-La exposición juega con la ausencia de la palabra, pero lleva un título: “En transición”, que tal vez sea un modo de nombrar el proceso hacia una mayor libertad pictórica.
-Hoy, en general, la obra siempre va acompañada de un discurso oral o textual y pareciera que la imagen y el texto se sostienen mutuamente. Yo traté de que no hubiese palabras. Incluso a partir de la ausencia de títulos en cada obra. Intenté que no se les colocara la expresión “Sin título” en la ficha de cada obra, porque poner "sin título" sugiere que debería tenerlo, anque no necesariamente una pintura debería tener un título. Numeré la obras por una cuestión práctica. Y en el Rojas me preguntaron: “¿Cuál es el título? ¿el número?”. Respondí que no, que el número no es el título. Entonces a cada una de las obras en la exposición les pusieron “Sin título”, en negrita. Una visitante que estuvo en la muestra, que es alumna mía en la UNA, me preguntó ¿“Por qué en todas las obras dice 'Sin título' así, enfatizado?”. En fin, me salió el tiro por la culata (risas). Porque de una pintura podemos decir muchas cosas, pero es una pintura: tiene autonomía. Al menos eso creo.
- La exposición reivindica la autonomía de lo pictórico.
-Tal vez suceda porque mi generación llegó después del arte conceptual, cuando pintar era considerado anacrónico o estaba mal visto. Entonces surge la Transvanguardia, los nuevos expresionistas alemanes, entre otros… Fue como una vuelta a la pintura o "al cadáver de la pintura", como decían los italianos. Yo me fui a estudiar a Italia y vi las exposiciones que organizaba Achille Bonito Oliva. Me gustaba mucho, y me sigue gustando, la obra de Francesco Clemente, por ejemplo.
-Volviendo a las conexiones y a la autonomía, hay una búsqueda de relación entre color y sonido.
-Tengo una cosa sinestésica. Mi muestra anterior, en la galería Palatina, se llamó “Pintar la música”. Tengo mucha música grabada y generalmente la pongo en reproducción aleatoria mientras pinto. Puedo llegar a escuchar músicas raras que no siempre coinciden estrictamente con mi gusto. El sonido me invade, me empuja, genera un ambiente. La música actúa sobre el cuerpo, sobre las emociones. Hay grabaciones de músicos de jazz, recuperadas de conciertos en vivo, en donde, mientras los músicos tocan, se oyen murmullos, ruidos de platos y copas. Eso me gusta.
-Sus procesos pictóricos se explicaban en parte en su muestra “Dinámica panteísta”, de 2019.
-Lo del panteísmo es más filosófico, pero en relación al “dinamismo”, es algo que tengo incorporado: un intento de que en la pintura haya movimiento, de crear tensiones, no solo en términos compositivos, sino también con el color. Trabajar con principios morfológicos, más que discursivos. En la década del setenta yo pintaba con aerógrafo y progresivamente fui llegando a lo que hago ahora: no tener ningún parámetro muy claro. Hoy tengo una actitud hacia la pintura con la que me siento mejor, sin eludir luchas y problemas con la propia obra. Ahora la cosa fluye.
-¿Trabaja con bocetos?
-No hago bocetos. Voy directamente a la tela. Sin embargo hago dibujos en unos cuadernos, que no tienen que ver explícitamente, pero algo tienen que ver. Son dibujos bastante automáticos, colores, formas… Entonces cuando voy a la tela, directamente “actúo” y que suceda lo que sea.
-La pintura tiene una lógica propia, que atraviesa al pintor.
-Para mí es un gran placer ver el cuadro cuando está terminado, aunque disfruto del proceso. Pero cuando termino, me quedo observando. Porque es algo que hice, y al mismo tiempo el cuadro es independiente. A priori no se lo que voy a hacer y no hay nada predeterminado. Voy pintando y la pintura va sucediendo. Lo que me guía es la obra. Hay cosas que uno no sabe. Y al mismo tiempo, escucho música. Y hay una suerte de presión del sonido, que se trasforma en una cuestión metodológica. De algún modo la música pasa a otro plano, porque mi atención está, en gran parte, en el cuadro: entonces lo que escucho son sonidos. Eso me genera una atención dividida, de modo que las ideas surgen en el trabajo. No pienso demasiado.
-¿Tampoco en la elección de los colores?
-Tampoco. Porque no paro el ritmo para armar un color. Tengo un montón de colores ya armados, sin criterio. Estoy pintando, giro la cabeza, y tomo rápidamente tal color. Para mí la pintura no se trata de meditación, sino de acción. Las decisiones pictóricas son bastante inexplicables. Por supuesto tengo una memoria, una cantidad de obra hecha a lo largo de los años, una especie de archivo visual y a veces ese archivo se pone en juego.
-¿Cómo conjuga estas ideas desestructuradas en su cátedra universitarias?
-Yo doy clases en dos materias de Diseño gráfico y en la UNA. Y los alumnos de diseño a veces llegan a cosas sin tener todavía una formación. Hay algo tal vez fisiológico, natural. Las materias de diseño suponen para los alumnos poner las cosas en sistema. Mi materia se llama “Medios expresivos” y trata de lo contrario, de no poner las cosas en sistema.
* La exposición de pinturas “En transición”, de Carlos Bissolino, sigue en la galería del Centro Cultural Rojas, Corrientes 2038, hasta el 22 de octubre. Simultáneamente, en la Fotogalería se exhibe la muestra “Hábitat”, de Lorena Marchetti. El viernes, en el marco de esta exposición, se presenta Open. Historias, el colectivo Foto Féminas junto a Lorena Marchetti; proyecciones y charla, el viernes 30 de septiembre, en el auditorio del Rojas, a las 19, con entrada gratuita.