa de la cultura de la cancelación?
--Es un concepto que aglutina cosas muy diferentes: el boicot a determinados creadores o artistas por actos reprobables que han cometido, como Polanski, o por sus posiciones ideológicas racistas o sexistas, y la negativa a leer y estudiar ciertas obras de autores cuestionables. El boicot es un derecho. En cambio, si lleva al despido de la persona sin examinar los hechos, esto puede dar lugar a injusticias o sanciones desproporcionadas, como es el caso de Estados Unidos. Al mismo tiempo, sabemos que la mayoría de las denuncias por agresión sexual o violación no prosperan, por buenas y malas razones (la buena es la falta de pruebas suficientes, la mala es la falta de credibilidad dada a la palabra de los denunciantes), por lo que quizás estos casos de injusticia sean un prerrequisito para cambiar comportamientos que tienden a cosificar el cuerpo de la mujer, o para que el racismo y el sexismo dejen de tener cabida en el espacio público. En cuanto a la lectura y el estudio de ciertas obras del pasado que pueden resultar ofensivas o chocantes, creo, como expongo en el libro, que es mejor explicar la violencia simbólica que transmiten ciertos clásicos que borrarlos, lo que equivale también a borrar las huellas de esta violencia simbólica, que debemos ser capaces de estudiar. Pero no estoy a favor de volver a publicar todo.
--¿Cuál sería la actitud a adoptar con quienes en su vida privada cometen delitos graves, como la violación o la pedofilia, pero en cuyas producciones artísticas no pueden detectarse rastros de ello? Pienso en los casos de Roman Polanski o --aunque no se ha probado que abusara de su hija-- de Woody Allen.
--Creo que lo más importante es el debate para evitar que se repitan hechos de delincuencia infantil y concienciar, sobre todo en los círculos profesionales más expuestos, como el cine y la moda. El boicot o las sanciones tienen principalmente un efecto disuasorio sobre los creadores actuales, y ese es su punto fuerte. Personalmente, no estoy a favor de la desprogramación de las películas de Polanski, que han contado en la historia del cine y que no glorifican el pedocrimen, pero creo que la movilización feminista es importante porque utiliza la notoriedad de Polanski para promover la causa de las mujeres y ése es un juego limpio. Y podemos entender que esto lleve a muchos espectadores a alejarse de su obra.
--Richard Wagner era un antisemita declarado. Pero al tratarse de un músico, es natural que en su obra no aparezcan huellas de ello. Sin embargo, su revisión de ciertas mitologías germánicas es vinculable con la cultura nacionalista de su país, völkish en alemán. ¿Qué hacemos, dejar de escuchar a Wagner?
--En primer lugar, cabe recordar que Wagner estuvo prohibido durante mucho tiempo en Israel, a causa de su instrumentalización por parte del nazismo y su antisemitismo. Además, el gran especialista en Wagner, el musicólogo Jean-Jacques Nattiez, demostró en un libro que en adelante debería ser de referencia, que no sólo el antisemitismo estaba presente en ciertas óperas de Wagner, a través de figuras caricaturescas de judíos como Beckmesser en Die Meistersinger von Nürnberg , como ya había señalado Adorno, sino que también es perceptible en la Tetralogía, a través de ciertos temas musicales. Es difícil ignorar la música de Wagner, nos guste o no. Pero las condiciones de su producción, y en particular el antisemitismo, deben recordarse constantemente. Esto aboga más ampliamente por una historia de las obras que tenga en cuenta las condiciones externas y no se centre únicamente en el análisis interno.
--Los mismos reparos podrían plantearse con respecto a T. S. Eliot, que en lo personal era confesamente antisemita, pero eso no aparece en su obra. O Heidegger. ¿Que en los Cuadernos Negros se muestre partidario del nazismo y desarrolle tesis antisemitas anula el valor de Ser y Tiempo?
--Una vez más, abogo por una historia literaria, artística, musical o intelectual que tenga en cuenta las cuestiones políticas e ideológicas de la producción de obras. Para comprender y juzgar estas obras, es necesario poder ubicarlas en sus condiciones de producción y recepción. No para absolverlas, sino para analizar cómo reprodujeron, difundieron o iniciaron formas de violencia simbólica. O en su caso, cómo estas obras se relacionan con las posiciones ideológicas de sus autores. En el caso de Heidegger, como en el de Wagner, hace falta un análisis minucioso por parte de especialistas para mostrar el funcionamiento de la violencia simbólica, que en mi opinión es la lección más importante que se extrae de estos análisis.
--El nacimiento de una nación, de poco menos que el "inventor" del cine, D. W. Griffith, muestra positivamente al Ku-Klux-Klan. Los negros y las mujeres son ridiculizados en la obra de Buster Keaton. En algunas de sus novelas, Graham Greene habla con desdén de ciertas etnias nativas. Todo un género, el western, justifica la matanza de indios y la justicia por mano propia. Muchas letras de rap son misóginas, machistas, armamentistas, y portan mensajes de odio. ¿Debiera dejarse el juicio de estas obras a la apreciación de cada espectador en su conjunto, o instituirse el uso de advertencias específicas, por medio de fajas en el caso de libros y discos, y de carteles en el caso de las películas?
--Pienso que las advertencias, las advertencias desencadenantes, aunque sean criticadas por algunos como infantilizadoras, tienen una virtud: participan en el trabajo de conciencia colectiva y en el desvelamiento de la violencia simbólica que ejercen estas obras que socavan grupos de individuos por su origen o sexo. O de su sexualidad para las personas homosexuales y transgénero, que también son víctimas de lo que yo llamo discurso estigmatizante más que discurso de odio. Porque algo les hacen esas obras a estas personas, al legitimar la violencia simbólica y física a las que son sometidos.
--¿Debe la ley juzgar a la obra, o es el receptor quien debe hacerlo?
--Ciertamente los receptores. Sólo en el caso de las películas pedófilas el consumo de películas equivale al propio acto pedófilo porque generalmente se asocia a prácticas y sirve de índice en la investigación policial, al menos en Estados Unidos. Además, las leyes de libertad de prensa asumen que los lectores son capaces de discernir. A los menores se les restringe el acceso a ciertas producciones culturales, o se las categoriza por edad. La ley, que juzga todo medio de difusión, escritura, imagen y canción, tampoco es siempre un criterio necesario y suficiente para evaluar estos casos. Por un lado, la ley permitía culpar a Flaubert y censurar a Baudelaire por haber ofendido la moral con obras que hoy se consideran obras maestras. Por otro lado, cuando Céline escribió sus panfletos antisemitas, no estaban prohibidos. ¿Eran inofensivos? ¿No ejercieron violencia simbólica contra los judíos? Una violencia simbólica que contribuyó a legitimar la deshumanización y la violencia física a la que iban a ser sometidos, hasta la destrucción de un pueblo. Pero esto tampoco debe sustentar el argumento del anacronismo: no porque el antisemitismo fuera una ideología difundida y aceptada en su época dejaba de ejercer violencia simbólica. Por lo que aun juzgándolos en su contexto, debemos tomar la medida de esta violencia que pueden ejercer las producciones culturales, especialmente cuando son obra de creadores reconocidos.
--Casos como el del ideólogo nacionalista Charles Maurras parecen más sencillos, ya que su obra misma representa una apoteosis del racismo, el antisemitismo y la xenofobia. De todos modos, ¿qué hacemos en este caso, se prohíbe la obra por contener mensajes de odio dirigidos a colectivos desfavorecidos?
--De hecho, algunos de los escritos de Maurras están sujetos a la ley que prohíbe el discurso de odio contra grupos debido a sus orígenes, religión y etnia. Otras partes de los escritos de Maurras no caen bajo esta prohibición. Ahora hay un volumen que vuelve a publicar ciertos textos, en nombre de la influencia que ejerció en su tiempo. Pero si leemos el prefacio o los comentarios de esta edición, vemos que se trata de una empresa de rehabilitación muy ideológica. Me pronuncio en contra de este tipo de reediciones porque en el contexto actual de auge de la extrema derecha, tales reediciones por parte de editoriales establecidas e ideológicamente no identificadas, cuya motivación es sobre todo comercial, tiene un efecto legitimador de estos discursos y de sus autores.
--¿Cuándo debe prohibirse una obra? ¿O nunca debería hacerse, en nombre de la libertad de expresión?
--La justicia actual en Francia es muy tolerante y favorable a la libertad de expresión, y aunque la ley republicana de 1881 es más estricta, no se aplica con rigor, especialmente en materia de ofensa a la moral. Las restricciones previstas por la ley de 1881 fueron, sin embargo, endurecidas en 1949 por otra ley de protección de los jóvenes, lo que puede justificar prohibiciones a veces abusivas de obras calificadas de obscenas y pornográficas, como las hubo en los años 50 y 60. Desde la década de 1970 ha habido una liberalización en este área y, por lo tanto, menos procesamientos. Debe recordarse que la difamación y la invasión de la privacidad también están penadas por la ley, y que muchos casos legales relacionados con la literatura hoy en día caen bajo estos cargos.
--El caso de Michel Houllebecq es más complicado, ya que tanto sus declaraciones como sus textos son siempre ambiguas en relación a la islamofobia y la fobia antiinmigración.
--Autores provocadores como Houlellebecq juegan con los límites de la libertad de expresión. En su novela Plataforma, por ejemplo, Houlellebecq atribuye a los personajes de ficción comentarios racistas o islamófobos, por lo que en nombre del principio de representación juega también con la distinción entre autor y narrador, de modo que no podemos atribuir directamente estos sentimientos, al tiempo que insinúa una cierta complicidad entre su narrador y él mismo. Sobre todo, no hay contradicción de estos odiosos comentarios en la historia, que tiende más bien a legitimarlos. No se trata de prohibir este tipo de producciones, sino una vez más de analizarlas para revelar la violencia simbólica que transmiten.
--Resaltas que hay que situar las obras en su contexto histórico, teniendo en cuenta que en otros tiempos el clima de la época era más permisivo con temas actualmente considerados nocivos. En el cine negro, por ejemplo, no está mal visto que el héroe le dé bofetadas a la dama. Gauguin abusó de las niñas tahitianas, aprovechándose de su condición de hombre blanco, de mayor edad además. ¿Qué debemos hacer con eso?
--Ya comencé a responder a este argumento de anacronismo, con el que no estoy de acuerdo. Ciertamente hay una relatividad de las normas, pero eso no significa que podamos caer en un relativismo moral respecto a los abusos y violencias que unos individuos cometen contra otros, ni respecto a los mecanismos de minimización o subalternización de ciertos grupos, lo que justificaría la violencia contra ellos. En el caso de Gauguin es necesario, como hizo la National Gallery de Londres, contextualizar las condiciones de producción de estas obras. Su privilegio como hombre blanco y su estatus superior en un contexto colonial favorecieron sus relaciones con chicas muy jóvenes en Tahití. Sin embargo sus retratos de estas jóvenes sacan a relucir su subjetividad en el espacio público.
--Otra diferenciación que usted hace es entre la moral del autor y la de la obra. ¿Puede ampliar al respecto?
--En este libro cuestiono la relación entre la moralidad de la obra y la moralidad del autor, analizando los presupuestos culturales que tienden a identificarlas --la obra como espejo de la persona del autor, o como fruto de su intención--, mostrando que estos presupuestos siempre encuentran límites, en tanto el autor como la obra son construcciones sociales. Pero expongo que a pesar de las diferencias que se pueden establecer, en particular a través de la distinción entre autor y personajes, o entre autor y narrador, una obra está, no obstante, imbuida de las disposiciones ético-políticas que subyacen en la visión del mundo del autor, y que esta visión del mundo puede ser reconstituida por un fino análisis de la obra.
¿Por qué Gisèle Sapiro?
Licenciada en Filosofía y en Literatura Comparada por la Universidad de Tel Aviv y doctora en Sociología por la École de Hautes Études en Sciences Sociales, Gisèle Sapiro trabaja actualmente como directora de estudios de esta última institución y como directora de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique. Con un enfoque empírico muy similar al de Pierre Bourdieu, cuya obra continúa, la labor académica de Sapiro se ha centrado en dos grandes campos: la sociología de los intelectuales y la sociología de la traducción. Entre las obras que ha publicado en los últimos años son de destacar La responsabilité de l’écrivain. Litterature, droit et morale en France (2011), Les écrivains et la politique en France. De l’Affaire Dreyfus à la guerre d’Algérie (2018) y Des mots qui tuent. La responsabilité de l’intellectuel en temps de crise (1944-1945) (2020). ¿Se puede separar la obra del autor? es el primero de sus libros que se publica en español.